A & S.

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Capítulo especial.

Dos años antes de “La decisión de Nacor”.

Aimara Hudson.

Suspiré cansada como por enésima vez. Mi codo estaba clavado en la mesa, mientras mi mano sujetaba mi cara ladeada. Mi vista estaba fija en todo el restaurante Hudson. Eran aproximadamente las nueve de la noche, quedaban algunos clientes ya atendidos por irse y mi abuela Mari estaba literalmente dormida encima de una silla a mi izquierda.

Ojalá yo también pudiera echarme una siesta, pero hasta que no apareciera Nacor para cambiarme el turno, no podía irme de aquel restaurante familiar. Era el primer día de trabajo para mi primo en el restaurante, mientras que yo ya llevaba una semana.

Nuestra familia ya era demasiado adulta para estar haciendo pizzas, por lo que los más jóvenes seguiríamos manteniendo el restaurante en pie. Pero en ese mismo instante, desearía ser como Mari y poder dormir por al menos tres días.

—¿Durmiéndote en el trabajo, pizzera? —escuché su voz y observé como el rubio de mi primo entraba por la puerta.

Sonreí con verdadera emoción.

—Ya era hora —me incorporé en la mesa y empecé a recoger todas mis cosas—. Estoy muerta.

Cuando ya tuve todo listo, alcé la mirada y la posicioné en Nacor, sin embargo, su rostro me hizo volver a dejar todo lo que había agarrado. Algo iba mal y no sabía que era.

—Veras Aimi... —susurró.

—¿Qué ocurre? —cuestioné.

—No podré hacer el turno de esta noche —avisó y después de unos segundos, volvió a hablar—. Ni tampoco los turnos del resto de mi vida.

Mi cara se descompuso.

—¿Qué quieres decir? —dije incrédula.

Se rascó la nuca, nervioso.

—El abuelo Ray se muda a Mississippi para hacer algunos combates —me miró fijamente a los ojos—, y me ha pedido que vaya con él.

Inmediatamente entendí toda la situación. La relación que Nacor y mi abuelo tenían era demasiado especial. Si Ray le pedía a mi primo tirarse por un puente, él lo haría. Cumpliría todos los deseos que estuvieran en la cabeza de nuestro abuelo, porque lo quería y mucho. Cerré momentáneamente los ojos, sabiendo que me esperaba un largo tiempo trabajando allí sola, sin su ayuda. No pude juzgarlo, había aceptado algo que quería hacer, que era mantenerse al lado de él y acompañarlo en sus combates de boxeo.

Solo podía aceptarlo.

—¿Cuándo te vas? —fue lo único que pregunté.

—Por la mañana, tengo que ir a preparar las maletas —informó.

Y sin decir más, ambos nos fundimos en un gran abrazo. Lo echaría de menos, era el único primo que tenía de mi misma edad, ambos nos entendíamos, éramos como amigos, como hermanos.

—Cuida mucho del abuelo —le pedí.

—Lo haré —aseguró y antes de alejarse de mí, me dio un beso en la frente—. Te llamaré a menudo.

Intenté no echarme a llorar, odiaba las despedidas. Solo podía pensar en que volvería pronto.

—Más te vale —amenacé con mi dedo índice.

Con cuidado, se acercó hasta la abuela Mari y le dio un beso igual que el mío en la frente, pero esta vez con cuidado, para no despertarla. Todo había sido muy repentino, pero no juzgaba al rubio, ya que era culpa de mi abuelo esta decisión tan de repente, ese era su problema, no lo hacía con meses o semanas de antelación.

La decisión de Nacor ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora