Mí vida fue tranquila hasta que un día eso cambio, yo cambié, y lo conocí a él.
Sus preciosos ojos claros son la cura, y yo quien los necesita para apagar este descontrolado tormento.
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#Esta historia es completamente Mí...
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Una vez dentro del pasillo y teniendo un poco más de calma, comencé a experimentar una sensación punzante en ambos pies, por lo que acercándome a la pared, me senté un momento.
—Estás herida —afirmo, tocando algo cerca de la entrada que provocó que se cerrará.
Ambos quedamos casi a oscuras, y lo único que nos da un poco de visibilidad, bueno, lo único que me permite ver una buena distancia e inclusive hasta donde está él, son dos pequeñas velas que parecen estar a punto de consumirse, porque dudo que un lobuno necesite de ellas para ver en la oscuridad.
—N-no, solo me duelen un poco los pies.
Se dio la vuelta y camino hacia mí con pasos ligeros.
—No lo creo, huelo sangre —volvió afirmar.
Sus ojos, que ahora parecían de un negro brillante, se dirigieron hacia la zona dolorida de mi cuerpo y luego se encontraron con los míos.
—S-solo debe ser un pequeño corte —dije, intimidada, apartando la mirada hacia otro lado.
Porque mis latidos, mis putos latidos no deberían de acelerarse como lo están haciendo justo ahora.
—Aun así, tengo que atender esa herida.
Demostrando desinterés de seguir escuchándome, camino hasta la pared de enfrente y reviso una por una las cajas hasta encontrar lo que quería, cuando regreso, en sus manos tenía un paquete negro cerrado, lo guardo en su bolsillo, y apoyando una rodilla en el suelo, poniéndose a mi altura, comprendí su intención, lo mire espantada.
—¡Puedo hacerlo yo sola! —dije antes, nerviosa.
Él sin darle mucha importancia a mi reacción, asintió, pero no se movió del lugar. Me saqué los dos calcetines y observé los cortes, ni siquiera recuerdo en que momento me los hice. Al menos no son tan graves.
—Tienes que usar esto hasta que regresemos a la mansión —rompió el paquete y me lo dio.
Podía ver el asomo de lo que es la tela de una venda.
Lo agarré y se levantó para ir directo a la entrada, en donde apoyando ambas manos sobre la pared, cerro los ojos y se concentro en los sonidos. La musculatura de su espalda al igual que su físico atlético, en esa postura resaltó.
—No se fueron —susurró, y en ese mismo momento se comenzó a escuchar varios golpes suaves del otro lado—. Tu sangre es tan dulce que ellos la sienten y se alteran.