Capítulo 1 "Siempre"

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 Un ahogado suspiro escapa de sus labios, y abre los ojos. Él está en todas partes, en las caricias que oscilan entre su cintura y abdomen, en los besos que reparte desde su cuello hasta perderse en sus clavículas; sobre ella, sosteniéndose en sus rodillas y codos, procurando no dejar caer todo su peso sobre el suyo. Físicamente, él es mucho más grande, hasta el punto que sus manos casi pueden rodear su cintura por completo, mientras que las suyas apenas rozan sus últimas falanges cuando las unen. Adora la pequeñez de su cuerpo comparado al suyo, la facilidad con la que puede manipularla sobre las sábanas, llevarla al límite que la convierte en un desorden de jadeos y súplicas, frágil y vulnerable, murmurando su nombre entre gemidos entrecortados.

 Debe admitirlo, no es sólo físicamente. Sin embargo, no puede evitar rendirse ante esos preciosos ojos verdes que lo contemplan, tiñendo su mirada lujuriosa de adulterada inocencia. Ella muerde su labio, invitándolo a besarla. Con sus muñecas siendo sostenidas sobre su cabeza, y su cuerpo aprisionado bajo el suyo, no puede más que pedir. Aun así, sabe que es en vano, que sólo va a complacerla cuando se comporte y use palabras para pedirlo. Él ríe contra su cuello, justo donde se ciñe a su piel el excéntrico collar que la proclama suya, provocándole un escalofrío que recorre su cuerpo de pies a cabeza. Por más que finja no gustarle rogar, la conoce lo suficiente como para saber que lo disfruta tanto como él, que encuentra al estar a su merced el mismo placer que él siente al dominarla.

—Por favor —dice, empeñando su orgullo en un susurro que choca contra su aliento fresco y se pierde entre sus labios.

 No le exige más que una súplica, y libera sus muñecas, llevando la mano que estaba sosteniéndolas a su barbilla. Su pulgar roza su labio inferior, dirigiendo la mirada hacia su boca. Entonces la besa, dejándose llevar por la cálida sensación de sus labios sobre los suyos. La pasión fluye entre ambos hasta despertar al más salvaje de sus sentidos, en la búsqueda de compensar la insaciable necesidad de tenerse el uno al otro, los efímeros momentos que pueden aprovechar para estar juntos. Porque aún si estar a su lado se ha vuelto un plan primordial en su agenda, sigue sin bastarle, sin ser suficiente.

 Ella rodea la parte baja de su espalda con sus piernas, ansiando más cercanía entre sus cuerpos, mayor contacto con su piel. Él la toma por la cintura, jactándose de su fuerza para levantarla de la cama y sentarla sobre su regazo, sus rodillas acomodadas a cada lado de su cadera. Ella reposa los brazos sobre sus hombros, uniendo ambas manos detrás de su nuca. Su boca se dirige a su cuello, besando su nuez de adán, dando ligeras mordidas sobre su clavícula. Quizás ella no sea quien suele dejar más marcas, sin embargo, comprende la sensualidad de un símbolo de pertenencia en su cuerpo, el primitivo impulso de hacerla suya, aún si es mediante invisibles letras escritas en su piel, secretamente deletreando una inequívoca palabra: mía.

 Ella hunde la cabeza en la curvatura de su cuello, respirando la varonil esencia que de él emana, envuelta en el aroma del perfume, su favorito, que el paso de las horas ha ido desgastando. Las masculinas manos se aferran a su cintura, cubriendo su espalda con agradables caricias. En momentos como éste, siendo sostenida en sus brazos, puede entregarse plenamente a él, sintiendo el amor en las emociones que nunca nadie antes le ha hecho sentir, a pesar de que ninguno de ellos ha pronunciado las palabras aún. Le basta con verlo expresado en sus ojos, con sentirlo en forma de besos en su piel.

 En momentos como éste, sosteniéndola en sus brazos, y con sus dedos entrelazados en su cabello, él se permite reflexionar sobre ellos, sobre lo que "nosotros" se ha convertido con el paso del tiempo, desde aquella noche en que ambos confesaron sus deseos reprimidos. "Sé que no está bien," él había susurrado en la oscuridad, apartando las confundidas lágrimas de su rostro "pero vamos a estar bien".

 Así fue, los obstáculos sólo lograron afirmar sus convicciones, las dificultades los fortalecieron. Él está orgulloso de ella, y la forma en que, sosteniendo todo ese peso sobre sus hombros, siempre se mostró fuerte, segura, indiferente a las adversidades que llevan un nombre familiar escrito en su frente. Sin embargo, conoce la verdad detrás de sus mentiras, los sollozos ocultos detrás de sus sonrisas fingidas, de sus irónicos comentarios; humedeciendo su hombro, su pecho y su camisa en innumerables ocasiones. Él se mantuvo a su lado en todas ellas, asegurándole aquello que le prometió desde el comienzo, alentándola a seguir confiando, porque, después de todo, su incondicional fidelidad es aquello que más anhela de ella.

—Sabés, cielo —dice, acariciando su cabello con ternura—, si hace años me hubiesen dicho que algún día iba a estar así, con vos, no lo hubiera creído.

 Ella se incorpora en su regazo, riendo. Su cabello, largo y rubio, está ligeramente despeinado, algunos mechones cayendo sobre su rostro. Él los apartaría si no se viese tan bonita, si el desorden de su pelo suelto no le recordara a la rebeldía de su alma.

—Yo te mentiría si te dijera que nunca había fantaseado con esto.

—¿Tenías fantasías conmigo? —pregunta, levantando una ceja con fingida curiosidad, como si no supiera ya la respuesta, como si no pudiese leerlo en sus ojos.

—Siempre fueron mis favoritas —murmura.

 Recuerda las noches de habitaciones vacías, repletas de jadeos improvisados, cuando sus ambiciones se sentían tan lejanas como imposibles; para caer, una vez más, en la gloriosa cuenta de que ha estado compartiendo la cama con el dueño de sus más platónicos deseos.

—Vos —susurra en su oído, su voz ronca y varonil despertando eléctricas sensaciones en su cuerpo— siempre fuiste mi favorita.

 Ella levanta la vista, sus ojos se encuentran con los suyos, buscando en su mirada la respuesta a silenciosas preguntas, aquellas que prefiere no pronunciar en voz alta, las que guardará como un secreto más en la íntima lista de su consciencia.

—¿Siempre?

 Él toma sus manos entre las suyas, estrechándolas con cariño.

—Siempre —asegura, sin romper el poderoso contacto visual que le garantiza su confianza.

 Entonces, un apasionado beso les roba el aliento.

Para quien quiera abrir los ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora