Final

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El viaje en el auto, durante los ocho minutos, fue silencioso. Christopher no se había imaginado nada diferente. Lo más probable era que su padre estuviera calculando su siguiente movimiento. Lo cual ni le preocupaba.

Así era él.

Dieron la vuelta en el camino de entrada y las luces de los faros se estrellaron contra la fachada de la casa. Su torre se alzaba majestuosamente en el ala izquierda. Por un momento Christopher olvidó lo fácil que esa podría convertirse en su prisión. Entonces un destello de movimiento atrapó su vista y vio a su madre a través de una de las ventanas del salón, sentada en el sofá, con una revista en su regazo, apenas volteó a ver al auto antes de volver a su lectura.

Era una prisionera por su propia voluntad. Eso no le iba a pasar a él.

Su padre aparcó el carro y apagó el motor.

-Creo,- comenzó,- que debemos discutir toda esta situación como dos adultos.

Christopher reprimió una risa; que su padre no se ahogara con la ironía de su declaración era un milagro.

-Claro,- dijo, se volvió hacia él. Lo miró a los ojos.- Yo empiezo.

Su padre arqueó una ceja.

-Si tú quieres.

-Así es como creo que las cosas van a funcionar mejor,- dijo Christopher,- vas a mantenerte alejado de mi vida personal. No quiero que te metas. No me dirás a dónde puedo ir o a quien puedo ver. Y nos dejarás en paz, a Joel y a mí.

En algún punto durante su discurso la boca de su padre se había quedado abierta. Pero antes de que pudiera recobrarse para contestar, Christopher continuó:

-A cambio me uniré al equipo de la academia. Voy a mantener mis calificaciones perfectas. Iré a la iglesia con ustedes todos los domingos, y el próximo año mandaré solicitudes a las universidades que tú me digas.

Su padre soltó una risa burlona.

-Crees que te la voy a poner así de fácil, ¿no?

-También me aseguraré de que nadie se entere que golpeaste a tu hijo sólo porque es un maricón.- La boca de su padre se cerró con un chasquido audible.- Porque,- Christopher continuó,- estoy seguro de que algo como eso dejará una impresión muy mala.

Un silencio atónito llenó el auto. Christopher observó como su padre trabajaba todo dentro de su cabeza y luego se pasó una mano por la boca.

-¿Crees que eso me importa?

Por desgracia sí, eso le importaba. Dejó que su silencio le contestara.

Su padre se dio la vuelta y miró fijamente por la ventana por un largo rato antes de volver a hablar.

-Jugarás en la temporada de primavera,- dijo entre dientes.- Y seguirás con calificaciones perfectas.

Christopher asintió.

-Está bien. Estoy de acuerdo.

-El éxito,- dijo Christopher,- tiene que ver con la negociación.

Se bajó del auto.

Ese fue el final de su cuadragésimo segundo día en Mil Árboles. Dejó de contar después de eso.

El Amor y La Violencia [Jochris-virgato]Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum