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Hugo cerró la puerta. Linda se acercó a él y lo miró con una extraña vibra: enojo. No le sorprendió; él sabía que sus capacidades se habían puesto en duda cuando la niña había pedido estar con Aarón en vez de con él. "En una fiesta, tú eres el hombre de la casa. No sólo debes atender a las invitadas, las niñas deben buscar y añorar tu compañía en ese momento. Debes hacer de su experiencia algo tan divertido, que se olviden de sus propios hombres" le había dicho la doctora N. "Si fallas, discúlpate pero no te desgastes en sentir enojo hacia ti mismo, usa tus energías para preguntarle a tu dueña qué hiciste mal, qué puedes mejorar, y preguntarte a ti mismo: ¿qué puedo hacer la próxima vez para que esto no pase?"

- Señorita L. lo siento mucho; ¿qué puedo hacer...?

Ella, sobrecogida por el enojo, le soltó una bofetada. Los ojos de Linda se llenaron de lágrimas y, desesperada, comenzó a gritar.

- ¿¡Cómo pudiste avergonzarme de esta manera!? Jamás, jamás les digas que algo te hace falta, jamás menciones que hay algo que ellos tienen que tú no. ¡Nunca había estado tan apenada en toda mi vida!

Linda lloraba a mares, poniendo su cara en sus manos, en un gesto teatral.

- Y ahora estoy atrapada contigo. Resulta que ni siquiera eres un buen cuidador de niñas. ¡Era todo lo que me importaba y ni siquiera eso puedes hacer bien!

Hugo no dijo nada, ni siquiera se atrevió a tocar su mejilla para aliviar el dolor quemante, que ardía cada vez más fuerte.

- Voy a regresarte mañana, no me importa cuánto tenga que pagar. Eres inútil; pagué una fortuna y no sirves para nada.

En el centro de adopción jamás le habían pegado, pero le habían enseñado muy bien que ese era un posible castigo por sus errores; había cometido demasiados durante la fiesta.

Linda, llorando desconsolada, subió a su habitación.

Como siempre, Hugo no se atrevió a cuestionar la situación. Tranquilamente procedió a limpiar todo; tristemente, su dueña no le había dado la indicación de comer, cosa que no podía hacer a menos que le dieran permiso, así que después de un día agotador y lleno de errores, él debía ir a dormir sin cenar. No se llenó la cabeza con nada tormentoso; la decisión que Linda tomara no le concernía a él, y aceptaría las consecuencias . Lo único que sí ocupó su mente ese día antes de dormir, fueron las palabras de Linda: "jamás les digas que algo te hace falta, que hay algo que ellos tienen que tú no." Se preguntó, ¿la señorita L. me está pidiendo que mienta? Una de las cosas que más le habían inculcado era el no mentir jamás, pero la otra era siempre obedecer a su dueña; ¿qué comando era superior? Tendría que guardar esa pregunta para la doctora N. La anotó en su lista de temas a tratar durante su visita mensual al centro de adopción.

- Ay hija, pues yo te recomendaría que te quedaras con este, si tanto te había gustado. Mira, ningún hombre es perfecto al principio, todos van a cometer errores mientras aprenden exactamente cómo eres y las reglas de tu casa. Además, conociéndote, estoy segura de que estás exagerando las cosas. Primero que nada, porque Julieta te pidió permiso para que Aarón se levantara; son tus amigas cercanas, existe esa confianza, ellas saben que tu hombre es nuevo, estoy segura de que a nadie le pareció gran cosa. Y lo de la chamarra, yo creo que ahorita ya ni se acuerdan. Ya te he dicho que no seas tan exagerada.

Linda sabía que su madre tenía razón, pero no le iba a dar el gusto de decírselo.

- No lo sé, mamá- fue lo único que atinó a decir.

- Los hombres no son buenos leyendo la situación, deduciendo qué deben hacer cada vez, su cerebro no les da para comprender esas sutilezas, ellos solamente harán lo que tú les digas, y va a ser un proceso de toda la vida el estarle enseñando esas cosas. Pero recuerda que su mayor talento es obedecer. Sólo dile exactamente cómo quieres las cosas y verás cómo sigue tus palabras al pie de la letra. Para que se vuelvan nuestros compañeros perfectos, hay que tenerles paciencia. Si cada vez que un hombre comete un error, lo desechas, jamás vas a encontrar lo que estás buscando, eso hay que crearlo.

Linda guardó silencio, un silencio cargado de impaciencia.

- Dale una semana más, ¿sí? Pero no lo dejes a la deriva, ve y dile qué quieres que haga.

- Sí, además, ¿sabes qué? Aún hay muchos desperfectos que arreglar en la casa, debería aprovechar.

Linda bajó a la cocina, donde su desayuno estaba listo. Un poco de su enojo se disipó al ver ese desayuno tan perfecto que, aún llenando de especificaciones su petición por hombres temporales, nadie en los meses desde que Elías había enfermado había podido cocinarle.

Hugo la recibió en silencio, con su perpetua sonrisa; apartó la silla para ella y le entregó su periódico matutino. Era sábado, día de descanso, que Linda aprovechaba para darle toda su atención a la tienda de ropa. Mientras Linda comenzaba a desayunar, Hugo se apresuró a exprimir jugo de naranja fresco para ella; sabía que le gustaba recién exprimido.

- Hugo, vamos a ir a visitar a mi encargada de marketing para ver cómo podemos mejorar las estrategias y hacer más visible mi tienda; alista todo, pondré la ubicación en el mapa...¡ah! Pero antes que nada, desayuna.

- Gracias, señorita.

Después de darle su jugo, sacó una de sus latas de comida, se la sirvió, y fue a su mesa a comerla.

La verdad era que Linda no tenía paciencia, y ella misma lo sabía; jamás se lo admitiría a alguien más, mucho menos a su madre, pero podía admitírselo a sí misma.

Las Bestias (NaNoWriMo 2019)Where stories live. Discover now