23- Decir adiós muchas veces es volver a empezar

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La alarma sonó e invadió sus oídos, hizo un sonido molesto con la garganta y sin abrir los ojos estiró la mano hasta la mesa de noche y apretó el botón de inicio de su teléfono para apagarla.

Se volteó en el acolchado y dejó su mano caer, haciéndola chocar con un bulto a su lado, abrió un ojo adormilado y vio el rostro dormido de Joaquín a su lado, sus parpados estaban cerrados, sus pestañas estaban extendidas sobre su piel, sus labios entreabiertos dejando salir pequeñas corrientes de aire, su pecho se movía con su respiración. Emilio se permitió admirar su revuelto cabello ondulado y las pecas casi invisibles que invadían su rostro, una playera de él envolvía su delgado cuerpo y a Emilio no le pudo parecer más hermoso, era como tener un pedazo del mismo cielo a su lado. Se acercó a el y lo tomó por la cintura para pegarlo a su pecho, entre el sueño Joaquín le abrazó también y enterró la cara en el hueco de su cuello y su hombro, soltando un caliente suspiro adormilado que chocó contra la piel bronceada de Emilio, no se quería levantar de la cama.

Cerró los ojos de nuevo respirando el aroma del cabello de Joaquín y los volvió a abrir de golpe, enarcando sus cejas, cuando sintió un par de besos en la piel del cuello.

—¿Qué haces?– preguntó en un susurro, moviendo su cabeza para darle mas espacio a Joaquín de atacar su cuello.

—Te beso– murmuró Joaquín con los labios pegados a su piel, Emilio dejó salir una sonrisa de sus labios —¿te molesta?– preguntó sin dejar de presionar su boca contra la piel del cuello de Emilio, ya sensible.

—No– susurró el rizado, cerrando los ojos al sentir los labios de Joaquín en la piel de la unión de su mandíbula con su oído, soltó un suspiro pesado y apretó el abrazo en el que envolvía a Joaquín, pegando más sus cuerpos, en ese momento sentía que todo lo demás le estorbaba, la sensación de sentir los suaves labios del chico en su piel le hacía querer deshacerse de todo a su al rededor para solo sentirle a él.

Pero Joaquín dejó de besarle, se separó de su cuello y le miró.

—Está sonando tu alarma– dijo, formando un puchero con su labio inferior, Emilio arrugó la nariz en disgusto y se estiró hacia atrás para tomar el teléfono de la mesa de noche y ver la hora. Eran las siete con diez, su vuelo a Phoenix salía a las doce del mediodía y tenía que llegar al aeropuerto temprano. Apagó la alarma y volteó hacia Joaquín.

—Tenemos que levantarnos– le dijo, Joaquín hizo más grande su puchero y se aventó encima de él para abrazarle.

—No quiero que te vayas– se quejó apretándole entre sus brazos, Emilio le envolvió por la cintura, siendo muy consciente del peso de la mitad del cuerpo de Joaquín sobre el suyo y le besó en la mejilla, Joaquín le miró, aún haciendo el gesto con los labios —te voy a extrañar mucho– dijo.

—Yo tampoco quiero irme, chiquito– contestó Emilio, separando una mano de su cintura para subirla a su mejilla y quedarse ahí acariciando la suave piel de su rostro con los dedos —no quiero separarme de ti– le dijo, Joaquín se recostó sobre su pecho, mirándole.

—¿Me vas a extrañar?– preguntó con voz divertida y profunda, Emilio sonrió mirándole.

—Obvio, amor– contestó girando los ojos —sería un estúpido si no te extrañara– le dijo moviendo su mano de su mejilla a los ya revueltos rizos del cabello corto de Joaquín.

—¿Me vas a llamar todos los días?– preguntó en el mismo tono, Emilio abrió su sonrisa y asintió varias veces —pero dímelo, di que me vas a llamar– insistió Joaquín sonriendo.

—Te voy a llamar todos los días, bebé– murmuró Emilio complaciéndole, Joaquín sonrió satisfecho y cerró los ojos aún en su pecho, inhalando el aroma de la ropa de Emilio y de la sábana que les envolvía, los restos del aroma de su colonia y su desodorante y su esencia misma, se encargó de inhalarlos lo más que pudo, se encargó de hacer que penetraran en su mente y se quedaran en su memoria. Sabía que podía ser tonto lo que hacía, porque se verían dentro de tres meses y medio, justo como habían acordado, pero sabía que después de tenerlo tres meses en su casa y verle todos los días, se había acostumbrado a él, y que le extrañaría como un loco, extrañaría ver sus rizos alborotados en la mañana, ver su espalda cuando se estiraba antes de dormir, extrañaría la forma en la que le miraba, su voz cuando le susurraba cosas sin sentido al oído, extrañaría cada detalle de su rostro, el tono de su voz, su risa, su aliento, sus manos, sus besos, extrañaría todo como si extrañara el aire que le funcionaba para no morir.

Letargo. (Emiliaco)Dove le storie prendono vita. Scoprilo ora