—Ya lo sé, pero...

—¿Pero qué? Sabes que puedes decirme lo que sea.

—Tengo miedo de que dejes de quererme algún día

—Eso nunca.

—¿Y si hago algo muy malo?

—¿Has hecho algo muy malo?

—No, pero puedo hacerlo.

—Bueno, pues tal vez te regañe primero pero te seguiré amando como siempre y me quedaré a tu lado también.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo —me estrecha entre sus brazos y luego se separa para buscar algo en sus bolsillos—. Tengo algo para ti. 

—¿Qué es?

—Una carta que te escribió tu abuela Edith antes de morir, quería que te la entregáramos cuando tuvieras dieciocho. 

—Gracias, papá.  

—No es nada.

—Intenté escribirle una carta... —confieso en un susurro, me da vergüenza decirlo en voz alta—. Ya sabes a... Benjamín.

—¿Y cómo resultó?

—Puedes leerla tu mismo.

Se la entrego y él la abre antes de mirarme con confusión y leer en voz alta.

«Querido Benjamín: no sé ni siquiera por qué escribí querido si ni siquiera te conozco. No sé qué escribir, ¿espero que disfrutes la cárcel?...». —me regala una leve sonrisa—. Bueno... por algo se empieza.

—No soy buena en esto —le quito la carta, la arrugo y la lanzo al basurero. No encesto—. ¿Te enojarías conmigo si te dijera que quiero ir a verlo a la cárcel? Necesito ponerle una cara para cerrar de una vez por todas este capítulo y seguir con mi vida. Ignacio me va a acompañar, él también quiere verlo.

Ignacio Aravena es mi mejor amigo de toda la vida y recientemente descubrí que éramos medios hermanos, ahora entiendo por qué nadie lo llama por su primer nombre: Benjamín. Supongo que ni su mamá ni su papá querían escuchar el nombre de ese hombre y desde que tengo memoria todos lo llaman Ignacio.

—No, no me enojaría pero creo que a tu madre no le gustaría mucho.

—¿Puedes hablar por ella por mí?

—¿Por mi ratoncito? Cualquier cosa.

***

Papá nos trae a Santiago después de que tuvo una larga charla con mamá y promete que estará esperándonos afuera por si lo necesitamos pero que nos dará un poco de privacidad. Solo nos dejan entrar de una persona porque al parecer es una persona peligrosa e Ignacio es el que entra primero, yo necesito unos momentos para calmarme y aclarar mis ideas, todavía ni siquiera sé qué decir.

Cuando Ignacio sale, estoy a punto de salir corriendo, tengo muchas ganas de vomitar pero él me promete que todo estará bien, que es solo un trámite y que me sentiré mejor después. Me acompaña uno de los guardias y me deja frente a un desaliñado hombre, tan delgado como un esqueleto, con enormes bolsas bajo los ojos que están inyectados en sangre y una barba que no se ve para nada higiénica. Un hombre completamente vencido por las drogas.

—Cualquier cosa, estaré dando vueltas por aquí cerca, niña —dice el guardia y luego nos deja solos. Benjamín no deja de mirarme de arriba a abajo.

—¿Sabes quién soy?

—Cassia Gilbert, no pensé que volvería a verte.

—Gassmann —corrijo sin siquiera pensarlo—. Cassia Gassmann es mi nombre.

—Él no es tu padre.

—Sí que lo es, él es mi único padre, tú no eres nadie.

—¿Entonces por qué estás aquí?

—Necesitaba cerrar este capítulo para siempre y para eso tenía que ponerte un rostro.

—Hija, yo solo quería conocerte.

—¡No te atrevas a llamarme hija! Perdiste ese derecho hace muchos años y como te dije antes, el único padre que tengo para la ley y para mí es Diego Gassmann, no tú —lo miro con asco, creo que nunca había sentido eso por una persona—. Eres un cobarde, nunca te atreviste a luchar por mí o por mi hermano, pero ¿sabes qué? Te perdono, porque si no hubieses sido una mierda de persona, nunca hubiera crecido en la perfecta familia que tengo y no tendría una papá tan maravilloso así que gracias —doy un paso hacia atrás dando por finalizada la conversación—. Está es la primera y última vez que me verás pero como ya te dije, te perdono.

Me giro para alejarme de una vez por todas pero su voz me detiene:

—Creí que me odiabas, ¿por qué me perdonas?

—Porque no merece la pena envenenar mi corazón con odio por alguien que no lo merece. Solo por esa simple razón, hasta nunca, Benjamín.

Salgo corriendo antes de que diga nada más y sigo haciéndolo hasta llegar donde está papá de pie afirmado en su auto. Aumento la velocidad y llego hasta sus brazos que me esperan abiertos como siempre, me pongo a llorar sin poder evitarlo. Él me acaricia el cabello con paciencia, esperando a que yo diga algo.

—Te amo, papá, te amo.

—Lo sé, ratoncito, yo también te amo.

—No quiero volver nunca más a este lugar.

—No lo harás.

—Llévame a casa, por favor.

—Tus deseos son ordenes.

Nos subimos los tres al auto y papá comienza a conducir hasta viña. Lo que necesito hacer ahora es hablar con mamá, abrazarla y pedirle que me contenga porque mi familia es lo más importante que tengo en la vida, en realidad, lo único que tengo.

Muchos tal vez pensarían que le dije todo eso a Benjamín para herirlo pero esa nunca fue mi intención, solo le dije la verdad y es que nunca me faltó nada, ni material ni afectivo, tengo el mejor hermano y los mejores padres del mundo, quienes a su vez viven su amor como si fuera el primer día. Creo que esa es una de las cosas a las que más aspiro llegar después de terminar mi carrera, encontrar un amor como el de ellos y disfrutarlo al máximo, cometer todo tipo de locuras por amor, comportarnos como niños pero también como adultos cuando corresponda, dar la vida por el otro y mucho más. Tal vez piensen que mis expectativas son demasiado altas y que por eso tal vez me quede sola toda la vida, pero yo sé que no lo son, sé que es algo que todos se merecen vivir alguna vez en la vida y tengo fe de que en algún lugar del mundo esa persona está pensando lo mismo que yo. 

Cartas a BenjamínWhere stories live. Discover now