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De fondo sigo escuchando la voz de Roi, pero a medida que sigo caminando su canto se pierde entre murmullos y gritos, entre algarabía y pulcritud.

Tengo una sonrisa en la cara producto de la tranquilidad que me embarga en estos momentos. Por primera vez en mucho tiempo siento que mi vida está en orden y eso me llena de una paz interna que creo que no conocía hasta hoy.

El hecho de haber quedado en buenos términos con Roi es algo que me hace ciertamente feliz. Es un tipazo, aunque mi camino vaya a tener otro rumbo. Un rumbo fijo y, al parecer, bien encaminado.

Entonces saco mi celular y lo reviso. Fabián no me ha contestado aún al mensaje que le dejé hace unas horas.

Hoy por la mañana me invitó a que visitemos un bar por la noche. Ante ello, postergué mi respuesta. Todo iba a depender de mi estado de ánimo tras la conversación con el chico del ukelele azul, así que ahora necesito hablar con él para decirle un "sí" más grande que la torre Eiffel.

Miro su contacto a través de la pantalla y sonrío. Voy a llamarlo.

Le doy al botón de marcar y levanto la mirada. He llegado a una plazuela. Me siento en uno de los bancos y espero su contestación. Nada. Tiene el teléfono apagado.

Exhalo un suspiro y pasados un par de minutos, lo vuelvo a intentar. El resultado es el mismo.

Me dijo que iba a estar con su hermana comprando el regalo para su madre, que cumple años mañana.

Es ahí que pienso en si es una buena idea llamarla a ella para hablar con él. Me da miedo que, ante la espera a la que lo he sometido, haga otros planes y nuestra visita al bar se postergue.

No pierdo nada intentándolo.

Busco en mi registro el número que me envió el mensaje que me dejó paralizada, preocupada y paranoica días atrás.

Lo encuentro, resoplo y le doy a marcar.

Tras el tercer pitido, la hermana de Fabián me contesta.

— Hola, ¿está Fabián contigo?

— ¿Quién habla?

— Lo siento, soy Catalina, una amiga suya. Hablamos hace unos días, supongo que te acuerdas de mí.

— Ah, claro, ya te recuerdo. Me contó mi hermano de toda la farsa que montó.

— Sí, y a mí —digo sonriente, notando cierta conexión y buena onda entre ella y yo.

Se queda unos segundos en silencio. Yo tampoco digo nada.

— Pues Fabián no está conmigo.

— Ah, es que me dijo que iba a ir contigo a comprar algo.

— ¿En serio? —pregunta, sorprendida— Mi hermano no tiene remedio.

No entiendo del todo el comentario que acaba de soltar, pero intento no darle demasiada importancia.

— ¿No tienes idea de dónde esté? Su celular está apagado.

— No sé dónde está. Lo que sé es que está con Lorena.

En ese momento, inclino la cabeza en señal de extrañeza y siento mis palpitaciones más deprisa que nunca. No entiendo, o no quiero entender nada.

— ¿Quién es Lorena? —pregunto, tratando de no parecer demasiado interesada.

— ¿Cómo que quién es Lorena? —exclama ella, incrédula— ¿Quién más? ¡Su novia!

Me quedo sin palabras.

Oigo a la hermana de Fabián decir un par de cosas más, pero no escucho nada. Alejo el móvil de mi rostro y termino con la llamada dejando a mi interlocutora con la palabra en la boca.

Trago saliva y me froto los ojos. No quiero llorar. No lo voy a hacer.

Al menos no aquí, en la plazuela más concurrida de Trujillo.

El chico del ukelele azulHikayelerin yaşadığı yer. Şimdi keşfedin