Capítulo 30 "Es solamente una camisa"

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 Sara baja la vista, dándose una revisada rápida, inspeccionando que no haya tierra en su ropa, alguna tela de araña enredada en sus zapatos, o cualquier otro indicio que pueda revelar de donde viene realmente; antes de cruzar la puerta del shopping, por segunda vez en el día. Por una conveniente casualidad, el depósito queda a un par de cuadras de allí, por lo que le fue fácil convencer a su papá de que sólo quería ir a comprar ropa, y a Candelaria, de acompañarla. Tampoco le ha contado a ella la verdadera razón por la que quiso ir, con la excusa de ir al baño en los quince, quizás veinte, minutos que se ausentó. Sin embargo, no se habría imaginado que ese tiempo bastaría para que su amiga se consiga un nuevo entretenimiento. En la silla que ella desocupó, está sentada Azul. Ella y Candelaria están hablando sobre algo que parece tenerla como protagonista, porque sus labios no han parado de moverse, pero es cuando está por llegar a la mesa, que Cande le da su opinión. 

—Le tendrías que decir la verdad. Me parece que cambiaría bastante las cosas.

—Sí, pero para peor. Si ya me odia, no va a querer verme nunca más la cara.

 Sara desearía escuchar un poco más, viéndose intrigada por la conversación. Pero es cuestión de tiempo hasta que las chicas noten su presencia, y su lengua le termina ganando a su paciencia.

—Veo que te conseguiste un reemplazo.

Candelaria voltea mirarla.—¿Dónde estabas? Tardaste un montón.

—Fueron apenas diez minutos, Cande —miente. 

—Casi treinta, Sara.

 Ella rueda de los ojos, y se lamenta por haber limpiado su ropa, podría haber dicho que se quedó encerrada en el baño, y tuvo que salir arrastrándose bajo la puerta. Aun así, no está segura de que su amiga le creería, ella ya está mirándola con una mirada bastante escéptica.

—Bueno, no importa, ya volví. Pero como veo que no estás sola —dice, y lanza una mirada despectiva en su dirección—, no hace falta que me quede.

—Si tanto te molesto, me puedo ir yo —Azul interviene, quien no había dicho una palabra en su presencia, creyendo que la ignoraría.

 Ella está a medio decir que le parece una buena idea, cuando Cande la interrumpe.

—¿En serio van a seguir siendo tan infantiles? No puede ser que no puedan estar juntas en un mismo lugar como dos personas maduras.

—De eso justo estábamos hablando recién —Azul agrega, mirando a Cande, como si fuese a tomar valentía de ella, para luego dirigirse a Sara, directamente a sus ojos, algo que no ha hecho en mucho, mucho tiempo—. ¿No te parece que es una pavada seguir enojadas? Ni siquiera me acuerdo por qué nos peleamos.

 Sara levanta las cejas en una expresión que refleja su incredulidad. Se pregunta si Azul está hablando en serio, si realmente no recuerda las razones que las separaron. Ella podría nombrar varias, empezando por el hecho de que fue la primera persona en desalentar su relación con Fernando; ella, que sabía lo mucho que él le gustaba y desde hacía cuánto tiempo estaba en su lista de amores platónicos. Ella, que fue quien en cierto sentido la motivó, porque si no hubiera sido por las palabras de ánimo y aliento de su entonces mejor amiga, nunca se habría animado a ir detrás de él la noche del cumpleaños de su abuelo. Y quizás podría haberlo aceptado si su argumento hubiera sido la diferencia de edad, porque entiende que no todo el mundo puede comprender cómo funciona su relación. Pero, por el contrario, ella le reclamó la estúpida promesa que habían hecho cuando estaban en sus ingenuos quince años; cuando no tenían ni idea de cómo se siente el amor, el de verdad, ese que es sincero y puro, el que acaricia el alma y reconforta el corazón.

Para quien quiera abrir los ojosWhere stories live. Discover now