🍂 Cuarto capítulo

70 9 5
                                    

El grito que resulta inevitable tras suspirar, acompaña mi caída

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

El grito que resulta inevitable tras suspirar, acompaña mi caída.

Me detengo de pronto... O mejor dicho: algo me ha detenido, contrarrestando en el momento a la mismísima gravedad.

—¿Qué? —susurro, mientras una de mis lágrimas se mantiene quieta en el aire, sin mezclarse con la lluvia.

Un fulgor, provoca que yo mire esa orquídea marchita que fue puesta en mi vestido. Tal brillo comienza a recorrerla, devolviéndole la vida y cada color que alguna vez tuvo.

—Qué hermosa —dedico un cumplido para la mágica flor, que ahora sí cumple mis expectativas.

Me muevo en contra de mi voluntad, aún suspendida en aire, sin tener una explicación.

Observo de nuevo la orquídea, que ahora luce un tono acaramelado. Además, han terminado de dibujársele trazos azules y de color rosa, ambos neón.

La tonalidad rosada se encarga de envolverme por completo, al mismo tiempo que giro misteriosamente.

El movimiento cesa, sólo para que yo pueda mirar mi reflejo, a través de una ventana en el exterior de la mansión.

—Mi vestido, está... —Es lo único que perpleja consigo decir.

Noto un cambio. Al vestido no le queda un solo vestigio de color naranja, pues en su lugar, aparece el más anhelado rosa melocotón.

Desde la flor, surgen dos líneas verticales de color caramelo, las cuales se transforman en una sola curva. Es agradable el efecto visual; parece como si la orquídea soltase una espiral decorativa sobre parte del vestido.

De hecho, su misma tela cambia, desechando vuelos de tul, para dar paso a la más fina seda.

Soy rodeada por lucecitas, todas tan rosa neón.

—Quince, dieciséis. —Termino el conteo de tales destellos.

Cada pizca de luz se reduce a una estela de polvo mágico, la cual viene hacia mí.

Por arte de magia, obtengo un nuevo peinado, y tacones. Incluso maquillaje que se esparce con delicadeza sobre mi rostro.

Dos guantes de encaje, también son reemplazados con seda.

—Cuánto glamour —comento, maravillada.

Sin aviso, así giro… Ahora diviso una espesa niebla que cubre el parque de las bellotas cremosas. Mi atención se desvía por completo hacia ese icónico sitio de Aruvialt, en el que parece caer una llovizna.

Algo sucede. La magia que me rodea… ¿Por qué ahora cambia de color?

Aquella coloración rosa se vuelve azul neón, y todo su fulgor se concentra en la orquídea.

Me estremezco de pies a cabeza, como si me diesen un empujón, o es más bien un gran estornudo.

Sale expulsada esa magia teñida de azul. Avanza en línea recta, dirigiéndose al sector que no alcanzo ver dentro del parque.

La orquídea se desvanece ante mis ojos. En segundos pierdo la capacidad de andar como pañoleta en el aire.

—¡Ayuda! —Desciendo horrorizada, dando vueltas.

Resplandezco justo antes de tocar el suelo, y entre magia hecha polvo consigo volver a la mansión.

No puedo creerlo. Me encuentro justo en la entrada del salón Alcornoque.

Doy una caricia al vestido rosa melocotón.

«Es real, y está intacto» —pienso, con una emoción inagotable.

Abro las puertas. El rechinar de las mismas, seguramente despierta la curiosidad de cada invitado.

«Hora de tener los dulces dieciséis que merezco»

Los murmullos de la gente, ahora son elogios.

Bajo las escaleras, con un andar delicado, y por supuesto, con la frente en alto.

—¡Siempre admirada, nunca humillada! —Le exclamo a cada persona que antes se burló de mí.

—¡Esa es mi hija! —Presume mi madre, mostrando su orgullo.

Papá aplaude. Los invitados deciden imitarlo.

—¡La señorita, Beatrice Stella Amkind! —Soy anunciada por el animador de la fiesta.

Sonrío ampliamente.

La orquesta inicia un vals, mas no suena tan fuerte como el semejante aguacero que resuena afuera.

¿En dónde estaba?... Cierto. Ya viene siendo hora de elegir a un chico para mi baile de entrada.

Miro nuevamente a los del equipo de fútbol. Es un hecho que todos ellos estarían más que encantados.

Un momento... ¿Qué no deberían estar suspirando por mí?

Da igual. Sé que el capitán del equipo no podrá resistirse. Voy a convencerlo.

Muy coqueta me acerco. Sin embargo, él abraza a su novia, y así me da entender que no está disponible.

—No, gracias. —Me desprecia él delante de todos, tras soltar una carcajada burlona.

Sus amigos ríen como focas. Los fulmino con la mirada.

—Beatrice, dime, ¿a qué sabe una cucharada de tu propio chocolate? —Habla la novia del capitán—. Porque eso de rechazar a tu asistente… ¡Pobre chico! —comenta con ironía.

«Envidiosa» —deduzco, en mis pensamientos.

—Beatrice —dice mi nombre, en tono desafiante—. Opino que al menos deberías tener el valor de reconocerlo.

No me afectan sus palabras, incluso la miro con lástima.

—Heather, qué considerado de tu parte —le comento, siendo sarcástica—. ¿Sabes? Tienes razón. Es tan importante el valor, en especial si asistes a una fiesta a la que fuiste invitada, pero en realidad, no eres bienvenida.

Heather se mantiene boquiabierta e indignada, mientras que yo gano esta partida.

—Colibríes de Aruvialt. —Me dirijo al equipo—. Quisiera saber, ¿cuál de ustedes me acompañará, bailando.

Encuentro seriedad en sus rostros.

—¡¿Qué les ocurre?! —vocifero—. Bailen conmigo ahora.

Todos se niegan. Esa envidiosa de Heather ríe nuevamente. 

—Parece que el equipo no te perdonará ese desprecio que le hiciste a Vince.

—¡¿Quieres cerrar la boca?! —decido gritarle a Heather.

Esa estúpida se calla, pero interviene Alistair, su novio.

—Beatrice, cómo te incomoda escuchar verdades.

—¡Cállate y baila! —exijo enfurecida.

Alistair rueda los ojos.

—¡Haz algo, papá! —pido, sumida en un berrinche—. Dile a este granuja que baile conmigo.

Los invitados sueltan la risa otra vez. Al capitán de los colibríes no le basta con haberme rechazado, pues también se acerca, y con mucha ironía, palmea mi hombro.

—Pobre de ti… ¡Estás tan sola, Beatrice!

Derramo un par de lágrimas, y entre pensamientos imploro que la amargura abandone ya mis dulces dieciséis.

Suspiro.

—¡Ella no está sola!

De sorpresa, soy apoyada por alguien, tan desconocido… y elegante.

Un suspiro eleganteWhere stories live. Discover now