– Ya no es un lugar seguro, Rona nos buscará ahí. – Su voz sonaba amarga, encerrando miles de emociones producto de la traición de su compañera. Hizo amago de continuar caminando pero lo retuve a mi lado.

– ¿Confías en mí? – Él me miró, confuso. – Tenemos que entrar ahí, te lo explicaré luego. Tomó una gran cantidad de aire y luego lo dejó escapar lentamente.

– Está bien.

Nos aseguramos de que no había nadie en aquel viejo recinto y nos apresuramos a resguardarnos del temporal venenoso.

El techo estaba repleto de goteras, pero Shiloh arrojó sus pertenencias en una esquina en donde el suelo de cemento resquebrajado todavía seguía seco.

Ambos nos apresuramos a deshacernos de las prendas empapadas. Me quité el paño de la boca y limpié la sangre de mi rostro, me deshice de las botas y los pantalones, lo que me hizo sentir cuchilladas en la carne a medida que la tela vaquera se deslizaba por mis extremidades.

– Aquí vendrán a por nosotros Lizz, tenemos que buscar otro lugar. – Shiloh habló mientras se deshacía de su prenda impermeable, cogió una de las sillas de madera podrida que por allí había y la tendió allí. Me quité también el abrigo que yo llevaba y se lo lancé para que hiciera lo mismo con él.

– No. – Aseguré, comprobando que el resto de ropa estuviera en buenas condiciones. Él se acuclilló y negó con la cabeza, centrando su atención en rebuscar algo dentro de la mochila que había estado cargando hasta el momento – Escúchame. – Él alzó la vista y luego la apartó, con los ojos llenos de dolor. No quería creer que su amiga y compañera hubiera roto su lealtad de un modo tan rastrero.– Me pidió que corriera, me avisó. – Su mirada volvió a mí. – Antes de decirles que me cogieran, cuando nadie me estaba mirando, me pidió que saliera de allí. Lo leí en sus labios, lo vi yo misma.

– ¿Estás segura? – Preguntó, con un tono de esperanza en su voz y arrojándome una manta marrón que había sacado de su equipaje.

– Sí. – Comencé a secarme las partes mojadas del cuerpo con cuidado, ya que el contacto de la tela, por muy suave que fuera, era como una lija.

– Entonces supongo que ha sido buena idea venir aquí. – Se levantó y comenzó a pasear por el lugar, como si eso le ayudara a ordenar sus pensamientos.

– Tiene que haber una explicación para esto. Es Rona, no haría algo así. – Intenté calmarlo.

– Lo sé, lo sé. – Se pasó la mano por el pelo negro. Estaba de espaldas a mí. – Pero por un momento vi tanta duda en sus ojos que no supe cómo interpretarla. – Hubo unos segundos en los que solo se escuchó el golpeteo de la lluvia en el tejado sobre nuestras cabezas. – ¿Estás bien? – Me miró por encima de su propio hombro.

– Sí. – Mentí. – Claro. – Me enrollé en la manta y me dejé caer en el suelo. El dolor había disminuido considerablemente. Me recosté hacia atrás y mi espalda descansó sobre la fría pared de cemento. Shiloh se sentó a mi lado y recogió las piernas con sus brazos. – ¿Dónde está Zay? ¿Qué ha pasado con el?

– Hay una tradición. – Carraspeó, incómodo, y lo miré de reojo. Algo dentro de mí se revolvió por el temor. – Cuando tiene lugar una sucesión de poder de este modo, un golpe de estado, hay dos modos de solucionar la situación. La primera, los dos candidatos tienen que enfrentarse en una pelea en igualdad de condiciones en la que solo uno puede quedar en pie. Es una lucha a muerte. – Hizo una pausa de unos segundos. Cada instante fue un puñal en mi corazón, cada latido me apretaba más el pecho. – La segunda opción es que el líder al que se cuestiona se exilie.

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