Primer pétalo

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LA ORUGA QUE NO SE TRANSFORMÓ EN MARIPOSA

"Amarse a sí mismo es el inicio de un romance que dura toda la vida."
—Oscar Wilde.

Posada sobre la rama de un árbol, la oruga observaba el vuelo y la elegancia de las mariposas. Dentro de ella sentía cierto dolor. Y es que eran tan bonitas... con esas alas de muchos colores, esa gracia con la que volaban, su disfrute de libertad. Esos seres llamativos eran sin duda, una maravilla. Y luego estaba ella, la oruga que no era más que un insecto feo, verde opaco con patas cortas y rechonchas, manchas cafés horrorosas, pelos abundantes, un algo que provocaba miedo y asco en los demás. Pero con las mariposas era diferente. Los seres humanos las admiraban. Hacían por ejemplo, retratos en las que eran protagonistas, les tomaban fotografías e incluso existían temas de conversación sobre ellas. Eran amadas. Porque son hermosas y todo el mundo ama lo que es hermoso. Resplandecían por donde quiera que las mirases, eran pura perfección.

—Quisiera ser mariposa —se dijo.

La oruga tenía sentimientos de admiración y aprecio hacia las criaturas voladoras pero también envidia. Lo único que la ponía contenta era saber que pronto sería igual a ellas. Porque las orugas se envuelven en capullos y con el paso del tiempo salen, extienden sus bellas alas y vuelan, ya convertidas en mariposas, junto con todas las demás. Eso iba a pasar con ella de la misma manera que había visto pasar a sus compañeras. Entonces llegó el invierno y con él un frío intenso, las orugas ya se habían resguardado en sus capullos, excepto una, que seguía en las mismas condiciones, intentando entrar en calor cubriéndose con las hojas de los árboles.

—Hay algo malo en mí —pensó, sin entender por qué no había cambiado.

El mal tiempo se había ido dando lugar a la primavera y sus amigos queridos; los pájaros, las flores y las mariposas que ya salían de sus capullos y revoloteaban por el cielo, felices. La oruga no pudo hacer su capullo durante el invierno, no había logrado encontrar la belleza que siempre había deseado y mucho había esperado. Y se dio cuenta de que nunca sería mariposa.
Triste, se arrastró hacia el río y empezó a llorar en él, dejando caer sus lágrimas en el agua.

—¿Por qué lloras? —le preguntó el río en un susurro.

—Porque soy horrible.

—No creo que lo seas.

—Sí, sí lo soy. Debí haberme transformado en mariposa como mis compañeras, pero por desgracia no he cambiado nada. Sigo siendo una criatura insignificante, de un color verde mocoso, tan sucia por arrastrarme en la Tierra, pegajosa con pelos, manchas repugnantes y unas patas tan gordas como todo mi cuerpo.

Y se echó a llorar de nuevo.

—No es verdad —dijo él.

—Sí, sí lo es. Las mariposas son preciosas. Vuelan por el cielo, sus colores son tan vivos y traen alegría a las flores, a los pájaros y al mundo entero. Todos las aman porque son hermosas. Yo desearía ser hermosa y que alguien me amara.

—Tú eres hermosa y yo te amo—contestó el río.

Ella no dijo nada, continuó llorando, lamentándose de su fealdad.

—Mírame. Acércate a mí y mira mis aguas.

Ella lo hizo. Y vio en los ojos del río, reflejada a una hermosa criatura de un verde esmeralda, con patas hábiles, la textura de su piel igual de suave que pétalos de rosa, sus manchas eran ahora hojas otoñales dibujadas sobre un cuerpo fuerte, pelos que han pasado a ser rayos dorados de un Sol resplandeciente, emitiendo luz propia y dando así, calor en su interior y a todo aquel que la conociese. Las chispas de su brillo le llenaron de paz el alma, pues se sentía bella como la noche, misteriosa como la Luna, brillante como las estrellas e infinita como el Universo.
Y por primera vez en su vida, se amó a sí misma.

Florilegio de cuentos Where stories live. Discover now