CAPÍTULO I

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La luna llena salía roja aquella noche tranquila, demasiado tranquila para el gusto del cazador, que veía aquello como señal de que habría pocas y aburridas presas. Hacía varias semanas que no conseguía pasárselo medianamente bien yendo de cacería, pero es que los vampiros artificiales que últimamente rondaban las calles de Londres no saciaban sus expectativas.

Se dirigió a Stockwell, lugar donde siempre encontraba algo con lo que poder probar su excelente puntería y dar rienda suelta a parte de su crueldad, que le quemaba en las venas cuando se acumulaba en exceso. La fría brisa nocturna le azotó el pelo llevándole un aroma peculiar, que le hizo olvidar sus propósitos de esa noche. Nunca había olido nada igual, dulce y fresco, tremendamente apetecible, no era olor a sangre virgen, era sin duda algo mucho mejor y totalmente desconocido. Picado por la curiosidad y la sed que acababa de despertar, siguió aquel cautivador rastro por las silenciosas calles. Al girar una esquina se detuvo. Había llegado a una pequeña plaza en la que se habían congregado tres vampiros artificiales, al parecer, también atraídos por aquel tentador perfume. Sonrió. Al final parecía que sí iba a haber caza. Desenfundó una de las pistolas y apuntó con cuidado, los tres despojos estaban muy juntos, tanto, que con un solo disparo podía volarles la cabeza a dos de ellos, y no le apetecía acabar tan rápido con la diversión. Rozó el gatillo listo para empezar cuando una pequeña sombra llamó su atención.

Rodeando a los artificiales se movía una silueta rápida y sigilosa. Se escuchó un disparo y uno de los vampiros cayó al suelo con una herida de bala atravesándole el pecho. Los dos restantes corrieron asustados en la dirección en la que el otro cazador les esperaba, divertido y curioso ante la atípica situación, con la pistola aun en la mano preparado para disparar. Pero la sombra volvió a moverse. Otro disparo y el vampiro más cercano a él, cayó al suelo con una herida de bala en el pecho, exactamente donde había estado su corazón.

El cazador gruñó, solo quedaba un vampiro y él también quería divertirse, así que se adelantó saliendo de las sombras, al fin y al cabo aquel era su territorio, y solo él tenía derecho a divertirse con aquellos penosos seres que se hacían llamar vampiros... aun siendo solo míseros gusanos más despreciables que los zombis que creaban tras alimentarse. Levantó su arma y apuntó, pero una milésima de segundo antes apretar el gatillo, la cabeza del vampiro se desprendió limpiamente de su cuello. El cuerpo guillotinado se estremeció en el suelo.

—Se acabó, te he tolerado demasiado —gruñó él, guardando con enojo la pistola bajo su gabardina roja oscura—. Este es mi territorio, y no consiento que nadie me quite la diversión.

—¡Oh! Cuánto lo siento —rio una voz femenina con fingida lástima—. Pero si tan bueno eres para poder proclamar las calles de esta ciudad como tuyas, los habrías alcanzado antes que yo ¿O crees que no te he visto escondido entre las sombras?

—Sal bajo la luz de la luna, donde pueda verte antes de que acabe contigo —ordenó él.

—Ven a buscarme —le retó—. Si es que tienes lo que hay que tener.

Él arrugó la nariz con una mueca de enfado, mostrando uno de sus colmillos. No le gustaba que le faltaran al respeto de aquella manera. Él era el Rey de la Noche, y como rey, los demás debían mostrarle pleitesía, debían obedecer.

—Deberías aprender a respetar a tus mayores —contestó el cazador mientras sacaba de sus fundas ambas armas.

—Los mayores no deberíais existir —le dijo una voz dulce al oído, segundos después sonó un fuerte disparo.

Sintió una horrible quemazón en la parte posterior de la cabeza, como su cráneo se partía y la bala se abría camino de nuevo al exterior por el otro extremo de su cabeza. Se desplomó en el suelo, aquella zorra le había disparado a quemarropa, a duras penas seguía consciente. Rio para sí. A un humano aquel disparo lo habría matado en el acto. Por suerte para él, hacía siglos que había dejado de serlo.

Hellsing. Sangre y SombrasDove le storie prendono vita. Scoprilo ora