CINCO PAVOS

24.6K 4.2K 880
                                    

Hoy me he quedado muy poco tiempo en la biblioteca. A las 18.30 h he ido a casa, me he duchado, me he vestido con una camisa y unos pantalones chinos, y, a las 21 h, tras tomarme una tila doble, he usado el ascensor para bajar al octavo piso donde, ¡he quedado con Rebeca!

Ahora me encuentro sobre el felpudo de su casa. Respiro profundo y antes de que el nerviosismo me domine, levanto el brazo y llamo a la puerta: ¡Toc, toc!

—Todo va a ir genial —me digo a mí mismo, pero empiezo a dudar de mis palabras cuando transcurre un largo minuto y nadie me recibe—. Estará preparando los últimos detalles —quiero pensar, y vuelvo a llamar.

Pero nada. Resulta tan inútil como la primera vez. Culpo a mis débiles nudillos y pulso el botón del timbre: ¡¡¡Riiiing!!! En vano. Ha tenido el mismo éxito.

—¿¡¿Rebe?!? ¿Estás ahí?

La puerta vecina se abre y aparece un señor mayor, de unos setenta años, vestido con una camiseta interior de tirantes que deja al descubierto parte de su barriga, y un viejo pantalón de tela.

—¿Muchacho, vienes a ver a la nieta de la Bibiñe?

¿Bibiñe? ¿Así se llama su abuela?

—Eh... Vengo a ver a Rebeca.

El hombre asiente y comenta:

—Qué chica más maja. Lo que ha pasado esa familia, no se lo deseo a nadie. —Tras acariciarse la barbilla, añade—: Menos mal que la muchacha es fuerte... Ya lo decía su padre: «¡Esta niña tiene mi pelo rojo, es puro fuego!». Él y yo éramos buenos amigos, ¿sabes?

Amable, sonrío y le digo:

—Su padre tenía razón. Rebeca es muy fuerte.

—Así es. Y me agrada ver que últimamente está contenta —me confirma lo que ya me insinuó su abuela.

—Vaya, ¿y eso? —intento disimular la felicidad que me aporta su observación, pero me cuesta mucho que mi rostro no irradie alegría.

—Pues... Me he cruzado con ella un par de veces este último mes, y parece que ya vuelve a sonreír. La muchacha lo pasó muy mal tras la muerte de sus padres. Menos mal que tiene a la Bibiñe.

«Y a mí. Ahora también me tiene a mí», le quiero decir, pero me controlo, aunque el señor parece haberme leído la mente:

—Me alegra que se haya echado un noviete como tú. —Me guiña un ojo—. Se nota que es feliz contigo.

Mis ojos se abren, mi rostro rebosa de satisfacción y no puedo evitar jactarme:

—La verdad... Creo que soy su media naranja. —Me vengo arriba—. Sí, estoy seguro.

El señor suelta una carcajada.

—Me alegro por vosotros, muchachote.

—Sí. —Orgulloso, continúo—: Yo también me alegro. ¿Y Rebeca? Ahora mismo, apostaría cinco pavos a que es la persona más alegre del edificio. No me cabe la menor duda.

Acto seguido, escuchamos un fuerte llanto. Nos volvemos hacia el ascensor y... Hablando de la reina de Roma, por la puerta asoma. Rebeca avanza rápidamente, con la cabeza gacha y sin poder dejar de llorar.

—Rebe... —musito.

Me quita del medio, saca las llaves de su maletín y, entre sollozos, se adentra en casa. Me he quedado de piedra.

—¿Dónde están mis cinco pavos? —vacila el señor y me hace espabilar—: Ve tras ella, ¡venga!

—Adiós. —Entro y cierro la puerta a mis espaldas—. ¡Rebeca! —La acompaño al salón—. ¿Qué ocurre?

Sin prestarme atención, deja el maletín sobre la mesa, al igual que sus gafas, se sienta en el sofá y oculta su cara con ambas manos.

—Yo, Rebe...

Ando hacia un lado de la sala.

—Yo...

Ando hacia el otro lado.

—Verás, yo, eh...

No sé qué nota sacaré en la asignatura de Psicología de la Educación, pero en lo que a lidiar con los sentimientos se refiere, soy un desastre. Me siento a su lado y pregunto:

—¿Quieres que te deje sola?

Alza la vista y su llanto cesa mientras me observa. Yo también contemplo su rostro, enrojecido y húmedo, pero tan atractivo como siempre.

—Rebe... —Repito—: Que si tú quieres, yo me voy, o... —Me abraza—. ¡Oh!

Nada más siento que gimotea, mis párpados comienzan a temblar. No sería la primera vez que llorase con ella, ya lo hice en el ascensor. Pero ahora quiero mostrarme fuerte, y ayudarla a afrontar lo que tanto la está atormentando.

—Rebeca, tú puedes con... —Se me forma un nudo en la garganta. Trago saliva y sigo—: Puedes con todo.

—Y tú puedes —me da permiso—... llorar conmigo.

Oh, mierda. Cómo me conoce. Mis ojos se acaban de convertir en dos grifos abiertos.



----------

----------

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Where stories live. Discover now