(Capitulo 1)

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El vapor de la ducha que me había dado empaño por completo el vidrio del espejo, con la toalla lo quite y observé mi cansado rostro

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El vapor de la ducha que me había dado empaño por completo el vidrio del espejo, con la toalla lo quite y observé mi cansado rostro.

Llevaba unas ojeras terribles y mi piel parecía muy pálida, tanto que el color miel de mis ojos parecían destacar de alguna forma.

Suspiré y apoyé ambas manos en el borde del lavado para sentir un poco de estabilidad. Lo que había sucedido en los territorios fronterizos... solo deseo que todo al fin se termine.

—¡La cena ya está lista! ¡Y si no te apresuras, comenzaremos sin ti! —grito Sebastián, mi padre.

Puse los ojos en blanco y me apresuré a vestirme, la ropa que me había dado la guardiana me queda holgada y bastante larga, pero me resulta cómoda y eso ya me es suficiente. Peine mi cabello, me hice una coleta bien alta y una vez lista me dirigí al comedor.

Mientras pasaba por el pasillo iba observando la gran estructura de la casa, todo parecía haber sido construido por un artista amante de la historia antigua, el color roble y los cuadros caros. Nunca había visto nada igual, y me pregunté si sería capaz de acostumbrarme.

Tan pronto llegue al comedor, Lhaia, una guardiana que nos ayudó a cruzar a Sherlyn, y mi padre, abandonaron su conversación y pusieron su atención en mí. Me detuve.

—¿Qué?

Sebastián levantó las cejas y luego miro a Lhaia con una sonrisa de boca cerrada, conteniéndose de reír. Sabía perfectamente la razón de ello.

—Búrlate de cómo me queda la ropa y no te vuelvo hablar en la vida —le advertí, volví a caminar y me senté a lado de Lhaia.

El olor que largaba la pasta calentita de los platos me hizo agarrar mucha más hambre de la que ya tenía. Agarre el tenedor y no perdí más el tiempo. Desde que partimos con mi padre de Khenians, ninguno de los dos pudo disfrutar de una buena comida casera, y esos fueron como unos dos meses.

—Yo no he dicho nada... —se defendió, levantando ambas manos en señal de paz—. Además, por si no te diste cuenta, soy el menos indicado para hacerlo cuando traigo una camiseta que dice "Me encanta la banana".

La castaña largó una carcajada tímida y yo dejé de comer para comprobar que sea cierto, y sí, decía exactamente eso. Pero dos mal pensados ya eran suficiente, así que reprimí la diversión y continúe con lo más importante, seguir comiendo.

—La obtuve en una despedida de soltera —nos contó con algo de timidez—. Y es lo único grande que tenía para prestarte, igual no sé preocupen, que mañana sin falta les traeré prendas más decentes y de su talla.

Agarre el vaso de cristal y le di un largo sorbo a mi bebida, mientras veía a mi padre deslizar la mano por la mesa de roble hasta llegar a la de Lhaia. Fruncí el ceño. Las mejillas de la guardiana de aspecto rudo se habían teñido de un rosita suave.

Destinos. © Where stories live. Discover now