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Salimos del cine con una sonrisa en nuestros rostros. La película no nos ha decepcionado, o eso creo.

— Has hecho que ya no odie tanto el romance. Esta peli casi me hace llorar.

Sonrío ante el comentario de Roi.

— De nada, cuando quieras repetimos.

Él asiente con la cabeza y continúa caminando a mi lado.

Dentro de la sala no sucedió nada fuera de lo normal. No intentó tener contacto físico de ningún tipo conmigo y eso me tranquilizó de sobremanera. Fuimos con la intención de disfrutar una película y desconectar por unos minutos del mundo y eso fue lo que pasó.

Llegamos hasta la Plaza Mayor de Trujillo contándonos nuestras partes favoritas del film que acabamos de ver, como si fuéramos amigos de toda la vida. No puedo creer aún la velocidad con la que este chico ha entrado a mi vida.

En la mano izquierda, Roi lleva la funda de su ukelele con el instrumento dentro. Según me comenta, tiene planeado pararse un rato en el lugar de siempre a tocar unas cuantas canciones.

Miro mi reloj. Son las cinco y cuarenta.

En diez minutos tengo una clase.

— Roi, me tengo que ir.

— ¿Tan pronto?

— Sí —digo, un poco desganada—. Te dije que tenía una.

— Vale, te espero hasta que tomes el taxi.

En el cruce de la plaza con el jirón más transitado de la ciudad me detengo para abordar un vehículo que pueda llevarme hasta la universidad. No tardo ni diez segundos en conseguir uno.

— Me voy.

— Cuídate mucho, guapa —me dice y se despide con un furtivo beso de medialuna.

Yo me quedo inmóvil mientras lo veo alejarse.

Segundos más tarde, entro en el taxi.

Durante el trayecto no puedo dejar de pensar en lo que acaba de suceder.

La situación con Roi es sumamente confusa. Al principio era notorio que quería algo conmigo, pero luego, con su manera de tratarme y por su comportamiento dentro del cine, me dio a entender que solo le interesaba una amistad.

Ahora esto...

Estoy hecha un lío, pero tras meditarlo rápidamente llego a la conclusión más evidente: no es correcto siquiera pensar en intentar algo más con él. No solo por el hecho de que lo conozco poco, sino porque quien de verdad me gusta es Fabián.

Llego por fin a la universidad. Le pago al taxista y me apeo del vehículo a toda velocidad. Entro presurosa al campus y, cuando estoy a punto de ingresar a mi salón, veo a Fabián acercarse a mí.

Yo me detengo y le sonrío como puedo.

— Necesito hablar contigo —me dice.

No entiendo nada de lo que está pasando. Entre la prisa que llevo y lo mal que debo estar luciendo, tengo la mente en blanco y el corazón en la mano.

— Para empezar, me presento —vuelve a hablar, esta vez con voz más temblorosa—: me llamo Fabián Camino y soy el autor de los mensajes que te han tenido intranquila estos días.

El chico del ukelele azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora