Capítulo veintiséis

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Emma:

La situación entre Aiden y yo mejoró mucho desde el día en que me pidió perdón. No sólo por la disculpa, sino porque me propuso ser amigos. Dijo que yo era una de las pocas personas que se preocupaban por él y me regaló una sonrisa sincera que me llegó hasta el corazón. Podía sonar estúpido, de hecho, cuando se lo comenté a mi hermano Jackson, dijo que quedaba como una boba, por lo que me vi obligada a rodar los ojos. Para mí no era tonto, para mí era la verdad. 

Ese día salimos del instituto juntos y nos encontramos a la salida a Madison. Me quedé incómoda por la mirada que nos regalaba, no era una de confusión ni de disgusto, pero me inquietaba en cierta parte. Me vi obligada a despedirme de Aiden para dejarlos solos y caminé hasta la vereda de en frente para esperar a mi prima (la cual se quedó a los besos en el salón de clases) y a mi tío Isaac a que pasara a recogernos. 

No quería mirar, pero aun así lo hice. Lo busqué con los ojos y rápidamente lo vi junto a Maddie en la puerta del instituto. Vi que el ex novio de ella pasó por al lado de ambos y los miró mal, lo que hizo que me alarmara porque pensé que querría arremeter contra Aiden, pero me quedé aliviada cuando dejó de observarlos y siguió con su camino. Mi nuevo amigo estudiaba los pasos del otro chico con cuidado y Maddison igual. Al cabo de un minuto y medio, ambos volvieron a conversar. 

Me daba curiosidad saber de qué hablaban. ¿Ella era divertida? ¿Le hacía reír? ¿Será que planeaban salir a algún lado el fin de semana o cuando Aiden tuviera un día desocupado?

Mordí mi labio con nerviosismo, rogando para que no se besaran. Esto era patético. ¿Desde cuándo yo tenía que andar suplicando para que dos personas que se gustan no se besaran?

Siguieron conversando por un par de minutos más. Aiden se reía y ella también. Quizá sí era divertida. Quizá esa era una de las cosas que le atraía de ella. Sé que Aiden no estaba enamorado porque tuve la oportunidad de preguntárselo mientras hablábamos en la cancha. Pero sí le gustaba mucho... y eso seguía siendo incómodo. Me convertí en una egoísta. 

—¡Aquí estoy! —la voz de Kendall me sacó de mis pensamientos. 

—Te tardaste —le dije—. Y tienes el lápiz labial todo corrido. Arréglate antes de que llegue tu padre. 

Asintió con una sonrisa y sacó el espejo de su bolso para observar su reflejo. Yo me centré en mi acción anterior y esperé a que algo interesante (o decepcionante) pasara. 

—¿Te das cuentas de que te haces daño viéndolos?

—No me hago daño —mentí. Bueno, no del todo. Yo no lo llamaría así. Está bien que no era algo sano de ver dado a que Aiden me gustaba, pero no me hacía exactamente daño. O tal vez sí un poco. Pero nada más que un poco. No sé.

—Esto no es normal en ti.

—¿Por qué lo dices? Ya lo he hecho antes con otros chicos. 

—Uno; eso quedó como acosadora. Dos; no es verdad, no lo has hecho con otros chicos porque nunca nadie te ha llamado tanto la atención como él. 

Suspiré. 

Odiaba que tuviera razón. 

Las siguientes dos semanas, cada que me encontraba con Aiden en los pasillos de la escuela  nos saludábamos con una sonrisa o con un gesto de manos. Cuando teníamos más de unos pequeños minutos libres nos quedábamos charlando de cosas simples. Nada importante. Bueno, en un ocasión le pregunté por qué estaba triste pero no quiso responderme y se fue. Me sentí nuevamente como una tonta, pero el alivio acudió a mi cuerpo cuando a la salida se acercó a despedirse de mí. También nos enviábamos mensajes. Él sugirió que sería bueno tener nuestros números ya que éramos amigos. La verdad me sentía capaz de hablar con más tranquilidad a través de la pantalla, porque era la única forma con la que no me ponía tan nerviosa.

La tristeza de sus ojos  Donde viven las historias. Descúbrelo ahora