Espera, estoy hablando con Owen.

—¿Quién está contigo? —inquirí.

No es nadie, solo... un compañero de trabajo.

Quise creerle a pesar de que en el fondo sabía que no era verdad. Decidí mejor no preguntar. Si ella quería que supiera que salía con alguien, me lo contaría eventualmente.

—Si tú lo dices —dije con sorna, dejándole ver que, a pesar de todo, sabía la verdad. Ella soltó una risita y luego escuché cómo se cerraba una puerta—. ¿Te encerraste en el baño? —quise saber. Era una rara costumbre que ella tenía, encerrarse en el baño o caminar por toda la casa mientras hablaba por teléfono.

Puede ser... —sonreí.

—Cuéntame para qué me llamas.

Bien, pero no quiero que te enojes. —Casi podía escucharla morder su labio, debatiéndose entre contarme o no.

—No te prometo nada.

Doblé mi brazo libre por detrás de la cabeza y coloqué un tobillo sobre el otro. Lena exhaló, armándose de valor, lo cual no me relajó en absoluto.

Me ofrecieron un trabajo —informó, tomándome por sorpresa. Eso no lo había esperado.

Lena era toda una hija de mami y papi. A pesar de tener veintidós años, se negaba en redondo a volar del nido. Se rehusaba a conseguir un trabajo, a madurar, y esto... no era para nada algo que hubiera previsto en su futuro a corto plazo.

Después de la sorpresa inicial, vino el regocijo.

—Vaya, eso es genial. En serio, Lena, es muy bueno —la felicité—. ¿Y en qué estarías trabajando?

Yo... —soltó una risa nerviosa—. Ah, bueno, fíjate que es gracioso lo que...

—Lena —la interrumpí. La forma en la que empezaba a divagar hizo que me pusiera alerta—. ¿De qué te ofrecieron trabajo?

Escuché su suspiro y luego, en poco más que un murmullo:

De modelo.

—No —dije tajante un segundo después. Mi hermana menor no andaría desnudándose por ahí o lo que fuera que hiciera una modelo.

Pero Owen...

—Dije que no, Lena, y no voy a cambiar de opinión.

¡Ni siquiera sabes qué es lo que haré! —gritó furiosa.

Sabía que no le gustaba que le dijera qué o no hacer, pero en esto no iba a ser indulgente con ella. No iba a permitir que mi hermanita, la niña que había tenido que cuidar desde siempre, se fuera por un camino tan frívolo.

—Lena..., tú sabes que yo deseo lo mejor para ti —murmuré más calmado—. Eres inteligente y aplicada, podrías encontrar empleo en cualquier otra parte que desees. Si quieres puedo ayudarte a...

No —me interrumpió—. No voy a ceder en esto, Owen. Siempre he dejado que decidas por mí, pero esta vez no. Ya estoy mayorcita como para poder tomar mis propias decisiones. Y si me equivoco, bien; por lo menos sabré que fue por mi culpa. Tengo que aprender a caer y levantarme, tengo que empezar a explorar mis opciones y jamás lograré hacerlo si dejo que sigas decidiendo por mí. Te amo, pero por una vez no voy a obedecerte. —Y dicho esto, colgó.

Dejé caer el teléfono a mi lado en el colchón y me volví a cubrir el rostro con las manos en señal de frustración. Estaba pensando en cuál sería la manera más eficaz para hacer a Lena cambiar de opinión cuando escuché un grito, un golpe sordo y luego vidrio quebrándose al otro lado de la pared.

Kara.

Me incorporé de la cama lo más pronto posible y salí de mi departamento sintiéndome de repente preocupado. Tal vez su persona no fuera completamente de mi agrado, pero no por eso la dejaría morir o lo que fuera que estuviera pasando al otro lado de la pared. Me acerqué a su puerta y levanté el puño para tocar..., pero dudé cuando escuché sollozos amortiguados al otro lado.

¿Qué habría pasado para ponerla así? ¿Podría haber sido mi culpa? No lo creía. Ella lucía demasiado fuerte y segura de sí misma como para que un comentario tan superficial la lastimara..., pero la duda comenzó a molestarme.

¿Y si en verdad era yo el culpable de su llanto?

Reuniendo el valor necesario, toqué la puerta y la llamé.

—¿Kara? —El silencio fue la única respuesta que obtuve así que volví a tocar—. ¿Kara, estás bien? Soy Owen —dije sintiéndome idiota. ¿Quién más iba a ser? —. Yo... escuché ruidos y quería saber si todo está en orden.

Me quedé ahí esperando durante un minuto completo antes de escuchar pasos acercándose y deteniéndose frente a la puerta. Pensé que me abriría y me recibiría con una mirada molesta o algo parecido, que me diría que me perdiera, pero pasó todo lo contrario.

—Estoy bien, Owen, no te preocupes. Ahora vuelve a tu lugar —susurró. Su voz era un murmullo apenas perceptible. Ni siquiera abrió la puerta para contestarme, lo que solo hizo que, en mi mente, la viera un poco más vulnerable y menos perra.

—Bueno, si necesitas algo... estoy aquí al lado.

Escuché una risa. Una seca y amargada risa, sin ningún rastro de humor.

—Seguro, lo tendré en cuenta —dijo con ironía.

Su respuesta sarcástica me molestó. Eso era lo que me ganaba por preocuparme y querer ser amable.

¿Por qué lo había hecho, en primer lugar? No tenía idea. Ya no podía recordarlo.

—Como sea.

Me di la vuelta y caminé el par de pasos que me separaban de mi lugar cuando, por equis razón, decidí detenerme.

El sonido de un golpe seco seguido por uno de arrastre contra la puerta de madera, me hizo imaginarla dejándose caer por la superficie de esta y sentándose en el suelo. Luego los sollozos continuaron.

Bajos, apenas perceptibles, amortiguados, pero ahí estaban. Kara seguía llorando... y por más que quería, sentía que no podía dejarla sola así.

¿Qué era lo que había sucedido para romper su coraza de acero, esa que siempre parecía llevar puesta? Tal vez el tiempo simplemente la había cambiado como ella me dijo. Sea como fuere, yo era débil ante las mujeres que lloraban y al parecer Kara no era la excepción.

Recargué mi cabeza en la pared y cerré los ojos, quedándome ahí por un par de minutos, escuchando los quejidos y sonidos lastimeros que salían del departamento donde vivía quien había sido mi mayor pesadilla durante la secundaria. El edificio era tan calmado y silencioso que era casi seguro que los del piso de abajo también podían escucharla llorar. Con mi conciencia lastimándome, maldiciéndome interiormente por no poder ser capaz de alejarme, me acerqué de nuevo a su puerta y me arrodillé.

—¿Kara? —Los sollozos cesaron de inmediato, dejando el lugar, ahora sí, en absoluto silencio—. Sé que nunca tuvimos una buena relación... De hecho, nunca tuvimos ninguna relación —corregí—, a excepción de ti humillándome y eso, pero... Bueno, eso ya no importa. El punto es que, si necesitas algo, aquí estoy. De verdad. Cualquier cosa a cualquier hora. Incluso si solo necesitas desahogarte y que alguien te escuche, soy buen oyente.

Continué unos segundos más ahí frente a su lugar, tal vez un minuto completo, esperando escuchar algo, sin embargo, fue el silencio la única respuesta que obtuve. Suspirando, me puse de pie y entré a mi departamento con la seguridad de que había hecho lo correcto. Había dado el primer paso para terminar con esa... enemistad, rivalidad o lo que fuera que hubiera entre nosotros.

Había elevado mi bandera blanca.


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