(Capitulo 5)

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Hoy ya es el segundo día en el Reino de Seyh, y en el territorio de Sety, y desde que llegué, he dormido mejor sobre el suelo duro del bosque, que en una cama cómoda de aquí.

No logré pegar un solo ojo en toda la noche, y a estás alturas presiento que el estrés, el miedo y la incertidumbre, se van a apoderándo de mi, cada vez más.

Me doy otra vuelta en la cama, pero en esta ocasión para mirar la puerta.

Mientras deseo tantas cosas pero sobre todo que él no aparezca.

Aunque por momentos por culpa de la conexión, entro en conflicto y termino dudando hasta de lo que realmente deseo.

De pronto se comenzó a escuchar un barullo de voces en el pasillo, y aunque no pude entender con claridad lo que discutían y quienes eran, sí logré distinguir a uno de ellos, Dylan.

Miré el reloj. 5 AM. ¿Por qué discuten a estas horas?

Me levanto y me dirijo hasta la puerta con la idea de pegar la oreja en la madera para escuchar mejor, pero me alejo en el instante en que veo como introducen la llave.

Al principio me puse nerviosa, pero al ver qué se trata de Dana trayendo mi Desayuno, me alivié.

—Buenos días, ¿Te despertamos con el ruido? —me preguntó con una sonrisa en sus labios, mientras deja la bandeja arriba de la mesita de luz.

Negué.

Notando que está en piyama y con el cabello despeinado, como si se hubiera despertado recién.

—¿Sucedió algo? —no me aguante de preguntar, como si ella me fuera a contar.

—No es nada, no se preocupe. ¿Cómo ha amanecido hoy?

Podía ver parte del maletín del Doctor en el pasillo. No pensé que la revisión fuera tan temprano.

—Supongo que bien…

—Esa es una excelente noticia —exclamó, ampliando su sonrisa como si realmente le alegrará—. El Dr Reynolds ha venido para el chequeo de rutina, luego de que terminé, la dejaremos desayunar tranquila —lo llamó para indicarle que pasé, y luego con un bostezo se acomodó en un rincón.

El doctor entró a la habitación con una mirada somnolienta y vistiendo también un piyama, ¿A caso alguien los había tirado de la cama temprano? Me saludo y bostezo, saco sus instrumentos, escucho mi corazón con el estetoscopio, controlo mi presión arterial y anoto todo en su libreta, por lo visto no observó nada inusual.

Luego de que guardo todo, me hizo por último un par de preguntas.

—¿Te has sentido mareada? ¿O con náuseas?

—No.

—¿Dolor de cabeza?

Negué.

—¿Algún malestar físico?

Volví a negar.

—Muy bien… —asintió, con una leve sonrisa y escribió también la respuesta. Fruncí el ceño—. ¿Has estado experimentado algo que consideres inusual?

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