Capítulo 25

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Thomas en todo momento hizo que todos mantuvieran un ritmo constante mientras corrían por los caminos de piedra hacia el Precipicio.

Eiden creía que no iba a ser tan duro como la primera vez que entro en el Laberinto, pero eso fue totalmente erróneo. No llevaban más que unos minutos corriendo y si no hubiera sido por Minho se hubiera tirado hace mucho en cualquier esquina.
Eso era insufrible.

Pero aquello no era lo único que había pensado de forma errónea. El Laberinto había cambiado,era totalmente diferente a aquella vez.
Los sonidos de las pisadas retumbaban por las paredes y las luces rojas de las cuchillas escarabajo brillaban más amenazadoras entre la hiedra. No cabía duda de que los cabrones que los habían metido allí
estaban observando, escuchando. De un modo u otro, iban a tener que pelear.

-¿Estás asustado?-le preguntó Minho mientras corrían.

-No,para nada. Amo a los Laceradores. Me muero por verlos.

Eiden creía que así iba a poder liberar algo de tensión, pero no funciono. Solo sentía miedo y se preguntó si en algún momento volvería a sentirse como antes.

-¡Qué gracioso! -respondió él.

Minho iba justo a su lado(con su mano sujetando la suya), pero tenía los ojos clavados al frente.

-Tranquilo.No nos pasará nada. Tú solo quédate a mi lado.

El rubio no dijo nada y siguió corriendo deseoso de salir.

Continuaron corriendo durante un rato más y ahora el grupo estaba repartido por todo lo ancho del pasillo y corría a un ritmo constante, pero rápido; Él chico se preguntó cuánto tiempo iba a poder seguir corriendo.

Para Eiden, cada paso que daba era terrible. El valor que había conseguido reunir se había transformado en terror y no dejaba de preguntarse cuándo empezarían a perseguirles los laceradores.

Y así siguió todo mientras continuaban avanzando. Los habitantes que no estaban acostumbrados a correr tales distancias jadeaban con grandes bocanadas de aire. Pero ninguno se rindió. Continuaron corriendo,
sin rastro de los laceradores. Y conforme el tiempo pasaba, el ánimo de Eiden aumentó,pues cada vez estaban más cerca de la salida.

Finalmente, después de la hora más larga que había vivido Eiden, siguieron por el largo callejón que daba al último giro antes del Precipicio, un corto pasillo a la derecha que se bifurcaba en forma de T.
Eiden, con el corazón latiéndole con fuerza y el sudor resbalándole por la piel, se había colocado justo en el frente detrás de Thomas y Teresa.

Minho también aminoró el paso en la esquina, luego se paró y levantó
una mano para decirles a todos que hicieran lo mismo. Después, se dio la vuelta con una expresión de horror en el rostro.

-¿Oís eso? -susurró.

Eiden negó con la cabeza, tratando de eliminar el terror que le había transmitido la cara de Minho.
Minho avanzó sigilosamente y se asomó por el borde de piedra para echar un vistazo al Precipicio.

El chico retrocedió bruscamente y se volvió hacia él.

-Oh, no -dijo el corredor con un gemido-. Oh, no.

Entonces todos lo oyeron. Los sonidos de los laceradores. Era como si hubieran estado escondidos, esperando, y ahora hubiesen vuelto a la vida. Ni siquiera tuvo que mirar; sabía lo que Minho iba a decir antes de que lo dijera:

-Hay, como mínimo, una docena. Tal vez, quince -se frotó los ojos con las palmas de las manos - ¡Nos están esperando!

Un frío escalofrío de miedo azotó a Eiden con más fuerza que nunca. Miró a Minho y estuvo a punto de decirle algo, pero se detuvo cuando vio que no podía articular ningún sonido.

Newt y Thomas se habían acercado a la fila de los expectantes habitantes para unirse a Minho. Por lo visto, la declaración de Minho ya se había susurrado entre las filas, porque lo primero que Newt dijo fue:

-Bueno, sabíamos que tendríamos que luchar -pero el temblor de la voz le delató; solo trataba de decir lo correcto.

Antes había sido muy fácil bromear con Minho sobre la lucha cuando no había nada que perder, de la esperanza de sobrevivir,de la oportunidad de por fin escapar. Y ya habían llegado; de hecho, tenían la salida literalmente a la vuelta de la esquina.

Las dudas comenzaron a asolar en su mente. Se preguntó por qué los laceradores estaban esperándolos.

¿Será cosa de esos bastardos?

Un fuerte ruido que venía de atrás le interrumpió. Se dio la vuelta y vio más laceradores avanzando por el pasadizo hacia ellos, con los pinchos sacados y los brazos de metal estirados; venían del Claro.

Eiden estaba a punto de decir algo cuando oyó unos sonidos que procedían de la otra punta del callejón y vio aún más laceradores. Esas cosas estaban por todos lados; los tenían acorralados.

Todos se pegaron formando un grupo apretado, obligándole a salir hacia la
intersección abierta donde el pasillo del Precipicio se encontraba con el largo callejón. Vio a los laceradores entre ellos y el Precipicio, con los pinchos extendidos y su húmeda piel latiendo. Les esperaban, los observaban.

Los otros dos grupos de laceradores se habían acercado y se detuvieron a tan sólo unos pasos de los habitantes, también esperando, observando.

Eiden se pegó más a Minho y agarró su brazo con fuerza.Estaban rodeados. Y eso era totalmente terrorifico.

Ahora no tenían elección, no tenían dónde ir. Sintió un escozor en los ojos. Estaba seguro de que iba a llorar.

Los habitantes se apretaron aún más a su alrededor, todos mirando hacia fuera, apiñados en el centro de la intersección en forma de T. Eiden estaba pegado a Minho y Newt; notaba cómo Newt temblaba.

Nadie dijo ni una palabra. Los únicos sonidos eran los inquietantes gemidos y zumbidos del mecanismo de los laceradores que estaban allí sentados, como si disfrutaran de la pequeña trampa que habían puesto
a los humanos. Sus repugnantes cuerpos se contraían con su respiración mecánica.

-¿Qué están haciendo? -Pregunto Thomas-. ¿A qué están esperando?

Nadie respondió.

Todos los habitantes estaban callados y sujetaban con fuerza sus armas improvisadas.

-¿Tienes alguna idea?-Pregunto Thomas.

-No -respondió Minho-, no entiendo a qué están esperando.

-No deberíamos haber venido -dijo Eiden. Había estado tan callado que su voz sonaba extraña, sobre todo por el eco que creaban las paredes del Laberinto.

Thomas bufó:

-Bueno, esto es mejor que el Claro. Odio decirlo, pero prefiero que uno de nosotros muera a que muramos todos.

¿Lo había dicho enserio?¿Iban a poder salir?¿Podrían luchar contra todos?

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