🍂 Tercer capítulo

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Hago lo posible por ignorar las burlas

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Hago lo posible por ignorar las burlas. Son un fastidio en verdad.

Y por si fuese poco, cada invitado hace mofa de esa orquídea tan seca como mi reputación en este instante.

—¡Beatrice! —Me llama mamá—. ¿A dónde vas?

Me giro en cuanto termino de subir las escaleras. Observo a papá, quien de seguro siente pena ajena. Por otra parte, la abuela Leelah camina en dirección al pasillo en el que se encuentra su recámara.

Debo decir, que es difícil soportar  las miradas juzgantes que ahora caen sobre mí, y admito que talvez, sí estuvo mal ese desplante que hice llover sobre Vince, pero eso no les da derecho a murmurar, ni de reír con tanto descaro.

Antes de intentar siquiera marcharme, tropiezo sin gracia. Los pitorreos de la gente casi me ensordecen, pues unos tacones —supuestamente de diseñador—, me han traicionado.

«Este día no deja de ponerse peor»

Me levanto del suelo. Envuelta en llanto, y con mi orgullo hecho añicos. Así no me queda más que correr a través de la mansión, entre sollozos que provocan al eco.

Busco un sitio el cual considero seguro. Tal lugar perfecto, es la torre Amkind. Una edificación altísima, recubierta de ladrillos, y situada en la terraza de la mansión.

Ingreso a un elevador que siempre tomo para llegar. Encuentro una pizca de serenidad dentro del mismo, y mientras asciendo, pienso sobre mi vida.

En ocasiones llego a sentirme tan vacía. Supongo que mis carencias no son algo que pueda repararse con dinero, mucho menos con mil obsequios, u halagos de los demás.

Salgo con prisa del elevador. Por fin he llegado al último piso. Y —aún sosteniendo ese par de tacones traicioneros—, corro a hacia la terraza.

Recorro varias escalerillas de marfil, todas tan empinadas como para provocarme vértigo, aunque eso no sucederá. Esta no es la primera vez que vengo a la torre. ¿Qué más puedo decir? Suelo esconder la tristeza entre muros, lejos de quien pueda juzgarla.

En fin, cuán curioso es un detalle del que recién me doy cuenta. Ya van dos cumpleaños en los que ocurre algo inesperado, y de eso modo, termino recurriendo al confort temporal que ofrece la torre.

En efecto, vine a este lugar durante mi décimo cumpleaños. Fue aquí, donde lloré tan censurada por otorgar color. Aunque no estuve sola en ese momento. Un niño amistoso quiso seguirme hasta la torre. A él no parecía asustarle que yo hiciese resplandecer las cortinas.

Ese primer amigo... Sí, aunque sea difícil admitirlo, hablo del mismísimo Vince Vern.

A veces me pregunto, ¿qué le ocurrió a la amistad que teníamos?... Es cierto; le puse punto final a ese vínculo, rechazándolo hace algunas horas.

Pero, en retrospectiva, creo que todo cambió cuando comencé a verlo más como mi asistente. Esa persona, a diario encargada de opinar sobre mis diseños, hacerles publicidad en la secundaria Almond, y sobretodo, apartarse mientras el foco de atención caía sobre mí.

Es muy probable que Vince y yo estemos destinados a tomar rumbos diferentes. Por ejemplo: hoy le he dado la oportunidad de buscarse. Y ahora que lo pienso, talvez romperle el corazón no fuese lo correcto, mas sí lo necesario para que él pueda perseguir sus propios sueños.

—Vince, apoyaste tanto los míos, que te has olvidado de los tuyos —susurro sobre esos anhelos, con una empatía que hubiese querido sentir desde hace horas.

Ahora mismo, dentro de esta torre ladrillada, intento preguntarme si será demasiado tarde para remediar lo ocurrido.

De repente, escucho un trueno. Sin más me abrazo, quizá entristecida por el mismo clima.

Me doy cuenta de que los segundos marchan intensos, siendo cómplices de lo que ya no parece una simple lluvia en otoño. Entonces, corro a cerrar el único ventanal de la torre, pues el viento es brusco.

De inmediato, libro toda una batalla por sostener una manija de acero.

—¡Ayuda, por favor! —vocifero inútilmente. Es un hecho que desde aquí, ni uno solo de mis doscientos invitados podrá ayudarme.

Me rindo tras soltar esa manija. Sólo se me ocurre salir de la torre.

—¡Auxilio! —grito, despavorida.

Salgo por fin, tambaleándome.

«Parece como si el vendaval estuviese en mi contra»

No es común una tormenta así durante el otoño. Mucho menos, lo es este empuje ventoso sobre mí, el cual consigue llevarme al borde de balaustres agrietados.

—¡Abuelita Leelah! —clamo por su ayuda, a sabiendas de que con tanto ruido, ella difícilmente escuchará.

Sentada y de espaldas, logro aferrarme a la estructura.

—¡¿Qué sucede aquí?! —Suelto un grito de alarma, al ver cómo el barandal se resquebraja aún más.

Comienza a desmoronarse ese último balaustre que me sostiene a la vida…  Así abandono la terraza, y caigo hacia atrás.

Extiendo los brazos, en un intento por recibir de vuelta la comodidad que siempre he tenido, mas nunca valoré realmente.

Ya es tarde. Para el destino ya soy como una pañoleta en vendaval…

Y derramo mis últimas lágrimas, todas atrapadas en un vaivén de cámara lenta.

Suspiro.

Un suspiro eleganteWhere stories live. Discover now