Uno

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Se sentía intocable.

La habitación que había elegido estaba confinada en el lado opuesto de la casa, lejos de la suite de sus padres, acomodada dentro de una torrecilla a la que se llegaba a través de unas escaleras oscuras y zigzagueantes. La casa era tan grande que podían pasar días sin verse el uno a otro.

Perfecto.

Siete ventanas altas enmarcaban la pared curva de un lado de la habitación. Un pequeño cuarto de baño y un armario ocupaban el otro lado. Era grande – algo a lo que se había tenido que acostumbrar. Prefería las cosas más compactas. Pequeñas. No poseía lo suficiente para llenar el espacio. Su cama. Su escritorio y computadora. Pilas y pilas de libros. Al menos había suficiente espacio para ellos.

Una brisa ligera – fragrante a hierba cortada y flores – voló por la ventana abierta y rozó a través de su cara. Cerró los ojos, inhaló y se olvidó de las cajas que lo esperaban al pie de la escalera.

-¡Chris! Ven aquí y comienza a recoger tus cosas. No podremos pasar por el pasillo con el resto de los muebles hasta que las lleves arriba. ¡Muévete!

Se rindió. Abrió los ojos. Cerró su boca. Empujó la ventana.

La escalera – la que utilizaba para llegar a su habitación – era estrecha, se sentía como un laberinto y hacía tres giros para llegar al fondo. Era oscura y estaba enmarcada con paneles de madera, se sentía como una cueva.

Y exactamente por eso le gustaba.

Cuando salió al rellano del segundo piso (un mundo con techos de tres metros de altura y lleno de materialismo), su padre le volvió a gritar.

-¡Chris!                                                                                                     

-Ya estoy aquí,- le dijo.

Ese fue su primer día en Mil Árboles.

Su segundo día fue un domingo.

Sus padres fueron a la iglesia puntualmente a las ocho y media, vestidos elegantemente porque creían que las primeras impresiones eran las más importantes. Se iban a quedar después de la misa, Christopher lo sabía, para conocer a sus nuevos amigos, saludarlos y fingir que eran perfectos. Su padre hablaría acerca de sus múltiples negocios y su madre difundiría el último chisme que había leído en su revista de celebridades.

Soy un éxito, diría su padre, todo se trata de la negociación.

¿Ya escuchaste? Diría su madre, nombraron a su bebé Milán. ¿Lo puedes imaginar?

Y hablarían sin parar. Por supuesto, señor Rosales, tenemos hijos. Bueno, un niño… un hijo. Y sí, querida, es un niño muy espiritual, es que está cansado por todo el trabajo de ayer. Estoy segura de que la próxima semana nos acompañará a la misa. Sí, sí, asistirá a la academia en septiembre. Tiene dieciséis años.

Es un niño bueno. Aunque me gustaría que se cortara el cabello.

Christopher salió de la cama a la diez en punto y arrastró los pies al baño, y luego de vuelta caminó a través del laberinto de cajas hacia la ventana abierta. El aire era más frío, aunque el perfume era el mismo, y también llevaba consigo una fragancia subyacente del humo de una fogata.

La almohada que había puesto sobre el alfeizar de la ventana se sentía grumosa, pero se sentó sobre ella de todos modos, feliz de encontrar un pequeño defecto en la perfección de su nueva casa. Una prueba más de que había elegido la mejor habitación. Mientras sus ojos viajaban a través del paisaje, notó algo que no había visto ayer. Al otro lado de su patio trasero, del otro lado del río, más allá del denso bosquecillo, había un campo de beisbol.

El Amor y La Violencia [Jochris-virgato]Where stories live. Discover now