Capítulo 12

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Eiden observó aterrorizado esa criatura monstruosa que se acercaba por el largo pasillo del Laberinto.

Era un personaje de pesadilla, como si fuera un experimento que había salido terriblemente mal. Parte animal, parte máquina, el Lacerador rodaba con un traqueteo metálico a lo largo del sendero de piedra. Su cuerpo era como el de una enorme babosa, cubierto de escasos pelos, con un brillo mucoso palpitando grotescamente al respirar. No se podía distinguir si había una cabeza y una cola.
Cada diez o quince segundos, unas púas de metal brotaban de su carne bulbosa y se transformaba abruptamente en una pelota, que rodaba hacia delante. Luego volvía a su estado anterior, y las púas se retraían dentro de su piel húmeda con un sonido nauseabundo, como el que se hace al sorber un líquido ruidosamente. Hacía eso una y otra vez, trasladándose muy despacio.
Pero el pelo y las púas no eran los únicos elementos que se proyectaban fuera de su cuerpo. Varios brazos mecánicos dispuestos al azar surgían aquí y allá, cada uno con una función diferente. Algunos tenían unas luces brillantes adosadas a ellos; otros exhibían unas agujas largas y amenazadoras; uno tenía una garra de tres dedos, que se abría y cerraba sin motivo aparente. Cuando la
criatura se deslizaba, esos brazos se doblaban y maniobraban para evitar los choques.

Se preguntó qué -o quién- podía haber creado unos monstruos tan repugnantes y aterradores.

Quedaba claro el origen de los sonidos que habían estado oyendo.
Cuando el Lacerador rodaba, emitía ese zumbido metálico, como la hoja de una sierra mecánica. Las púas y los brazos explicaban los repiqueteos espeluznantes del metal contra la piedra. Pero nada le causaba más escalofríos que esos gemidos estremecedores y cadavéricos que profería cuando se quedaba quieto, como el estertor de los soldados moribundos en el campo de batalla.

Ahora que lo veía no se le ocurrió ninguna pesadilla que pudiera igualar a ese asqueroso monstruo que apuntaba hacia él.
Trató de vencer el miedo, obligó a su cuerpo a seguir corriendo. Estaba seguro de que su única esperanza era evitar que reparara en ellos.

Quizás vaya por Thomas y a nosotros nos deje.

Pero la realidad de la situación le cayó como una piedra en el estómago. El Lacerador se desplazaba rodando y repiqueteando, moviéndose en zigzag, gimiendo y zumbando. Cada vez que se detenía, los brazos metálicos se desplegaban y giraban de aquí para allá, como un robot buscando señales de vida en un extraño planeta. Las luces proyectaban sombras siniestras a lo largo del Laberinto. Un recuerdo débil trató de escapar de la cárcel de su memoria: había sombras en las paredes, él era pequeño y parecía estar encerado, estaba asustado. Ansió regresar a ese lugar dondequiera que fuera.

Un fuerte olor a algo quemado le hizo picar la nariz, una mezcla desagradable de motores recalentados y carne calcinada. No podía creer que alguien hubiera creado algo tan espantoso para perseguir niños.

Trató de no pensar en eso, cerró los ojos por un momento y se concentró en no parar y correr en silencio. La criatura se encontraba cada vez más cerca.

El monstruo les pisaba los talones.

Te lo suplico, ve en la otra dirección, vete por Thomas, imploró para sus adentros.
Da la vuelta.
Vete. Por allí. ¡Por favor!

Las púas saltaron hacia fuera y continuó rodando.
Rrrrrrrrrrrrrrrrrrrr.
Clic-clic-clic-clic.
Se quedó en reposo por unos segundos y luego aceleró el paso.

Sintió que la última gota de esperanza se escurría de su cuerpo.
Sabía que la única opción que le quedaba era separarse de Minho y hacer de cebo.

Minho, lo siento. Pensó, soltando su mano y parando en seco.

Tengo que moverme hacia el costado así, el Lacerador dejará a Minho y vendrá a por mí.
Él tenía razón, alguien iba a salir del Laberinto, herido pero vivo. Y Eiden sabía desde el principio que no iba a ser él. No después de ese beso.

Un rápido vistazo hacia atrás le reveló que su perseguidor ya había atravesado la mitad de la distancia que los separaba y se
desplazaba rápidamente, sin detenerse.
Los sonidos del Lacerador no cesaban, y ahora había agregado un estruendo de rocas que se partían a su paso, que lo estremecía hasta los huesos.
El monstruo había alterado el rumbo y ahora se enfilaba directamente hacia él.

Sabe que no tengo salida, pensó. Era el final. Su vida se había acabado tan sólo una semana después de haber llegado al Área.

Aunque la pena lo consumía, había tomado una decisión: iba a proteger a Minho. Costará lo que costará.

El Lacerador se abalanzó sobre el chico y este cerró los ojos y espero su final, pero este nunca llegó.

Cuando el Lacerador estaba a punto de pinchar al rubio, el corredor salido de la nada y empujó fuertemente al monstruo hacía una pared que se cerraba.

—Minho...—Dijo mientras abría los ojos.

—¡Eh, no vayas a llorar! —Exclamo de forma burlona. —Los chicos...

Antes de que el asiático terminara de hablar Eiden se abalanzó sobre él y comenzó a llorar.

—Larcho...—Dijo sin saber que hacer.

—Gracia, gracias, gracias...

—No hace falta que las des. Somos amigos...

El rubio levantó un poco la cabeza y sonrió ampliamente al mayor mientras alguna lágrima traicionera seguía saliendo.

—Bueno, bueno...—Dijo dando pequeños golpes en la cabeza de Eiden. —Venga, deja de llorar. Debemos seguir. He visto a Thomas. Y tiene problemas.

Minho levantó a Eiden, lo agarró de la mano y comenzaron a correr otra vez.

Eiden sabía que Minho no era alguien que mostrará fácilmente lo que sentía, pero él estaba realmente agradecido con él.

—Dónde... ¿Dónde está Thomas? —Pregunto con la voz entrecortada.

—Un poco más adelante.

Tres pasadizos después se encontraron a Thomas de frente, y Minho no dudo en agarrarlo y arrastrarlo hacía su pasillo. Thomas intento luchar para librarse del agarre de Minho, Pero se calmó cuando se dio cuenta de que éramos nosotros.

—Pero qué...

- ¡Cállate y sígueme! —Gritó, empujando a Thomas hasta que este logró ponerse de pie.

Sin perder un segundo, los tres se recobraron y corrieron juntos por el Laberinto.
Minho parecía saber exactamente lo que estaba haciendo y hacía dónde se dirigía: nunca se detuvo a pensar qué camino tomar.
Al doblar la esquina siguiente, Minho intentó hablar, con la respiración entrecortada.

—Vi lo que acabas de hacer... cuando te arrojaste... allá atrás... me dio una idea... sólo tenemos que soportar un poco más.

Eiden no sabía de qué hablaba Minho, pero prefirió no decir nada y concentrarse en no soltar a su mano. Pese a que era un cretino integral, se habia enamorado de él.

༻нαѕтα єℓ fιиαℓ (мιинσ у тυ)༺Where stories live. Discover now