CAPÍTULO IV

191 14 43
                                    

El cuerpo de la joven continuaba temblando sin control sobre la cama. Puso una mano en su frente. Estaba ardiendo, la fiebre seguía subiendo. Miró los mordiscos que habían dejado de sangrar, pero de los que se desprendía un olor fétido, corrupto. La carne no cicatrizaba. Blake estaba luchando contra la infección de los zombis. Alucard no sabía si por ser medio humana podría llegar a convertirse en uno, pero si la fiebre no remitía, seguramente moriría.

Cogió el débil cuerpo en brazos y se lo llevó al baño. Abrió la ducha y dejó correr el agua fría. La metió bajo el rociador del agua y la desvistió, dejándola en ropa interior. Luego él se quitó la gabardina roja, los guantes y las botas, y se metió con ella en el pequeño cubículo, sentándose en el plato de ducha. Tumbó a Blake sobre él. Levantó uno de los brazos heridos de la mestiza y comenzó a sorber, sin morder, la sangre envenenada para drenar la infección. Sintió unas terribles arcadas y escupió a un lado. Aquella sangre tenía un sabor nauseabundo, pero tenía que continuar hasta asegurarse de que había quitado la mayor parte del veneno. Poco a poco el desagradable sabor fue desapareciendo, volviéndose más dulce. En ese momento pasó al siguiente mordisco.

Íntegra entró en la habitación, pero no encontró a nadie en ella. La cama estaba revuelta y manchada de sangre. La puerta del baño estaba entornada, se podía ver luz en su interior y escuchar el agua correr. La mujer dejó las bolsas de sangre sobre la mesa y empujó la puerta. Su expresión se enfureció.

—¿Qué diablos estás haciendo?

Alucard levantó la cabeza del cuello de Blake, por su barbilla corría la sangre oscura. Escupió con una mueca de asco. Dejó que el agua que caída le limpiara un poco el rostro.

—La fiebre no deja de subir, si no la enfrío y elimino el veneno, es probable que muera o se convierta en un zombi —le explicó antes de seguir sorbiendo.

Íntegra lo miró con desaprobación, sabía que, en el fondo, el vampiro estaba disfrutando de tener a la joven a su entera disposición.

—Se equivoca —podía ver lo que pensaba en su mirada—. Esto es realmente asqueroso –Alucard escupió una vez más la sangre del mordisco del hombro—. Por favor, llene la bañera de agua fría.

La mujer hizo lo que le pidió el vampiro. Una vez Alucard consideró que había eliminado prácticamente todo el veneno de todas las mordeduras, salió de la ducha con la chica en brazos, metiéndola en la bañera entre los débiles temblores que le provocaba la fiebre.

—Ahora le toca a ella combatir sola la infección.

El vampiro cogió su abrigo, guantes y botas del suelo y salió de allí. Íntegra miró a Blake, seguía inconsciente dentro de la bañera, temblando por la fiebre mientras el agua se volvía roja por las heridas aún abiertas. Había algo en aquella chica que no le terminaba de gustar, y no estaba segura de querer que simplemente muriera en aquella bañera esa noche.

† ..... † ..... †

Se despertó sobresaltada y confusa, tardó mucho en ser consciente de que estaba en su cuarto de baño, metida en una bañera de agua helada. Con dificultad salió de allí, dejándose caer hasta el suelo por el borde. Estaba mareada, y nada más consiguió ponerse en pie agarrándose al borde de la bañera, vomitó. Volvió a sentarse en el suelo, tiritando, acurrucándose contra la superficie de porcelana blanca. Tenía frío, le dolía todo el cuerpo y seguía sintiendo unas terribles nauseas. Todo le daba vueltas. No podía moverse, no podía llegar a la cama. Dudaba que lo consiguiera incluso si se arrastraba por el suelo. Cerró los ojos, pero nada más hacerlo, vio las caras de los zombis abalanzándose sobre ella. Con un respingo volvió abrirlos.

Alguien la cubrió desde la espalda con una gruesa manta marrón algo áspera. Miró sobre su hombro con ojos febriles. Un hombre moreno estaba agachado junto a ella, la miraba con seriedad y un deje de preocupación en sus ojos color sangre. Le alargó la mano y ella aceptó la ayuda. En silencio, y con paso tambaleante, llegó hasta la cama donde se sentó, envolviéndose más en la manta, para combatir el frío y ocultar su cuerpo prácticamente desnudo al vampiro. Estaba mirando al suelo, mientras se inclinaba ligeramente de un lado a otro. Su cabeza no paraba de dar vueltas. A su lado se sentó Alucard, abriendo una de las bolsas de sangre con los dientes. El plástico al rasgarse hizo eco en el silencio. El vampiro le apartó el pelo de la cara y se lo colocó tras la oreja mientras le tendía la bolsa.

Hellsing. Sangre y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora