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La conversación fluye con naturalidad.

Los tres nos hemos pedido un capuchino y ahora charlamos en la parte trasera de la cafetería más conocida de la zona.

— Y por eso dejé la universidad —dice Roi, tras dar un sorbo a su café—. Lo de ser médico definitivamente no era para mí.

— ¿Y por qué Perú? —pregunta Ana, curiosa.

— Honestamente, para no morirme de hambre. Cuando les dije a mis papás que quería tomarme un año sabático, me hicieron saber que no había problema con ello, pero que el dinero que me darían para disfrutar de él iba a ser limitado. Entonces surgió la opción de Perú, un país que siempre había despertado una curiosidad en mí y que, además, tiene un costo de vida bastante asequible para mis posibilidades.

Me quedo paralizada mirando a Roi. Me gusta la fluidez con la que habla y expresa sus ideas. Es un chico que parece tener cosas claras en la cabeza, aunque por momentos perciba ciertos miedos e inseguridades que evita sacar a flote.

Ana, por otro lado, me está sorprendiendo de sobremanera. De la pelirroja tímida que pensé que era hasta hace unos días, no existe rastro. Prácticamente ha tomado la batuta de la tertulia y, cada que puede, dice algo positivo e interesante sobre mí. No cabe duda que es de esas chicas que parecen calladas a primera vista, pero que cuando entran en confianza, desatan todas sus inquietudes y rarezas.

— ¿Y dónde te estás quedando aquí? —se me ocurre preguntar a mí.

— Venga, esto parece una intervención policial. Suficiente de mí por hoy. Habladme de vosotras.

Ana y yo sonreímos y ella toma la delantera.

— Bueno, yo soy Ana. Tengo diecinueve años y me encanta dibujar, pero ni mis padres ni yo creemos que algún día pueda vivir de eso. Así que por eso estudio Derecho.

— Vaya confianza, ¿eh? No puedes decir eso, seguro que tienes dibujos guays.

— No lo sé.

— Son bonísimos, en realidad —intervengo yo.

— ¿Dónde los puedo ver?

— En Instagram.

— Vale, vale. Te sigo entonces.

Roi saca su celular de la funda de su ukelele y, en un abrir y cerrar de ojos, ya ha encontrado el perfil de Ana.

Se queda asombrado. Al parecer, le ha gustado mucho su contenido.

— Esto es flipante. Y dices que no crees que nunca podrás vivir de eso —suelta una carcajada—. Créeme que eso va a depender de ti.

Ana le sonríe e inclina ligeramente la cabeza en señal de agradecimiento.

— Y tú, Natalia, ¿me pasas tu Instagram?

Me esperaba que esto sucediera pero, inevitablemente, me quedo sin palabras. Llegó el momento de la verdad.

Evidentemente, mi usuario incluye mi nombre. Mi nombre real.

— Roi, antes de eso, creo que tengo algo que decirte.

El chico del ukelele azulWhere stories live. Discover now