Capítulo treinta y siete

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Aiden:

Cerré la puerta detrás de mí mientras mantenía la mirada de su padre. No quería que pensara que era un tipo que no podía mirarlo a la cara por vergüenza, quería demostrarle que no era un cobarde.

Gastón corrió la silla del escritorio y se sentó al mismo tiempo que me señalaba que hiciera lo mismo.

—¿Cómo estás, Aiden? —me preguntó. Su tono no era autoritario pero tampoco parecía ser del todo amable.

«Un poco incómodo.»

—Bien.

—Me dijo mi mujer que has estado viniendo seguido a casa. A ella le caes muy bien, dice que eres un buen chico.

Sonreí levemente.

—Sí —respondí, sintiéndome tonto por no saber qué más agregar.

—¿Sabes? Desde el día en que cruzaste la puerta de casa, esa vez que viniste a estudiar, supe que algo entre ustedes pasaría. Y no me equivoqué. Mi esposa también pensó lo mismo. Y concuerdo con ella en que no pareces ser un mal chico pero, por más seguros que estemos, hay un porcentaje de duda que no podemos ignorar. Sobre todo, yo. La confianza hay que ganársela, Aiden.

—Lo sé, y puede confiar en mí cuando le digo que no pretendo ni pretenderé lastimarla jamás. Emma siempre ha sido muy buena conmigo en todo momento y he empezado a tenerle mucho aprecio desde que vi lo buena persona que es.

—Para empezar, no me trates de usted porque la formalidad nunca me ha gustado —sonrió a medias, y ese pequeño gesto me generó un poco más de confianza.

—Perdón.

—En los últimos días he oído a Emma expresarse de una manera... distinta. Parece estar muy feliz. La noto distinta, pero para bien y eso me gusta. Por eso te pido que no la hieras, que no la engañes, que siempre que debas decirle algo, en vez de mandarte macanas y dejar pasar las cosas, que hables lo que tengas que hablar y no le ocultes nada, porque la conozco, es muy sensible. Si en algún momento sientes que ella está incómoda por algo o te dice que alguna cosa no le gusta, escúchala. Te lo digo por experiencias pasadas. Primero está la relación, porque sino, las parejas por no escuchar se van desuniendo. Emma es mi primera hija, la amo con todo el corazón como al resto de mis hijos, y no quiero que sufra. He visto cómo tratas a tus hermanos y cómo son ellos contigo, pareciera que eres su padre en vez de su hermano, así que podrás comprender el miedo que siento por que sufra.

—Sí, lo entiendo muy bien. Como dije, no pretendo hacerle daño. Quiero mucho a Emma. Y espero que esta relación funcione, es importante para mí.

—Me alegra que aclares que no quieres dañarla, pero no puedo abrirte mi entera confianza hasta que vea que te la estás ganando.

—Y lo entiendo —asentí. Y realmente lo hacía. Porque el día en que Cassie llegase a decirme que hay alguien con el que está saliendo, me pondría en papel de hermano mayor sobreprotector y me aseguraría de que nada malo le llegue a ocurrir.

—A partir de hoy tienes las puertas abiertas a mi casa, y aunque no me guste ver llorar a mi hija, sé que puede pasar en algún momento en que no concuerden en algunos aspectos y que eso los lleve a una discusión, pero lo que te aclaro, y es para que lo pienses siempre dos veces, es que si la engañas o le pegas o te aprovechas de ella, no te lo voy a perdonar nunca y tendrás prohibida la entrada a mi casa —habló con seriedad. Sentí un pinchazo de envidia por cómo él trataba a su hija. Yo ni siquiera tuve a un padre que me dedicara un simple «buenos días» en la mañana.

—Me queda claro —dije con toda la sinceridad del mundo.

Jamás le he pegado a una mujer y jamás pensaría en hacerlo. Mi mente quedaría manchada. Yo mismo me sentiría una mierda con sólo dejar que esa idea se cruzase por mi cabeza.

La tristeza de sus ojos  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora