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Everywhere I go.

(II)


Los vellos de mis brazos decaían,  mi carne perdía volumen, los huesos se volvían como poliestireno inútil. 

Ya no era la deficiencia de oxígeno lo que me afectaba, mi cuerpo empezaba a auto atacarse a medida del que tiempo pasaba y mi trasplante se veía mucho pero mucho más lejos de suceder. Y yo me hacía cómplice de los mismos ataques, no me alimentaba bien, dormía muy poco, descuidaba mis tratamientos y por puro egoísmo corría brincando por las calles hasta tal punto de un día desmayarme del sobreesfuerzo que estaba haciendo.

Sí, buscaba las alternativas más rápidas para morirme, mi vida no tenía solución y si la tuviese, ya no tenía las ganas de encontrarla.

Ya no.

desde la punta de la lengua hasta cerca de mi abdomen, el ardor y sensación de asfixia, era la forma más desagradable de ser torturado. 

Mis pulmones ya no daban abasto.

Un respirador artificial pasó por la puerta principal de la casa, acompañado de las esperanzas absurdas de poder vivir un poco más por parte de mis dos padres, fulminaba con la mirada a esa cosa, como si fuese mi peor enemigo con unas expresiones que decían algo como ¨nunca sucederá¨.

No obstante, encuéntrenme a mí, recostado bajo mis sábanas con unos tubos perforándome la nariz y aliviando a todos de que yo no explotara aún.

Ya de por sí mi visión, oído y tacto se había vuelto simple, la llamada que cambió esa imagen de pesar entró a mi morada como un campanazo de contraataque a la enfermedad.

Dos posibles donantes: un señor de 44 años que sufrió un derrame cerebral y una chica de 19 años, víctima de un accidente vial que acabó con su vida.

Los dos, unos desconocidos que iban casi perfectamente con mi perfil, sus familiares aceptaron donar sus órganos para ayudarme y yo recuerdo la opinión estúpida que hice esa noche en el comedor.

opinión que cobró una fuerte bofetada propiciada por mi propia madre, desaté su furia con mi inmadurez y terminé hiriéndola.

Porque claro, yo no quería el corazón y pulmones de un vejestorio y de una niña sentimentalista. 

Pero más tarde lo pensé muy bien y cuando la decisión estaba en las palmas de mis manos, decidí por la donación de la chica, pues ella anteriormente de su lecho de muerte, cuentan sus padres que deseaba dar luz a los que estaban a punto de apagarse, mientras que el señor estuvo en coma y nunca hizo mención de tal cosa, lo cual para mí sería irrespetuoso tomar partes de su cuerpo sin haber obtenido su consentimiento. 

Recuerdo mis reacciones un día antes de la operación, los nervios pululaban alrededor de mi cuerpo, mis padres resguardaban en los sillones de esa habitación cansados tratando de dormir. Cuando el día llegó, cuando el quirófano me dio la tenebrosa bienvenida y cuando el anestesista me dijo cálidamente ¨Confía que todo va a estar bien¨, mis emociones sobrepasaron la barrera y me quebré abrazando la fría frazada del cirujano transmitiendo el verdadero terror de no poder despertar.

De no volver a ver a mis padres.

De no poder respirar como tanto lo deseé.



Cerré las pestañas y juré sentir flotar, ver mucha luz blanca encima de mi cabeza, y muchos ángeles empujándome sonriendo hacia abajo.

Empujaban, empujaban.

Yo no entendía que hacían conmigo, hasta que algo dentro de mi mente conectó a la idea.

Intentaban darme una segunda oportunidad.

Y abrí los ojos.

Y ví el entorno.

Y aspiré con miedo al mismo dolor que hacía sacarme lágrimas de la impotencia.

Y sentí, por primera vez, la bendición de revivir. 



Tuve la virtud de quedarme un poco más gracias a una persona que ni conocía.

Ahora vivo felizmente, reanudando todas mis actividades favoritas que había desechado antes, amando a mi familia, amándome a mi mismo.


Una afección no es una desgracia, es la medición de tu verdadera fortaleza, lucha y nunca te rindas. 

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Oh :¨)

The Notebook.Where stories live. Discover now