Historias de Northuldra(Parte 1)

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Sin embargo, para alivio de Iduna; los líderes querían hablar con ella de otro tema en cuestión.

Entró a la cabaña de Yelana y cerró la puerta tras ella. Taunot le extendió el brazo e Iduna sabía que eso quería decir que tomara asiento.
Se sentó lo más derecha que pudo sobre sus piernas y puso sus manos sobre sus muslos.

-Escúchanos muy bien, aprendiz... hemos decidido que comiences a vivir en tu "cabaña de iniciación" lo más pronto posible; de hecho, creemos que es mejor que te instales allá antes de que termine esta semana.

Iduna abrió los ojos de par en par; ir vivir en la "cabaña de iniciación", era el primer paso para empezar los estudios de aprendiz.

Se encontraba lejos del pueblo, sobre una colina de difícil acceso y sólo gracias a la magia del bosque, que movía las piedras de la escarpadísima colina, era posible subir a la misma.

-Pero... yo creí que eso sería hasta la próxima luna llena.

Taunot negó con la cabeza.
-Northuldra está a punto de tener un cambio; uno sin precedentes. Pero... si queremos mantener nuestra forma de vida, debemos hacer ésto con cautela.

-Y para ello, decidimos que no tengas contacto con aquellos que formarán parte del cambio; al menos, no todavía.

Iduna elevó las cejas y abrió los ojos de par en par.
-Yo, no...quiero decir... no entiendo.

Taunot y Yelana se miraron y ella hizo un movimiento de cabeza, el cual indicaba que le cedía la palabra al líder varón.

Taunot miró a Iduna.
-De hecho, ningún niño o efebo de Northuldra tendrá contacto con los extranjeros. Es algo que decidimos... apenas ayer.

-¡¿Extranjeros?!

-Son los que traen el cambio. Hace 12 lunas, recibimos una carta del líder de Arendelle.

-¿Arendelle?- repitió Iduna, con incredulidad; jamás creyó que oiría el nombre de ese lugar por más de una vez en un solo día.

Yelana asintió.

-Pero... ¿porqué no debemos verlos? ¿Porqué tengo que irme a resguardar antes de que ellos vengan?

Taunot puso su mano sobre el hombro de Iduna.

-Eres una niña muy brillante, sin ser maliciosa. Dulce... pero no blanda. Diligente, pero no inflexible. Y muy discreta... pero demasiado curiosa.

Iduna se sonrojó al oír todo eso.

-Y la curiosidad no es mala... pero a veces, nos puede hacer "malas jugadas". Nos hace saltar a conclusiones equivocadas y no siempre nos recompensará con cosas buenas.

Iduna no entendió ésto último, pero guardó silencio.

-Pero... ¿qué es lo que quiere el pueblo de Arendelle? ¿Cuál va a ser el cambio?

-Ellos no se hacen llamar pueblo, sino "reino." Y su cambio es algo que nos beneficiaría... a ambos grupos,- comentó Taunot.

-Iduna; cuando tú eras una niña de brazos, varios de los nuestros murieron por culpa de una inundación. Probablemente Hazelmaren ya te lo habrá dicho alguna vez; entre ellos, se encontraba tu padre.

Iduna se sintió presa de una confusión sin precedentes.
¿En verdad eso era todo lo que pensaban decirle?

Pero Taunot creyó que la niña había puesto esa cara por haberle mencionado la muerte de su padre de forma tan directa.

En Northuldra no se les hablaba mucho de sus padres a los niños que se habían quedado huérfanos; creían que eso los hacía más vulnerables y frágiles.
Y por eso, sólo les contaban las virtudes de sus progenitores fallecidos cuando llegaban a la adolescencia.

-Tal vez sea algo pronto para que te diga ésto; pero has de saber que tu padre era un gran hombre. Siempre supo distinguir el bien del mal; siempre tomaba la decisión correcta,- comentó Taunot con seriedad.

-¿Y... mi madre?- preguntó Iduna sintiendo un pequeño nudo en la garganta.

Yelana suspiró y esbozó una sonrisa triste.

-Leenara... tenía más virtudes que estrellas tiene el cielo. De hecho, puedo ver todo lo bueno de ella en tí. Pero... su salud nunca la ayudó.
Aquellos que podían ver más allá de su fragilidad, la adoraban.
Y tu padre...

-¿Qué hay con él?- musitó Iduna, haciendo todo lo posible por no ser presa de la impaciencia.

-Él... se enamoró de ella desde que era un niño. No podía ocultarlo y no quería hacerlo.
A Leenara le sorprendía que a él no le importara su palidez, sus demayos y sus fiebres constantes.
Él siempre encontraba la manera de sorprenderla y hacerla sonreír.
Las atenciones de tu padre la cautivaron.
El amor que se tuvieron siempre fue puro, real y desinteresado.

Iduna sintió un extraño dolor en su corazón. Pero al mismo tiempo, la invadió una extraña felicidad.
Entonces, lágrimas acompañadas de un silencioso llanto, brotaron de sus ojos.

Yelana le ofreció un pañuelo a Iduna. Ella lo aceptó, entre pequeños sollozos.

-Tus padres se amaron de esa forma, porque crecieron bajo nuestros preceptos. Y nunca fueron tentados por nada ni nadie de lo que hay en el exterior. Queremos que tú y todas las almas jóvenes prevalezcan así.

-¿Por eso... n-no quieren que nos acerquemos a los extranjeros?- inquirió Iduna con voz ahogada.

-Exacto.

-Entonces... ¿los extranjeros no son como nosotros?

-Tienen cosas buenas, pero... tienen cosas a las que preferimos mantener a distancia. Cosas que podrían cambiar nuestros valores para mal.

-Pero, entonces... ¿qué es lo que sí van a cambiar?






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