Capítulo 53 "Una explicación y un abrazo"

Comenzar desde el principio
                                    

 Zóe susurra, como si más allá de esas cuatro paredes pudieran escucharlos, como si fueran monitoreados sus movimientos, o sus sonidos.

—No podemos no hacer nada.

 Él se le acerca, hasta el punto en que no requiere hacer esfuerzo alguno para ser oído.

—No —le dice. Está equivocada—, no podemos hacer nada.

—¿Y nos vamos a rendir entonces? ¿A dejarlo ganar como siempre?

—¿Qué otra opción tenemos, Zóe? La última vez que quisimos hacerle frente te lastimaron, no importa que haya sido un rasguño nada más. No quiero que te pase nada, no quiero que me pase nada a mí tampoco. No podemos cambiar lo que hizo. Ya está, ya fue.

—Pero, ¿no lo estaríamos encubriendo? ¿No seríamos cómplices?

—Ya fui cómplice de demasiadas cosas, no sé vos, pero a mí una más no me va a hacer nada. Si puedo ir preso por no venderlo, que me metan preso entonces, ¿qué puedo hacer? La verdad ni sé por qué me metí en este quilombo, debería haber...

—Sí que lo sabés —afirma, está convencida de ello porque lo ha visto llorar por esa causa como por ninguna otra, y sabe que en el fondo, él también lo está—, entraste porque Fernando te chantajeó, se aprovechó de tu desesperación y de tu inexperiencia. Pero vos querías encontrar a tu papá, todavía querés.

 Él se pasa la mano por el cabello, lo aparta de su frente con un gesto de frustración.

—Ya no sé si quiero, te juro. Tanto sacrificio, ahora me pregunto si vale la pena.

 Zóe se encoge de hombros, pero le ofrece una sonrisa.

—No sé si va a valer la pena cuando lo encuentres, pero lo mínimo que te mereces es una explicación.

 "Y un abrazo", piensa. Reconoce que sus situaciones son distintas, pero ella cree que no podría soportar siquiera un día sin una muestra de cariño de su papá, y reflexiona que nadie merece una vida sin ello. Mucho menos Fran, que tanto ha arriesgado, por verlo aunque sea una vez, que a pesar de propios sus errores, se ha hecho un lugar a su lado y ha cooperado con ella siempre que lo necesitó. Haría lo que tuviese a su alcance, con tal de ayudarlo. Y quizás pueda.

—¿No me habías dicho que tenés un nombre, relacionado con tu papá?

—Sí, el titular de la cuenta que me hace las transferencias bancarias, se llama Luis Turletti.

—¿Probaste contactarlo? Podría ser un hilo de dónde tirar.

—Eso supuse, pero no pude dar con él de ninguna forma. Nunca encontré información asociada a esa persona, ni un número de teléfono, una dirección, nada.

 Ella tiene una idea que puede serle útil.

—¿Intentaste en Facebook?

 Es una pregunta ingenua, ¿cómo no se le habría ocurrido buscar en la red social que tiene el mayor número de personas registradas en el mundo? Aun así, lo cierto es que no, o no en específico, sus intensivas búsquedas en Google más de una vez lo hicieron caer en perfiles que resultaron ser equivocados, y de hecho duda que le haya quedado un Luis Turletti sin inspeccionar. Lo confirma cuando Zóe enciende su tablet y al escribir el nombre en la barra de búsqueda, los resultados que arroja le resultan familiares. El primero vive en España y juro por la hostia, tío que no tenía idea de que le estaba hablando. El segundo, con veintiocho años, es demasiado joven para tener algo que ver, y su ubicación en México lo borra totalmente del mapa. Hay un tercero, que con cincuenta y tantos años y viviendo en Rosario, negó conocerlo a él y a su madre, saber quién es su padre, y su cuenta bancaria no estaba vinculada con la que él ya conoce. Así queda eliminada la última alternativa de la lista, que sigue con varios Turlettis, pero ya ninguno es Luis. A pesar de que se lo comenta a Zóe, ella continúa revisando en la página de búsquedas.

Para quien quiera abrir los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora