Secretos de Arendelle (2da parte)

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Una vez dentro de la fortaleza, todo el pueblo de Arendelle les dio una calurosa bienvenida.

-¡¡¡Nuestros heroicos soldados/diplomáticos, volvieron a salvo!!!

-¡¡¡Gracias por su valentía e inteligencia!!!

-¡¡Salve a nuestro benévolo príncipe Agnarr y a los emisarios de paz!!

Agnarr empezó a saludar, con una sonrisa de oreja a oreja, intentando ocultar un súbito nerviosismo.

"¿Nuestro benévolo príncipe?"

Al llegar a la entrada del palacio, los súbditos vitorearon a Agnarr, hasta que éste entró por las puertas principales de este. Y sin dejar de hacerles caravanas de agradecimiento, los guardias cerraron lentamente la entrada, liberándolo de la multitud que lo aclamaba.

El pequeño príncipe suspiró, esbozando una leve sonrisa, que denotaba felicidad... pero también alivio.

-Sus súbditos están muy complacidos con su regreso, alteza- dijo Mattias, quien había entrado al palacio al mismo tiempo que él.

-Ehhh... ¡sí! Aunque... no entiendo porqué me llamaron... ¿benévolo?

-Déjalos; en tanto recuerden que eres el príncipe...

Tras oír la voz del rey Runeard, Agnarr se dio la vuelta y caminó hacia el autor de sus días, a paso veloz.

-¡Padre!

-Alto.

Pero entonces, sintió la mano de Mattias sobre su hombro.

-Vamos, príncipe. Los sirvientes ya deben tener agua caliente en la bañera.

Agnarr asintió levemente. Y tras despedirse de su padre y Mattias, se retiró en silencio.

Una vez que se perdió de vista, el rey Runeard le hizo una señal a Mattias y éste lo siguió a su despacho.

Runeard se acercó a su soberbio escritorio. Encima de este, se hallaba una sofisticada maqueta que simulaba la presa.

-Muéstreme los avances que han hecho estos días, teniente.

Mattias se acercó y comenzó a explicarle al rey sobre los traslados de las piedras que serían la materia prima para construir la presa. Runeard lo interrumpió bruscamente.

-¿Y porqué no podemos utilizar las rocas que están en las cuevas del río subterráneo de Northuldra?

Mattias frunció el entrecejo. Sabía muy bien que la respuesta no le iba a gustar al monarca.

-Alteza- respondió el teniente, intentado sonar lo más neutral posible -no podemos disponer de ellas. Forman parte del hogar de... los gigantes de tierra.

El rostro de Runeard pasó de un leve enojo, a una súbita rabia.

-Monstruos... ¡¿también hay monstruos?!

-No son peligrosos; duermen de día y sólo deambulan por ciertas cadenas montañosas durante la noche. El pueblo de Northuldra cree que sus pasos liberan minerales, que luego descienden a sus cultivos y...

¡¡¡THUD!!!

Runeard dio un puñetazo en su escritorio, tirando gran parte de las piezas que armaban la maqueta.

-¡También decían lo mismo de sus aguas... y recuerde lo que pasó!

Mattias quería decir algo en defensa de Northuldra, pero Runeard se giró, dándole la espalda.

- La magia es como una bestia salvaje; nos atacará apenas si nos fiemos- gruñó el rey entre dientes.

-Señor...

-Está bien; Conseguiremos las rocas faltantes por los alrededores del reino. Ya hablaremos con los arquitectos y los ingenieros en otro momento; cuando esté la reina Freyanna presente- sentenció Runeard, al tiempo que hacía una señal con una mano detrás de su espalda.

La señal que le indicaba a Mattias que se fuera

-Como usted diga, alteza. Con permiso- dijo Mattias con docilidad, al tiempo que hacía una caravana. Y tras eso, salió del despacho, cerrando la puerta detrás de él.

Runeard se giró nuevamente y contempló la maqueta. Intentó rearmarla, pero sus manos temblaban tanto, que no le fue posible.

Se desplomó en el severo sillón que estaba detrás de su escritorio. Fue entonces cuando se dio cuenta de lo rápido que estaba respirando. No había querido ser grosero con Mattias; era un excelente súbdito.

Pero no podía permitir que nadie viera la cara del rey, pálida por el miedo.

Intentó controlar sus respiraciones.

"El agua... sólo hay que frenar el agua. Así ese maldito bosque se secará. Y ya no tendremos que preocuparnos por su estúpida magia."

Y con esos pensamientos nutriendo su mente, Runeard volvió a conservar la calma.

De un cajón, sacó un pequeño retrato del tamaño de una mano, en el que estaban pintados sus padres.

Ese retrato había sido terminado una semana antes de la inundación.

La inundación en la que ambos, habían perdido sus vidas...














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