🍂 Decimoquinto capítulo

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Se supone que el único papel de una princesita en apuros, es contar las horas hasta su rescate

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Se supone que el único papel de una princesita en apuros, es contar las horas hasta su rescate. Aunque no siempre resulta así, y menos en la vida real. Porque en ocasiones, somos las chicas quienes libramos nuestras batallas, sin esperar por un príncipe. Talvez, lo recordemos a la distancia, pero nunca cesa la concentración si de enfrentar un dragón se trata.

De igual manera, también es válido mostrarnos agradecidas cuando un chico consigue la posibilidad de pelear a nuestro lado.

—¡Dígame si Trevor se pondrá bien! —le exijo a una enfermera que ni siquiera está bien informada.

Alistair Powell sostiene mi hombro. Su intención de tranquilizarme resulta inútil, además de incómoda, puesto que los raspones en mis extremidades, no han sanado del todo.

—¡Cuatro días sin saber nada! —Mi reclamo parece alargarse en este pasillo de hospital—. ¿Acaso no ve lo angustiada que estoy?

La enfermera resopla. Es probable que ella quiera olvidar por completo su ética profesional, para así tirar de mis cabellos.

—Señorita, déjeme repetirlo una vez más. Usted no es familiar del paciente. Por lo tanto, no puedo brindarle detalles sobre su condición. Lo siento mucho, en verdad.

—¡Claro que no lo siente! —despotrico, altanera—. Usted no es quien lleva noches sin dormir, preguntándose cómo estará su guardaespaldas.

—Señorita, le pido respeto —me dice—. Y de paso, quisiera recordarle que estamos en un hospital. Por favor, hable en voz baja.

Tuerzo el gesto de inmediato.

—Bien. —Gruñona sigo la indicación—. En ese caso, únicamente quiero saber cómo se encuentra Trevor McJaunty.

—Beatrice —interviene Alistair—. Pero si acaban de decirte que no pued…

—Silencio —exijo, tras mirarlo de reojo. El quarterback hace mímica y se cierra los labios con sus dedos pulgar e índice, como si de una cremallera se tratasen.

—Enfermera. —Tomo aire, para no hablar a gritos—. Al menos dígame... ¿Qué le ocurrió a Trevor exactamente?

—Disculpe, pero no estoy autorizada para dar esa información.

—¡Pues rompa las reglas! —Estallo en lágrimas, mientras espero a que uno de mis berrinches por fin valga la pena.

La enfermera guarda silencio. Yo prosigo en mi necedad.

—¿Acaso no sabe quién soy? —recrimino, con una soberbia inevitable.

Esa chica niega.

—Soy Beatrice Amkind —digo, en tono firme—. Hija de Charlotte y Duncan Amkind —alardeo, elevando la voz para que todos en el pasillo puedan escucharme.

Podría mencionar cada logro de mis padres, mas no lo hago. Mi atención se ha desviado hacia la persona que, de mera casualidad, recorre el pasillo.

Un suspiro eleganteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora