10| El viaje [Jared]

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Una vez se hubo despedido de Emma, Bruce se dirigió a la habitación de Spencer. Portaba en sus manos una pequeña bolsita de una tienda, de la cual había tratado de disimular su contenido delante de la morena, fingiendo que había adquirido algo para él.

Fue a tocar la puerta, a ver si había alguien y podía dejarlo allí. Seguidamente pensó que no le apetecía encontrarse con nadie, dado que lo pondría en un compromiso, por lo que lo colgó del picaporte de la habitación y abandonó el lugar apresuradamente.

Cuando Spencer se acercó a su dormitorio, se percató de la bolsita de tela color blanco que había colgada del pomo. La agarró extrañada y lanzó varios vistazos a cada lado del pasillo, comprobando que no había rastro de vida al alcance de su mirada.

Abrió la puerta, entró y se sentó al borde de la cama para abrir dicho objeto. Estaba sacando el contenido y conforme más aparecía en el exterior, más le brillaban los ojos. Se trataba de un bañador íntegro, de un color azul marino decorado con finas rallas blancas que creaban algunas formas abstractas.

"Qué bonito". Pensó y se preguntó si aquello iba dirigido a ella.

Buscó alguna nota en el interior que lo corroborara y pronto dio con ella. «Spencer Turpin». Eso era lo único que ponía. Nada más. Nada acerca de quien había sido tan amable de dejar aquello para ella. Se cuestionó si era buena idea aceptarlo, aunque, en cualquier caso, no había modo de devolverlo si no sabía de parte de quién era.

Aunque en el fondo lo sabía.

—¡¿Qué tal el día, primito?! —Saludó un más que exaltado Parker, irrumpiendo en la habitación de un portazo

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—¡¿Qué tal el día, primito?! —Saludó un más que exaltado Parker, irrumpiendo en la habitación de un portazo.

Bruce se encontraba sentado con la espalda recostada en el cabecero de la cama, leyendo. Levantó las dos cuchillas que tenía por ojos del libro que sujetaba entre sus manos para mirar a Thomas.

—¿Has bebido? Pareces contentillo —comentó ásperamente enarcando una ceja.

—Un poco. —Se acomodó al lado del chico, lo cual le molestó—. ¿Te has divertido tú solo?

—No he estado solo.

—¿Con tu futura mujer?

Bruce cerró el libro de un golpe tras escuchar aquella pregunta. No se veía la cara, pero estaba convencido de que había adquirido un tono enrojecido y que las cenas de cuello se marcaban ligeramente.

—Ni puta gracia.

—Perdona, tío... —Estiró el brazo para frotar aquel cabello rojizo como si fuera un cachorro—. ¿Y qué tal ha ido?

—Como siempre. Emma dándome el coñazo.

Parker, que tenía los pómulos sonrosados a causa del alcohol que había consumido, dio una bocanada de aire.

—Ella también debe de sentirse mal. Te ha querido desde que teníais tres años.

Aquello pareció abstraerle por unos segundos.

La risa del ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora