Capítulo veintisiete

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Aiden:

—Ve a ordenar tu cuarto —le pedí a Cassie cuando me preguntó en qué podía ayudarme. Asintió y desapareció corriendo—. ¡Y dile a Nick que te ayude!

Acomodé las sillas y tiré las cenizas de cigarrillos en la basura. Metí la cajetilla en un cajón y lo cerré con llave para que los niños no tocaran ese tipo de cosas. Levanté un par de botellas y latas de cerveza tiradas alrededor del sofá.

En la mañana desperté para levantar a los chicos e ir al colegio y me llevé una sorpresa al ver la pequeña sala con todas esas malditas cosas tiradas en el suelo. Vi la campera de Peter sobre el sofá individual y supe que estaba durmiendo con mi madre. No entendía cómo es que después del incidente del otro día mamá lo dejó entrar a la casa otra vez. Encima no se molestaron en limpiar para que yo no me diera cuenta. Si no fui a despertarlos para sacarlo a patadas de la casa fue sólo para no armar lío tan temprano y para que los chicos no se fueran preocupados al colegio. No quería afectar sus estudios. Pero, hace un rato, después de buscar a los niños, entré en la casa y hablé en privado con mamá en su habitación. Le dije mis disgustos pero, como siempre, fue en vano.

Ahora ella estaba durmiendo y nosotros, sus hijos, limpiando su maldito desastre. 

Por suerte Peter ya no estaba en casa. 

Empecé a barrer en las esquinas y luego alrededor del sofá. Me agaché para ver si había alguna cosa tirada debajo de él. Mis cejas se fruncieron y mi corazón empezó a palpitar con fuerza. De repente, la angustia se aferró a mí y tuve que contenerme para no maldecir. 

No puede ser que esto estuviera pasando. 

Retiré la prueba de embarazo de debajo del sofá y tapé su resultado para no verlo. Me puse nervioso y me levanté sintiendo la respiración pesada. Empecé a caminar de un lado a otro rogando mentalmente que el test diera negativo. 

Uno de los malos hábitos de las personas es hacernos la cabeza cuando estamos en una situación complicada. A veces, nosotros mismos nos creamos los dilemas. Empezamos a preocuparnos por nada y somos negativos para engañar al destino y que las cosas nos salgan positivas. No me excluía de ese tipo de personas. Pero sí en este momento. Ahora lo que tenía en mi cabeza eran pensamientos malos sobre la situación, pero sin tener intenciones de atraer a lo positivo porque sabía que no había positividad en esto. Mi pecho mantenía esa mala sensación. 

—¿Qué te pasa? —la voz de Cassie me obligó a darme la vuelta. 

—¿Qué? —pregunté algo distraído. 

—¿Qué pasa?

Empecé a negar. 

—Nada. ¿Por qué?

—Porque estás muy pálido y parece que no puedes respirar mucho. Estás agitado —observó—. ¿Qué tienes ahí en la mano? —señaló la prueba. La escondí detrás de mi espalda cuando se acercó a ver qué era. 

—Nada. 

—No me mientas —me miró con reproche. 

—No lo hago. 

—¿Qué tienes ahí? —se cruzó de brazos. No quería agarrármela con ella, sólo estaba siento una niña curiosa, pero este momento de incertidumbre ya bastante nervioso me tenía. Quería estar solo para ver la respuesta. 

Mierda. Quería matar a mamá por hacernos esto. A mí me gustaban los niños pero, ¿otro bebé? ¿En serio? ¿Es las circunstancias en las que estábamos? La juzgaba. La juzgaba por parecer una niña inmadura a la que había que explicarle las cosas cuando ya tenía treinta y pico de años y sabía qué hacer y qué no. En el fondo la respuesta del test era clara para mí.

La tristeza de sus ojos  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora