PARTE II. CAPÍTULO XX. Mi tío jesuita

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   Esperamos a los mejicanos sentados en sillas que colocamos en la banqueta.

Llegaron a bordo de un taxi mucho tiempo después de que mi paciencia se había agotado.

Bajaron sonrientes, se les veía fatalmente cansados y no tuve problema para identificar al tío Miguel porque se parecía mucho a mi padre.

Mi abuela se apresuró a abrazarlo. No se conocían pero resultaba claro que habían estado esperando ese momento por siempre, no hubo palabras, solo un largo abrazo y lágrimas de los dos, tras ese instante en que el mundo se detuvo mi abuela rompió el silencio para decir.

- ¿Cuándo me traes a tus padres?

- Pronto tía, en eso estoy. Quiero traerlos en cuanto no exista ningún peligro.

- Pues ve que así sea y bueno... no me permitas ser desatenta con tu amigo...

- Eh no, no señora –dijo el acompañante de mi tío-, estoy muy agradecido por haberme permitido atestiguar este encuentro y créame que yo prefiero que haga de cuenta que no estoy, que ya me doy por bien atendido con solo ser partícipe de este feliz momento.

- ¿Pero es que sois así de educados todos en Méjico?, pero no mire, déjeme darle la bienvenida que sin duda es usted muy bienvenido, no faltaba más, mire, este es mi hijo, ella mi nuera y este mi nieto Juan José.

Los dos recién llegados nos recorrieron con la mirada y mi tío empezó a saludar a todos con un abrazo iniciando por mi padre, quien era su primo. El visitante hizo lo mismo, pero saludando solo de mano, cuando toco mi turno me dijo, yo soy Juan Ignacio Rojas Fernández y me gustaría que me llames solo Juan.

- Pues yo soy Juan José Egúsquiza García para servirle.

- Somos tocayos entonces, ¿no?

- Pues si usté lo dice –Respondí cohibido-

- Y bien que sí –recalcó-, ¿te puedo llamar tocayo?

- Y sí, claro.

- Bueno, pero entonces tú también me debes decir tocayo. ¿De acuerdo?

- Vale.

Mi abuela tomó del brazo a Miguel para conducirlo a su casa y con una radiante sonrisa y un guiño le pidió a su amigo que se les uniera, así que con la abuela por delante escoltada por los mejicanos nos metimos en procesión a la corrala.

Ya en la casa el tío Miguel sacó de su maleta una bolsa con un montón de fotos de la familia de Méjico, y la abuela volvió a llorar de alegría con cada imagen.

- ¿Cuántos hijos tiene tu hermano?

- Cuatro, mire.

- ¿Y viven en Guadalajara?

- Sí, y también yo vivo en Guadalajara.

- Pero dime Miguel, y tú ¿en qué trabajas?

- Pues yo administro un colegio de la Compañía de Jesús.

- Pero ¿cómo?, trabajas para los curas.

- Sí tía, pero me temo que es peor que eso... soy cura jesuita.

- ¡Santa Virgen de Begoña!, ¿eres cura?

- Sí.

- ¿Y tu amigo...? –Dijo la abuela -

Mi tío Miguel miró de frente a mi tocayo y explicó sonriente.

- No, él no, él fue mi compañero de estudios pero no se ordenó.

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