Undécimo pétalo

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El encierro

Cuando dio a luz fue el descubrimiento de un milagro, su consuelo.
Ahora no estaría sola, pues alguien que amaba y por quien era amada llegó a su vida. Fue entonces que del frío pasó a la calidez de un cuerpo cerca del suyo. La estrechez de su encierro ya no era tan asfixiante y las veces en que la tocaban cesaron desde ese día.
Ya no intentó desatarse, ahora su atención estaba en el cuidado de su bebé, quien se arrulló junto a ella.
Sin embargo, los momentos de paz no duran, se quiebran por una nueva fatalidad.
Él había regresado y en su visita se llevó al pequeño. Su madre lo llamó a gritos.
Se revolcaba en la suciedad, entre el hedor de la muerte, del sufrimiento.
Nunca nadie jamás la escuchó mugir.

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