Capítulo 11

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—Te juro, larcho, que creo que
nos debes considerar un puñado de inútiles.
¿Realmente piensas que nunca se nos ocurrió la ingeniosa idea de trepar las malditas paredes?

Por primera vez, sintió que Minho se había pasado de verdad. Pese a que diariamente se metía con él.

—Sólo trato de ayudar. ¿Por qué no dejas de rechazar todo lo que digo y me hablas? -Exclamo Thomas realmente furioso.

El Corredor saltó bruscamente y lo sujetó de la camisa.

—¡Es que no lo entiendes, garlopo! ¡No sabes nada y estás empeorando las cosas al tratar de mantener la esperanza! Estamos muertos, ¿me oyes? ¡Muertos!

No podía decidir qué era más fuerte en ese momento, si el miedo que sentía o la lástima que le provocaban.

Eiden observó las manos de Minho, aferradas a la camisa de Thomas.

—Minho, no debes hacer eso. Esta mal. Somos amigos. Suelta a Thomas, por favor. —Imploro al asiático.

Minho miro al rubio y miro sus manos en el cuello de Thomas, y suspirando soltó lentamente al chico y retrocedió.
Thomas se arregló la ropa con aspecto desafiante.

—Ay, hermano. —Susurró, desplomándose en el suelo y enterrando la cara entre sus puños apretados. —Nunca tuve tanto miedo en mi vida.

Quería decirle algo, que no pasaba nada, que pensará, que utilizará todo lo que sabía. ¡Cualquier cosa! Pero el miedo a ser insultado y juzgado esta allí.

Abrió la boca para hablar, pero la cerró inmediatamente al escuchar un ruido.
Minho alzó la cabeza y dirigió la vista hacía uno de los oscuros pasillos de piedra. Thomas a su lado empezó a respirar mucho más deprisa de lo normal.

Eiden afino su oído y descubrió que era ese sonido. Era un zumbido grave y constante, que venía de las profundidades del Laberinto. Producía un sonido metálico cada tres o cuatro segundos, como cuchillos filosos chocando entre sí. Se volvía más fuerte a cada momento, y se unió a él una serie de chasquidos espeluznantes, que parecían uñas largas repiqueteando contra un vidrio. Un gemido apagado llenó el aire, seguido del ruido de cadenas que se arrastraban.

Todo era terrorífico, y el escaso valor que había logrado juntar comenzó a desaparecer.

Minho se levantó, con la cara apenas visible en la luz que agonizaba. Pero cuando habló, Eiden imaginó que sus ojos estaban inundados de terror.

—Tenemos que separarnos, es nuestra única posibilidad. ¡Empieza a correr y no te detengas! —Exclamó.

Después dio media vuelta, agarro al rubio y salió corriendo a toda velocidad, haciendo que ambos se desvanecieran en pocos segundos, tragados por la oscuridad del Laberinto.

Eiden se quedó mirando el lugar donde habían dejado a Thomas mientras era arrastrado por Minho. El cual, lo agarraba con una fuerza inhumana.

Minho era un veterano, un Corredor. No debió dejar a Thomas atrás. Thomas apenas era un Novato. ¿Cómo pudo abandonado allí?, pensó.

—Minho...—Dijo con un hilo de voz.

Pero Minho no dijo nada.

—¡Minho! —Grito reuniendo todo su valor. —No puedo seguir...estoy muy cansado.

Y por primera vez en el día Minho paro en seco y miro fijamente a Eiden.

—No lo entiendes, Eiden. Sino corremos ellos nos atraparán.

—¿Y eso a ti que mas te da? ¡Me odias! — Exclamo Eiden librándose de su agarre.

-No... Yo no te odio.

- ¿No me odias? Pues lo parece.

-Vamos, Eiden. Por favor, no hay tiempo para tus estupideces ahora.

-No.

- ¿Qué has dicho? — Pregunto Minho acercándose peligrosamente.

- Que no. No pienso ir a ningún sitio contigo. Ya estoy harto de tu maldita actitud de Dios.

-Eiden, si no quieres quemarte no juegues con fuego. — El Corredor agarro con fuerza la mano del rubio y lo estampo contra la pared.

Las manos de Minho se deslizaron. Apretándome ligeramente la garganta con su pulgar y echando mi cabeza hacia atrás. Sentí la presión de sus labios contras los míos, con tal fuerza que impidió salir lo que fuera que estaba a punto de gritarle. Soltó mi brazo y sus manos bajaron hasta mis hombros, rozaron mi pecho y se posaron en mi espalda baja. Sentí ligeros escalofríos de pánico y ¿placer? Cerré los ojos y me dejé llevar por ese sentimiento que nunca había experimentado mientras las manos de Minho seguían acariciando mi cuerpo con ternura. Mordió ligeramente mi labio y se separo de mi con la respiración entrecortada pegando nuestras frentes. En ese momento mis piernas flaquearon y me deje caer en los brazos de Minho.

— ¿Por qué me haces esto? —Susurró dejándose llevar por los escalofríos que sentía ante su tacto. — No es justo.

— La vida no es justa. Vamos, hay que seguir. —Dijo volviendo a agarrar la pequeña mano del chico y empezando a correr de nuevo.

Según avanzaban los ruidos aumentaban. Sonaban como el rugido de motores junto con sonidos metálicos, similares a las cadenas en funcionamiento de una vieja fábrica de maquinaria. Luego llegó el olor, como de algo que ardía, aceitoso. No podía imaginar lo que les aguardaba. ¿Qué era eso? ¿Acaso era un Lacerador?
Estaba tentado a preguntar a Minho, pero se dio cuenta de que sería algo estúpido en esa situación.

Ambos corrieron más y más rápido, pero por más que corrían los sonidos atemorizantes de los Laceradores no se alejaban, sino que se acercaban cada vez más, produciendo un eco que se extendía por los muros del Laberinto. Le pareció ver destellos de luces a lo lejos, rebotando por el cielo nocturno. No quería encontrarse con la fuente de esas luces y de esos sonidos.
Pero ¿dónde podría ir?

A pesar de lo que Minho había dicho, existía la posibilidad de que podrían estar corriendo hacia los Laceradores en vez de estar huyendo de ellos.

Llegaron a un desvío y Minho se paró y examinó los tres caminos del Laberinto. Eiden no alcanzó a divisar ningún Lacerador, pero los sonidos se intensificaban: los zumbidos, los gruñidos, el traqueteo del metal. El aire se aclaró apenas y pudo distinguir algunos detalles más.

Escuchó que se aproximaban los ruidos de metal desde el Laberinto.
Chirridos. Zumbidos. Gemidos. Creyó ver un par de destellos rojos hacia su izquierda. Los Laceradores estaban cada vez más cerca, y era evidente que eran varios.

—¡Vamos!¡Por la izquierda! —Exclamo Minho y volvieron a correr.

Después de algunos minutos, vio el primer destello de luz que se reflejaba en las paredes interiores del Laberinto. Los ruidos terribles que venían acrecentándose desde hacía una hora, se transformaron en un sonido mucho más agudo y mecánico, como el aullido mortal de un robot.

Otro chirrido se escuchó por el Laberinto, cada vez más cerca, seguido por el traqueteo de máquinas y engranajes trasladándose a gran velocidad. Agarró fuerte la mano de Minho e instó a sus piernas a seguir corriendo.
Un momento después, algo rodeó la esquina que se encontraba delante de ellos y se dirigió hacia la pared.
Algo que nunca había visto antes.
Algo indescriptible y horrendo.
Un Lacerador.

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