epílogo- Uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única

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—¡Emilio!– gritó Joaquín —¡Emilio!– volvió a gritar, el rizado bajó apresurado las escaleras con el torso desnudo y una playera blanca en la mano.

—¿Qué?– preguntó, deteniéndose a la mitad de las escaleras, Joaquín estaba de pie al final de las escaleras —¿qué pasa, amor?– le dijo, Joaquín lo miró serio y le arrojó con una mano un par de calcetines enrollados a la cara como respuesta, Emilio atrapó la pequeña bola de tela con las manos una vez le golpearon en la frente —¿qué pedo?– preguntó mirando a Joaquín con el rostro en sorpresa, el castaño le miraba cansado —¿qué tienes?–

—¿Cuántas veces te he pedido que no dejes tus calcetines tirados en el suelo, Emilio?– vociferó en reclamo —¡estaban justo en la puerta, cabrón!– le dijo, dándole la espalda para quitarse el abrigo que portaba y dejarlo en el perchero que tenían a un lado de la puerta principal, Emilio se rió —no te rías, Emilio– le dijo Joaquín —todos los días te lo digo y todos los días lo haces– el rizado soltó una carcajada —¡ya cállate!– gritó Joaquín, Emilio bajó las escaleras por completo mientras se ponía la playera y se acercó a Joaquín por la espalda mientras el chico se desfajaba la camisa que llevaba puesta.

—¿Me perdonas?– le dijo en voz suave, pasando las manos por debajo de los brazos de Joaquín para abrazarlo y apoyando la barbilla en su hombro. Joaquín negó con la cabeza, Emilio sonrió —no seas berrinchudo, bonito– le susurró en el oído, estirándose para darle un beso en la mejilla.

—No soy berrinchudo– contestó Joaquín serio, Emilio frunció el ceño —me cansa estar levantando la ropa que tiras– le dijo, Emilio deshizo el abrazo en el que le envolvía y caminó para encararlo —y siempre te lo digo y como quiera lo haces– se quejó Joaquín, Emilio cerró los ojos con fatiga —¿tanto te cuesta recoger un par de calcetines?– le preguntó con frustración, Emilio le sonrió sin ganas.

—Amor, son solo calcetines, no pasa nada– dijo, poniendo las manos en sus hombros, Joaquín sacudió su torso con fuerza, obligándole a retirar las manos.

—¡No son sólo calcetines!– le dijo, alzando de nuevo la voz —¡es todo!– Emilio frunció el ceño de nuevo —¿tanto te cuesta recoger tu pinche ropa?– le gritó —¿dejar de hacerme limpiar de más?– reclamó —¿dejar de hacerme la vida más difícil?– gritó de nuevo, Emilio le miró serio.

—¿Ya terminaste de gritar?– preguntó serio, Joaquín rodó los ojos.

—¡No!– contestó —no he terminado, te voy a reclamar más cosas– le dijo con voz más baja

—Si te vas a poner a reclamar cosas yo también puedo, Joaquín– le dijo Emilio en tono seco, Joaquín alzó las cejas en ironía.

—¿Ah si? ¿y qué me vas a reclamar?– desafió —¡yo no soy quien deja las toallas húmedas en el suelo del baño!– le dijo, Emilio se cruzó de brazos, Joaquín en respuesta colocó sus brazos en jarras —¡tampoco soy quien tira las sobras de comida en el fregadero en vez de el bote de basura!– reprochó, Emilio le interrumpió antes de que siguiera gritándole.

—¡Pero si dejas el bote de leche abierto afuera del refrigerador!– le gritó —¿o me vas a decir que también yo hago eso?– le preguntó con recriminación, Joaquín volvió a rodar los ojos y apretó la mandíbula —¿también me vas a decir que soy yo quien deja la ropa en la secadora por horas hasta que se acuerde de que ahí está?– le dijo, bajando la voz —sé que no soy perfecto, ¡pero tu tampoco lo eres!– le gritó.

Los dos se quedaron de pie frente a frente en silencio, lo único que se escuchaba en la casa era el ruido del motor del refrigerador en la cocina y sus respiraciones pesadas y frustradas.

Letargo. (Emiliaco)Where stories live. Discover now