4- Tormentoso

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Era más de medio día, Renato buscaba algo entre los gabinetes de la pequeña cava que tenía su madre en la sala, Emilio jugaba con las teclas de una pianola vieja que adornaba la habitación mientras miraba por el ventanal a Joaquín que seguía sentado en el jardín, mientras Martha hablaba con él.

—Maldita sea– soltó Renato, haciendo que Emilio dirigiera su atención a él.

—¿Qué estás buscando?– le preguntó el chico, mientras Renato se acomodaba el cabello y se sentaba en uno de los sofás.

—Juraba que mamá tenía varias botellas de licor guardadas pero no las encuentro– dijo, jugando con sus manos —ni siquiera una gota de sidra, todo está vacío– Emilio se le quedó viendo.

—¿Y para qué quieres alcohol a las...– el mayor reviso su reloj de pulsera —doce y veinticinco del medio día?– le preguntó, Renato amagó contestarle cuando sonó el teléfono fijo. Sonrió hacia su amigo y se levantó a contestar la llamada.

—Diga– Emilio volvió a dirigir su atención al jardín, mirando el perfil del hermano de su amigo, quien ahora estaba sentado en el césped, jalando pequeños hierbajos con sus delicados dedos. —Ah claro dame un segundo– Renato dejó el teléfono sobre la mesita en medio de la sala para caminar hacia la puerta de jardín cuando su madre entró a la casa y el se desvió para darle un beso en la mejilla.

—Hola amor– saludó, dejando su bolso en la misma mesa. —¿Alguien llama?– le preguntó a Renato, el chico asintió.

—Si ma, es para Joaco– su madre cambio de semblante y frunció el ceño, tomó el aparato con fuerza.

—¿Quien habla?– preguntó como si ya supiera la respuesta. —¡Te lo dije!– gritó, sobresaltando a Renato y a Emilio, quien había puesto toda su atención a ellos desde que Elizabeth llegó. —¡Te dije que no volvieras a llamar a esta casa!– gritó, colgando la llamada y aventando el teléfono al sofá. —¡Martha!– llamó sin moverse de su lugar, dándole la espalda a su hijo, quien le miraba confundido. Martha salió de la cocina y llegó como si supiera lo que estaba pasando. —Llama a la compañía hay que cambiar el número otra vez– la nana asintió y tomó el teléfono, Elizabeth volteó y se dirigió a su hijo. —Joaquín no recibe llamadas, Renato, ninguna llamada que no sean de sus amigos Nikolás o Elaine, ¿escuchas?– retorizó, Renato solo asintió sin entender pero también sin preguntar. Su madre parecía furiosa. —Y por favor, Renato, ¡siempre pregunta quién llama!– terminó, Emilio no sabía dónde meterse, todo el ambiente de la habitación estaba completamente tenso, y cuando pensó que no podía tensarse más, lo hizo, pues Joaquín salió de la cocina, donde había estado escuchando el final de la conversación.

—¿Volvió a llamar?– le preguntó a su madre con esa voz en un suspiro que casi no se escuchaba con claridad. Elizabeth asintió con pesar y se acercó al chico para abrazarlo, él se hundió en el pecho de su madre con los ojos bien cerrados. Renato miraba la escena más confundido que antes, odiaba no saber qué pasaba, pero sabía que si preguntaba, justo como le había hecho entender Martha el día anterior, nadie le iba a decir. Se dejó caer en uno de los sillones tratando de ignorar la situación. Su nana interrumpió el abrazo pues la compañía de teléfono necesitaba datos de su madre.
—Martha acompaña al niño a su habitación, por favor, necesita descansar– la mujer asintió y se acercó a Joaquín, extendió la mano y el chico la tomó, caminaron a paso lento por la habitación y desaparecieron por las escaleras. Emilio no había quitado la mirada del chico en ningún momento.

Renato estaba enojado, odiaba no saber las cosas, y en ese momento estaba enojado con Joaquín, porque nadie le había dicho que por culpa de su hermano mayor las reglas de la casa habían cambiado, nadie le había dicho que ahora no podía tocar ni platicar ni jugar, ni siquiera acercarse a quién había sido su mejor amigo, nadie le había dicho porqué Joaquín no tenía puerta en su cuarto o en su baño ni porque todo el licor de la casa había desaparecido, tampoco le habían dicho porque Martha cerraba el cajón de los cuchillos con llave o porque había un régimen alimenticio con el nombre de Joaquín pegado en la nevera, no le habían dicho porque Joaquín ya no era el mismo de antes, porque no hablaba o sonreía o siquiera le dirigía la mirada, porque no cantaba ni gritaba, porque andaba siempre en pijama o ropa floja cuando su hermano era amante de la moda, ni porqué ahora parecía un fantasma mudo vagando lentamente por la casa, tampoco porque a Joaquín de repente le importaba que le vieran comer cuando jamás había tenido problema con eso. Estaba enojado con Joaquín porque ahora su madre estaba enojada con él por su culpa.

Se levantó del sillón y con una seña hizo que Emilio se levantara con él, tomo las llaves de su coche y salieron de la casa, dando un portazo.

-

Justo como el día anterior, los dos chicos llegaron bien entrada la noche, cuando entraron a la casa el cielo dejó caer un estruendo anunciando lluvia, una luz se encendió en el segundo piso.

—¿Tienes sueño?– le preguntó Renato a Emilio mientras subían las escaleras, su amigo negó con la cabeza. —Descargue el nuevo fifa ¿quieres jugar un rato?– Emilio no le respondió porque justo en ese momento giraron en el pasillo y vieron la delgada complexión de Joaquín salir de su habitación y tocar la puerta de la habitación de su madre, quien abrió en menos de un segundo y extendió los brazos, la lluvia comenzó a escucharse, fuerte, casi torrencial, Renato al ver la interacción soltó un bufido, de nuevo, seguía enojado con él. Abrió la puerta de su propia habitación mientras sonaba otro estruendo, que se sintió en el suelo bajo sus pies, antes de entrar miró a Emilio, quien seguía viendo a Joaquín colgado de los brazos de su madre adormilada, con los ojos llenos de lágrimas. Joaquín le miró, Emilio en ese momento sintió una punzada en el pecho, aguda, dolorosa, los ojos de Joaquín reflejaban terror, terror inmenso, su madre prácticamente le cargó hacia adentro y la puerta se cerró.

Emilio también sentía ganas de llorar.

Letargo. (Emiliaco)Where stories live. Discover now