Capítulo treinta y uno

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Emma:

A pesar de que me sentía contenta de haberme besado con Aiden, sabía que existía una tercera persona que podía salir lastimada en esto. Ver los ojos verdes y furiosos de Madison me hicieron replantear si valió la pena que pasara algo con el chico que me gustaba, pero cuando Aiden me miró supe que no fue un error, que mi primer beso fue especial y que tuvo que ser con la persona que me provocaba cosas en el estómago cada que se encontraba cerca de mí. Pero eso no quería decir que la culpa desapareció.

—Madison —la llamó Aiden para que no se fuera, pero ella no se dignó a quedarse al menos un momento más. Yo la entendía.

Cuando doblé el pasillo con mis libros en manos y mi cabeza envuelta en el recuerdo de cómo se puso de contenta mi prima cuando le conté que tuve mi primer beso, Madison apareció y se acercó a mí para decirme que yo fingía ser la chica buena y la mosquita muerta, pero que era una cualquiera. Al principio no comprendí bien, pero Aiden apareció un segundo después y sus iris avellana trajeron consigo la explicación, la culpa y también el replanteamiento.

—Váyanse los dos a la mierda —espetó y entreabrí los labios para decir algo, pero los cerré porque, ¿qué era lo que iba a decir? Mejor si no me metía más de lo que ya estaba. Y que, para aclarar, no fue intencional. Yo no pedí meterme, las cosas pasaron y ya. Es curioso, porque siempre eso me pareció algo tonto, pero ahora era yo quien lo decía.

No supe qué hacer.

¿Qué podía decirle a Aiden ahora? ¿Ya se le pasará? ¿Ya te volverá a hablar?

Nos miramos.

—Discúlpala, ella no es mala, pero le...

—Lo sé. Se lo dijiste —asentí, nerviosa por lo de hace rato.

—¿Debí consultarte antes de hacerlo? Quizá no, pero no tenía que haber dicho que fue contigo. Perdón, soy un idiota —rodó los ojos mientras negó. Se acomodó la mochila con nerviosismo y aparente culpa—. La he cagado. Con ustedes dos.

Elevé las cejas.

¿Debía estar enojada? Porque no me sentía molesta en lo absoluto. No lo veía como algo tan malo el que dijera mi nombre. Aunque, bueno, ahora que lo pensaba, él me expuso y eso podía traerme problemas, y le tenía miedo a esa palabra porque ya demasiado tuve que soportar en la otra escuela. No quería que Maddie empezara a hacerme la vida imposible. No parecía de ese tipo de personas, pero yo sólo hablaba según lo que veía, no lo que conocía. Sin embargo, sé que lo hizo apropósito.

—No la has cagado conmigo, de eso puedes estar seguro y tranquilo. No lo hiciste adrede.

—No, claro que no —confirma.

Aiden tenía cara de preocupación. Creo que la palabra que más se ajustaba era angustia. En el fin de semana hablamos poco porque él tenía que trabajar y se sentía cansado cuando llegaba a la casa y tenía que darles de comer a sus hermanos. Era algo molesto lo que pasó con Maddie, ella literalmente lo mandó a la mierda hace nada, pero esperaba que esto no fuera a generarle demasiado drama en su vida. Sé que gran parte de la razón de no haber platicado tanto durante esos días es por lo de su madre, porque ese tema lo dejaba muy pensativo y sin ganas de nada. Aiden no necesitaba más cosas en su cabeza porque le daría algo. Y es la verdad. Tener tanto estrés acumulado no es bueno, te puede hacer enfermar.

Me quedé en silencio, jugando con la tira de mi mochila con inquietud. Aiden se mordió el labio y miró el suelo, como si estuviera pensando.

—¿Estamos bien entre nosotros? —levantó la mirada—. No hemos hablado sobre lo del... beso. Pero no te preocupes. No volverá a pasar, no volveré a ponerte en este tipo de situaciones jamás —aseguró, y sentí cómo poco a poco algo en mí se caía. No era mi corazón, pero sí mi ilusión.

La tristeza de sus ojos  Where stories live. Discover now