SAN JUAN DE GAZTELUGATXE

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—Eh... Yo...

—Andrés, tranquilo. —No parece enfadada—. Es normal que echases un vistazo.

—¿Cómo sabes que lo hice? ¿Tienes cámaras?

—Tengo un asunto pendiente con el orden.

—Pero lo dejé todo como estaba...

—No. —Con total certeza, explica—: Las sábanas de mi cama tenían pliegues, mi delfín de peluche estaba boca abajo y...

—¿Por qué no estudias para ser criminóloga? —sugiero—. Serías muy buena.

—No me importaría. Me gusta ver documentales de asesinos en serie. —Su lado macabro vuelve a salir a la luz—. ¿A ti también?

Niego con la cabeza y soy sincero:

—Yo soy más de ver documentales sobre el planeta, el ser humano, los animales...

—Te gusta lo aburrido —determina—, y por eso te gusto yo.

—Oh... Eh... ¿Qué? —No sé cómo tomarme sus palabras—. Para mí todo eso no es aburrido, y tú tampoco lo eres.

—Me alegra saberlo. —Es una chica muy impredecible—. Andrés, te pareces a mi amuma. —Sí. Demasiado impredecible.

—¿Cómo dices...?

—Mi amuma también ve documentales, y ella también me dedica cumplidos.

—Pues me alegra que nos parezcamos. Es muy simpática.

—Te cae bien porque te llamó mi novio —vacila—. Pero sí. Es un amor. Si ella se fuese...

—Falta mucho para que llegue ese día —intento esperanzarla.

Rebeca niega con la cabeza, vuelve a mirar el reloj y comenta:

—Lo mismo está muriendo ahora, y para cuando llegue, ya está fría.

—Ay, Rebe, por favor... —A veces es tan lúgubre.

—Es verdad. —Suspira desanimada—. A mí no me da miedo la muerte, sino la soledad. A mi amuma también le asustaba, por eso se mudo aquí, con mi familia, cuando murió mi atxitxe.

—Rebeca, escucha. —Apoyo mi mano sobre la suya, que descansa acariciando el mantel, y le digo—: Tú nunca estarás sola. Se lo prometí a tu abuela. Siempre me tendrás a mí.

—Bueno, dejemos el tema —pide, aún con aire afligido—. Entre nuestra conversación y las velas que nos rodean esto parece un funeral.

—Cierto —acepto, y puntualizo—: Pero ten claro que tu abuela es muy fuerte, aún le quedan muchos años.

Rebeca arruga el entrecejo y, de pronto, su rostro se relaja y vuelve a sonreír.

—Sí que es fuerte, sí... Y mi atxitxe también lo era. Hacían muy buena pareja.

Asiento y le hago una pregunta que le dé pie a hablarme de ellos, sé que quiere hacerlo:

—¿Cómo se conocieron?

—Pues... —Las llamas de las velas se reflejan en los brillantes ojos de Rebeca, quien, emocionada, me cuenta—: Los dos vivían en Bermeo, un pueblo costero de Bizkaia. Se enamoraron, se casaron, y compraron una casita en el pueblo, lo más cerca que pudieron del lugar favorito de mi atxitxe: San Juan de Gaztelugatxe.

—Ese sitio me suena...

—Seguro que sí. —Orgullosa, lo describe—: Es un islote que se une a la costa gracias a un largo puente de piedra... Es una auténtica maravilla. Te sonará de haberlo visto en series y películas.

—Puede ser... Ese lugar debe de tener mucha historia.

—Y también tiene a mi atxitxe. —Alzo las cejas y, antes de que diga nada, Rebeca disipa mis dudas—: Mi familia echó sus cenizas desde lo alto del islote, donde se encuentra una pequeña ermita... —Respira profundo y acaba—: Le he prometido a mi amuma que arrojaré las suyas al mismo sitio. Para que descansen juntos. Los dos. Por siempre.

—Eso es muy bonito, Rebeca —opino con los ojos vidriosos, se me ha contagiado la emoción.

—Sí. Pero ahora está prohibido tirar nada... así que tal vez acabe en la cárcel —teme burlona.

—Acabaremos los dos encerrados entonces, porque te acompañaré. —Me comprometo—: Juntos esparciremos los restos de tu abuela.

Reconozco que ha sonado bastante menos romántico de lo que esperaba, pero a Rebeca parece haberle hecho ilusión:

—Eres el mejor —confiesa, y el rubor se propaga por su rostro de inmediato.

—Oh... Tú también eres la mejor, Rebe.

Bajo la luz de las velas, nuestras miradas se abrazan y, poco a poco, me atrevo a inclinarme hacia ella. Rebeca me imita, nuestros rostros se acercan, y se acercan mucho, tanto, que estamos a punto, a puntito de... ¡¡¡Pipipipí!!! suena su teléfono y hace que nos alejemos de golpe.

—¿Qué ocurre? —me altero.

—Es la alarma. Tengo que marcharme ya.

—¡De eso nada, monada! —Aparece Maria para retenerla. Viene con un plato en cada mano—. Es el momento del postre. ¡Magdalenas de zanahoria!

—¡Eso! ¡Comamos el postre! —insisto.

—Lo siento, gracias por todo, pero no puedo quedarme más. —Rebeca se levanta, y, rápidamente, huye.

Se ha alejado de mí, ha esquivado a Maria y se ha esfumado.

—Vaya... —Maria apoya los platos en la mesa—. Ni siquiera me ha dado tiempo a hacer el chiste de la zanahoria. Andrés, de verdad, yo lo siento mu...

Alzo la mano indicando que guarde silencio, lleno de rabia agarro una magdalena, y trato de canalizar mi ira lanzándola con todas mis fuerzas.

—¡¡¡Joder!!!

—¿Está gico el postge de sanahogia? —Aparece Verony y se traga el bollo volador—. Andgés, me cago en tu madge...



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69 SEGUNDOS PARA CONQUISTARTE (EN LIBRERÍAS Y WATTPAD)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora