Séptimo pétalo

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LA SOMBRA

Durante años la sombra me ha perseguido.

Fue mi compañera y confidente desde el inicio de mi existencia.

Mi padre solía decir que cada uno de nosotros posee una sombra porque esta nos da una identidad, una razón de ser y sin ella no seríamos nada.

Me recuerdo de niña, dando pequeños pasos por el parque, curiosa miraba a mi alrededor en busca de alguien con quien jugar. Por extraño que pareciera había pocos niños y todos ellos ocupaban cada uno de los juegos, de manera que ya no había lugar disponible, pensé en acercarme a ellos para platicar y hacer nuevas amistades, pero justo fue cuando mi madre me dijo:

-Mira, ahí hay un juego desocupado; puedes subirte en él -señalando hacia un extremo.

Las ramas de los árboles cubrían una esquina abandonada donde un sube y baja descuidado, lleno de tierra y de polvo se perdía entre sus hojas, dejándolo oculto a simple vista.

Una vez me subí en él, rechinó de lo oxidado y yo en aquel entonces era una pluma, ligera, que podía tomar vuelo en cualquier instante por un peso mayor. Por eso mismo mis padres decidieron no subirse en el otro sitio.

-¿Quieres que apoye mis manos aquí para que subas, mi niña?-me había preguntado mi padre recargándose.

Negué. Le dije que prefería jugar sola, pero en mi interior supe que no sería así. Ahí estaba la sombra, sentada en el asiento que los demás daban por libre, esperando que comenzara el juego, que me diera impulso; en fin, esperando...

El sol la proyectó en el suelo, una mancha negra con forma de niña yacía jugando conmigo. Mis padres se sentaron en la banca que encontraron más próxima debajo de un roble que tan cordial les ofrecía su propia sombra para protegerlos de los rayos del sol, conversaban mientras ella y yo nos divertíamos.

El once de mayo de 1989 fue mi baile de graduación. Por fin entraría a la universidad, poco faltaba para llegar a la meta y cumplir mis sueños. Ese día llevé puesto un vestido rojo intenso y entré al salón sujeta del brazo de mi novio, con quien tenía planeado bailar toda la velada.

Al entrar, mis amigas me recibieron con abrazos, se respiraba un acalorado entusiasmo en el ambiente. Los profesores me felicitaron por mi exitoso trayecto en el colegio y mis buenas notas. Agradecí complacida.

-De hecho, mis padres acaban de enmarcar y colgar mi diploma en la sala -añadí orgullosa, pensando que nosotros cada que pasáramos por ahí recordaríamos tan esplendido día, cuando dejé de ser una niña para convertirme en una señorita, pronto una profesional con carrera y un futuro por delante.

-¡Felicidades! Estoy seguro de que alcanzarás todo lo que te propongas-aplaudía el director-. Eres una chica que tiene potencial y mucho que ofrecer al mundo, vaya que sí.

Y colocando su mano en mi hombro, sonrió y me guiñó el ojo.

Aún hoy recuerdo aquellas palabras dulces de buena fe, deseándome suerte.

Luego de unas cuantas conversaciones y bailes, mi pareja y yo subimos al segundo piso donde había una azotea, observando al cielo oscurecer que mezclaba sus tonalidades con purpuras y grises, y cómo el sol se escondió despidiéndose para dar lugar a que la noche se presentara, dando bienvenida a la luna.

-Y bien, lo logramos; lo hemos conseguido -dijo mi novio.

-Sí, pero, ¿sabes qué más falta para que este día termine como uno de los más bellos y perfectos de todos?

-¿Qué?

-Esto.

Lo besé y él me siguió la corriente, haciendo del beso más apasionado. Puse mis manos alrededor de su cuello. Por más profundo que fuera manteníamos siempre la delicadeza al mover los labios.

Florilegio de cuentos Where stories live. Discover now