— ¿Es cierto que asististe al sepelio de Helena?

Esa es otra pregunta que quería abordar. Aunque ella nunca hiciera comentarios sobre su persona —ya que mi padre era el que los hacia —estoy segura de que Helena no era bastante de su agrado, por sus ideas radicales, según los demás.

—Si —me mira por unos minutos en completo silencio antes de continuar —. Ella siempre estuvo al pendiente de ti, en los últimos años fue la madre que yo no pude ser para ti. Y aunque por momentos le tuve celos, eran infundados, ya que yo sola me había deshecho de mi hija —mi corazón se encoge al escucharla decir eso —. Si fui al cementerio fue por dos razones. La primera porque una parte de mi estaba agradecida con ella por todo lo que hizo por ti.

— ¿Y la segunda? —me atrevo a preguntarle.

—Ella vino a verme unas semanas antes de su muerte —comienzo a sentir como los ojos comienzan a arderme. Las lágrimas quieren salir sin lugar a dudas —. Me dijo que ella iba a morir, que de eso no tenía duda. Y que si todo salía como lo había planeado, tu ibas a estar presente —me llevo una mano al rostro al sentir como las lágrimas comienzan a salir a raudales —. Dijo que no perdiera la oportunidad de hablar contigo, de verte, ya que yo si iba a poder. Que de esa manera podría recuperar por lo menos un poco de mi hija.

—Lo cierto es que si estuve presente —mi madre voltea a verme con sorpresa —, por lo menos en los servicios funerarios. Al entierro no fui, ya que tenía miedo de aparecer en un público, temía que César me encontrara.

—Lo bueno es que la pudiste ver una vez más —Zinnia toma mi mano con dulzura —. Me siento tan mal conmigo misma, ya que si yo hubiera sido una madre más atenta, más tolerante, la cosas no hubieran llegado tan lejos —me mira con un deje de tristeza —. En solo pensar en todo lo que tuviste que pasar con ese imbécil, luego esa fotografía —un sabor amargo se instala en mis labios —. Ten por seguro de que lo va a pagar. No puede salir impune.

—Eso espero, mamá —le respondo mientras hago el mejor intento de lucir tranquila.

—Ahora si vamos a dormir, ya que no dudo que no dudo de que hoy vaya a ser un día ajetreado.

— ¿Ajetreado? —le pregunto con extrañeza mientras vamos subiendo por las escaleras.

— ¿Crees que tus amigos te dejaran ir tan fácilmente, al igual que tus hermanas? —rio al escucharla decir aquello —. Mañana vas a estar ocupada todo el día.

Me despido de mi madre con un beso en la mejilla cuando la dejo en su habitación, y una vez que me encuentro dentro de la mía, es cuando siento que esa sensación de pánico no desapareció por completo. Es como si fuera un presentimiento.

Vuelvo a salir de la habitación y me encamino a la de mi madre. Respiro profundo antes de llamar a la puerta. A los pocos segundos se abre la puerta. Zinnia ya se ha soltado el cabello, por lo que este le cae por los hombros, también noto que ya se ha quitado el rebozo.

— ¿Todo bien Denise? —me pregunta con extrañeza. Eso de ver a tu hija la mayor yendo contigo a las cuatro de la mañana, no pinta muy bien que digamos.

— ¿Puedo dormir contigo esta noche? —me atrevo a preguntarle con las mejillas teñidas de rojo. Ella sonríe con dulzura mientras abre la puerta para indicarme que pase.

—Adelante.

Me acuesto en la cama una vez que entro a la habitación, ella entra al baño por unos instantes para cambiarse de ropa, y una vez puesta su bata se acuesta al lado mío. Reza algunas oraciones, besa mi mejilla y apaga la luz deseándome las buenas noches.

— ¡Nínive! —las dos nos sobresaltamos al escuchar el grito de Nereida a todo lo que da —. ¡Saca a esta mugre gata de la habitación!

—Por lo visto alguien fue de cacería —escucho que mi madre resopla —. Más al rato te espera presenciar una batalla bárbara —rio antes de besar la mejilla de mi madre antes de caer en los brazos de Morfeo.

La única excepciónWhere stories live. Discover now