12- Los ojos son la ventana del alma

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—¿Me ayudas a llegar a mi cuarto?– susurró Joaquín.

Llevaban minutos abrazados, minutos que a Emilio le parecieron horas y que no quería que terminaran, había acariciado su cabello y había olido la suave fragancia de frutas de su shampoo, había estrechado su delgado cuerpo con añoro y cariño rogando que sus brazos le hicieran notar a Joaquín cuánto le quería.

Emilio asintió, habían terminado ignorando la conversación que continuaba dentro de la cocina, Joaquín no le preguntó qué había escuchado pero Emilio sentía que preguntarle no hacía falta, sentía el chico sabía que él había oído todo.

Joaquín se apoyó en los hombros de Emilio para subir la escalera, el brazo del mayor le rodeaba la cintura por completo, Joaquín había bajado la escalera el solo, sabia que podía subirla igual, pero prefería sentir la cálida sensación de protección que Emilio le daba con su cuerpo, con el simple hecho solo estar a su lado.

Hasta el momento en el que Emilio le tomó entre sus brazos y le sostuvo Joaquín no se había puesto a pensar en qué es lo que el rizado le hacía sentir. Sabia que su cuerpo no sentía el tan conocido impulso de alejarse de él cuando se le acercaba, su cuerpo no sentía esos escalofríos, ni ese sudor frío, ni se paralizaba, ni se erizaba, no se asustaba con ni de Emilio, y no sabía porque, incluso se había asustado de su propio hermano, pero no de él, de Emilio no.

Porque Emilio causaba en él una reacción magnética, una sensación casi hipnótica de seguridad.

Le era bizarro tratar de encontrarle una lógica al funcionamiento de su cuerpo cuando sabía que su cuerpo tenía mucho tiempo funcionando en piloto automático, le causaba un extraño tipo de gracia la forma en la que reaccionaba a Emilio porque era muy distinta a la forma en que reaccionaba a todo lo demás, y no le molestaba, el chico, de alguna extraña manera, le hacía sentir seguro, el chico le miraba y Joaquín en sus ojos no veía lástima, no veía lo que veía cuando otras personas como su madre o su hermano le miraban, los ojos de Emilio lo veían a él, al Joaquín que está escondido por algún lado de su cabeza, los ojos de Emilio miraban a través de todo el dolor, todo el miedo, a través de todas esas barreras que se derrumbaron y muchas otras que se construyeron, le veían a él, y lo supo desde esa mañana en la que desayunó frente a la piscina y los ojos de Emilio no se despegaban de él, lo supo desde el momento en el que el chico regresó a mirarle y le regaló una sonrisa, lo supo desde el primer instante en el que miró a Emilio a detalle. Quería que todos lo vieran como él le veía, pero mientras eso pasaba, no le importaba conformarse solamente con la mirada de Emilio.

Y cuando Emilio saltó a la piscina para sacarle, y Joaquín vio la mirada asustada en el rostro de Emilio, se dejó salvar. Porque solo él le veía como quería que le vieran.

Entraron a paso lento a la habitación de Joaquín, Emilio le soltó y Joaquín se sintió vacío por un momento, el cuarto estaba iluminado solo con la pequeña lámpara de su mesa de noche, donde también había un reloj que marcaba las cinco y doce de la mañana. Emilio se permitió ver un poco al rededor, estaba muy limpia, algo desordenada, con cosas tiradas en el suelo cerca del armario, pero era muy bonita, Joaquín tenía fotos de él y su familia colgadas en la pared encima de la cama y una gran ventana que daba al jardín.

Joaquín se sentó en el borde de su cama, viéndole mirar, Emilio miró a Joaquín apenado.

—Te dejo solo, descansa– le susurró, dando vuelta para salir de la habitación.

—Emilio...– le llamó el chico en un susurró, el rizado se detuvo y giró en sí mismo para mirar a Joaquín. —¿puedo pedirte un favor?– Emilio asintió, por su cabeza pasaron mil cosas que el chico podría preguntar y en todas ellas se venía una recriminación por escuchar conversaciones ajenas y por meterse en cosas que no le incumbían —¿me ayudas a mover la cama junto a la ventana?– Emilio sintió el impulso de reírse. Lo contuvo, pero aún así sonrió.

—¿Qué?– le preguntó, visiblemente confundido.

—Es que yo sólo no puedo.– susurró Joaquín, Emilio se acercó a la cama, un tanto aliviado y otro tanto confundido, pero se detuvo.

—Oye, perdón pero, ¿porqué no le dijiste a tu mamá? digo, ella pudo ayudar– Joaquín soltó un suspiro mientras se levantaba de la cama y quitaba algunas almohadas de encima.

—Mi madre piensa que me voy a tirar de la ventana– murmuró, Emilio se le quedó viendo, dudando, Joaquín le miró, el rizado tenía la expresión pensativa —no lo haré, confía en mi– le aseguró.

Emilio miró sus ojos castaños y asintió.

—Confío en ti– le dijo, y se acercó al mueble para moverlo, tardó un poco, pues la cama estaba casi al otro extremo de la habitación, Joaquín ayudó moviendo algunas cosas pequeñas que estorbaban.

Emilio se sacudió las manos con suficiencia en el rostro, miró a Joaquín, que veía el resultado con la mirada entusiasmada.

—¿Puedo preguntar porque?– hablo Emilio, sentándose en el acolchado, Joaquín entendió y asintió, se sentó junto a él.

—Me gusta como se siente mi piel cuando el sol me pega en las mañanas– le dijo, mirando hacia el suelo, Emilio sonrió, Joaquín sintió un poco de nerviosismo y se alegró de sentir algo distinto a lo usual, miró el reloj de su mesa de noche, faltaban veinte minutos para las seis de la mañana, y estaba seguro de que el chico de rizos no había dormido. Pero no dijo nada, porque la comodidad que sentía junto a él era más grande que las ganas de hablar, porque comodidad era lo que en ese momento quería sentir, porque era algo que hace mucho no sentía al estar al lado de alguien y le gustaba sentirse así, y porque sentía que Emilio no tenía ganas de irse a dormir. —Gracias– susurró, mirando a Emilio, el chico le regaló una sonrisa curvando sus labios.

—No es nada– contestó Emilio, Joaquín volvió su mirada al suelo y miró los pies descalzos de Emilio, los comparó con los suyos, algo perdido, miró la tela del pantalón de su pijama y subió la vista hasta el propio regazo, donde descansaban sus manos, miró a un lado, en el acolchado de la cama estaba la mano de Emilio. Su piel bronceada se veía suave y a pesar de que un rato atrás se le hizo fría, pensó que tal vez en ese momento ya estaba un poco más cálida. Arrastró su mano lentamente hasta ponerla encima de la mano de Emilio, quien la movió un poco pero no la quitó, en cambio la volteó, haciendo que su palma tocara con la palma de la mano de Joaquín.

Emilio miraba el rostro concentrado de Joaquín que miraba el contacto de sus manos, no negó que su estómago era un desastre de sensaciones, su mente otro más de sentimientos y su corazón parecía que quería salirse de su pecho para correr un maratón, estaba un poco confundido pero dejó que Joaquín hiciera lo que quisiera con su mano.

Pero no se esperaba que entrelazara sus dedos con los de él, ni que apretara el agarre.

Emilio tomó una bocanada de aire y trató de despegar la mirada del rostro de Joaquín pero antes de que pudiera hacerlo, el chico le miró, preguntándole con la mirada si eso que estaba haciendo estaba bien. Emilio sintió su garganta doler por un momento, le estaba pidiendo permiso.

—Tu puedes tomar mi mano cada que quieras– le susurró, Joaquín abrió los ojos levantando las cejas, Emilio notó un ligero rubor subir a sus mejillas y le regaló una sonrisa más, Joaquín no le sonrió, pero no importaba. Le había sonreído con los ojos y eso le bastaba.






°°°°°°°°°°°° ay diganme si notan algo diferente en la fic después de la escena de la piscina ;);)

io si, jsjs, por cierto, me ayudan mucho si comparten el fic, también me pueden seguir en tw danni_burgh yyyyy subí una adaptación de uno de mis viejos fics con emiliaco, se llama Enséñame, esta en mi perfil, estaría cool que lo leyeran.

Letargo. (Emiliaco)Onde as histórias ganham vida. Descobre agora