Capítulo 39

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MIEDO Y DESCONFIANZA

"La persona que ama no tiene miedo. Donde hay amor no hay temor. Al contrario, el verdadero amor quita el miedo". 

—Pablo.


JUNE

Es nuestro Plan B.

Nuestro Plan B.

Plan B.

Aturdida lo observo.

Sus palabras forman un ciclo interminable.

Me parece que la noticia ha puesto mis manos a temblar y me cuesta mucho trabajo pensar.

Al comienzo no soy capaz de estructurar ninguna idea clara.

Un gran vacío se forma en mi interior, poniéndome los nervios a flor de piel.

¿Habla de un hijo?

Involuntariamente guio mi mano hasta mi vientre plano y mi respiración se corta.

¿En dónde encuentro el significado de todo esto? Tengo la impresión de que ningún diccionario será suficiente. No estoy lista, todavía hay muchas cosas que quiero hacer, como por ejemplo mi trabajo.

Siempre me he cuidado, siendo razón por la cual me salvé del VIH, ¿cierto? Entonces, ¿cómo fue que el método anticonceptivo de repente perdió efectividad? Es decir, a pesar de haber ingerido el fármaco correctamente, una "bendición" consiguió infiltrarse.

¿Es posible?

Claro que lo es.

Después de todo, ningún método viene con la etiqueta que garantiza su funcionamiento al cien por ciento.

—June. —Duncan me llama y lo contemplo con la misma confusión y pánico sembrados en mi rostro.

¿Qué clase de espermatozoides tiene este hombre?

Tengo la mandíbula desencajada, me sudan las manos y realmente no sé qué creer.

Trago saliva con dificultad.

—Me estás diciendo que llegué al hospital por una reacción alérgica al pescado y que... ¡Oh, Dios mío! ¿De cuánto tiempo?

—Casi cinco semanas —contesta en voz baja, como si de repente sintiera miedo. No lo culpo, por mi parte estoy aterrorizada.

El tiempo en el que tuvimos relaciones... Fue solo una vez, sin embargo todo encaja espantosamente.

—Ay, no... No, no, no... Esto no puede estar pasando. Mi madre. ¡Mi madre! —palidezco a la vez que concluyo en un susurro—: Va a matarme...

De repente me siento enferma.

Realmente estuve esforzándome para no defraudarla, para no convertirme en una causa que vuelva a herirla.

—Eh. —Duncan interviene, sentándose junto a mí—. Nos matará.

—¿Qué cosa?

—Es nuestro hijo, no solo tuyo.

Nuestro hijo. Una vez más estoy sorprendida y cautivada a la vez por su seguridad, aunque también percibo su miedo e inseguridad.

Que él comprenda, que sea tan maduro y lo haya aceptado, de alguna manera me sirve de gran consuelo. Es sorprendente por su parte. Es decir, por lo general son los hombres quienes huyen espantados al ser nosotras las que debemos llevar con el encargo durante meses en nuestro interior. Por tal motivo, cualquier madre cuidaría con pánico a su hija, pero sobre todo la mía. Siempre estuvo muy al pendiente de mí y me esforcé en cambiar para proporcionarle calma, pero de todas maneras terminé defraudándola.

La inocencia prohibida ✓Onde histórias criam vida. Descubra agora