Capítulo treinta y tres

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Emma:

—Y, ¿yo qué debo hacer? ¿Me voy o me quedo? Supongo quieres que te deje sola con Aiden, ¿verdad, Emma? —levantó las cejas. Yo me mordí el labio con nerviosismo.

—Quizá sea mejor que te vayas. Digo, yo no quiero echarte de mi casa, eres mi prima, pero el chico que me gusta viene a verme porque dijo que me necesita. Dudo que sea bueno que hagas el mal tercio entre nosotros. Vas a incomodarnos.

No es que Aiden fuera a venir para besarse conmigo, pero me preguntó, hace exactamente unos veinte minutos, si podía venir a mi casa con los chicos. Según expresó en el mensaje algo había pasado y necesitaba hablar con alguna persona porque la situación en su casa estaba consumiéndolo. Pude imaginarme lo que estaba pasando, seguramente más problemas con su madre por el embarazo, así que, por más nerviosa que me encontrara, anhelaba su llegada porque tenía ganas de darle un abrazo, de consolarlo, de darle un poco de amor amistoso.

Kendall se cruzó de brazos con una sonrisa.

—¿O sea que haría el mal tercio?

Rodé los ojos.

—A mí me gustaría quedarme para ver cómo coqueteas. No te he visto hacerlo.

—Kendall, llegarán en cualquier momento. No es que hagas el mal tercio en ese sentido, harás el mal tercio porque él no querrá tu presencia aquí. No te conoce mucho, no confía en ti, no me va a contar cosas suyas delante de ti.

Ahora ella fue quien puso los ojos en blanco.

—Bueno, me voy —pasó por mi lado—. Pero después me tienes que contar cada cosa que él te diga. Y cada cosa que pase —me apuntó y abrió la puerta.

—No pasará nada fuera de lo común —aclaré y le puse seguro a la puerta.

Fui hasta las escaleras y subí los escalones con rapidez para verme en el espejo de mi cuarto. Después de que me llegara el mensaje a Aiden pidiendo venir tuve que subir las escaleras para cambiarme, porque cuando llegué de la escuela me puse lo más cómodo que tenía y me quité el brasier. Si algo es placentero es llegar a tu hogar y quitarte la prenda que presiona tus pechos y dorsales. Pero ahora tenía visita, así que no podía permitir que los pezones se me notaran. Qué vergüenza.

—¿Ya van a venir? —apareció Kate detrás de mí.

—En un momento, Kate. Sé paciente, ¿sí? Ve a tu cuarto a jugar —le dije. Sin protestar, salió de la habitación con una muñeca en sus manos.

Peiné mejor mi cabello y procuré verme linda de todos los ángulos posibles. Lo que hacía por un chico... Y pensar que antes me daba igual este tipo de temas. Me puse un poco de labial rosa claro. Pegué un salto al escuchar que el timbre sonó. Me di una última mirada en el espejo y me eché perfume en el cuello. Luego bajé las escaleras y llegué hasta la puerta.

Cuando abrí, mis labios terminaron entreabriéndose al ver la cara moreteada de Aiden. Mi pecho fue pinchado por la preocupación de inmediato. ¿Qué mierda le pasó?

—Ay, Aiden... —susurré.

—Hola, Em —forzó una sonrisa.

—Hola... Pasen... —dije, con la cabeza llenándoseme de teorías sin confirmación.

¿Fue su mamá? ¿O fue su padrastro? Sé que ambos le pegaban muy seguido, pero más su mamá que el otro tipo. Y, ¿cuál fue el motivo?

Los niños pasaron primero y Aiden después. Me dio un beso en la mejilla al pasar, y en otra ocasión habría deparado más en ello, pero lo único que ahora deparaba en mi mente era sus lastimaduras. Quería tomarlo de la mano para que se diera la vuelta y poder darle un fuerte abrazo. Él no se merecía esto. Nadie se merecía estas cosas.

La tristeza de sus ojos  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora