Capítulo 11

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"El deber no es el éxito, es la lucha."

                                                                                              Ricardo Palma Soriano

                                                                 ***

Había transcurrido una semana desde aquella terrorífica noche en la que nuevas heridas marcaron mi cuerpo. Durante las horas de oscuridad, inmóvil entre las ásperas mantas de mi cama, escuchaba las voces y pasos cansados de mis vigilantes al otro lado de la puerta atrancada. Rara vez se producía algún altercado y habitualmente cesaban cuando Shiloh o Rona pronunciaban una amenaza contra el individuo en cuestión. A menudo mi mente se dispersaba pensando en lo que me había aconsejado Zay: si quería sobrevivir allí, necesitaba aportar algo que nadie más les pudiera dar. Sin embargo, no estaba segura de querer o poder seguir aquella sugerencia. Mi plan desde que había llegado allí consistía en recuperarme, hacerme fuerte, y aprender a defenderme para poder huir lo antes posible; pero para conseguir hacer todo aquello necesitaba mantenerme con vida, por lo que al final me resigné a admitir que Cuervo tenía razón y que necesitaba ganarme la confianza de unos pocos.

Mis pensamientos desaparecieron cuando un golpe en el muslo me hizo caer de espaldas al suelo. Sentí las tablas de madera vieja temblar y crujir bajo el impacto de mi peso. Me removí torpemente, confusa por un instante, y Shiloh me colocó un pie sobre el pecho mirándome desde arriba con aire severo. Escuché de fondo los bufidos desesperados de Rona.

- Concéntrate. Estás siendo aún más mala que de costumbre. - El chico apartó su zapato y me puse en pie en cuanto me dejó el espacio suficiente para hacerlo: cuanto más tardaba en reponerme de un golpe, con más fuerza me castigaba después.

Los pulmones se me inflaban tanto como un paracaídas, pero parecía no haber suficiente oxígeno en todo el mundo para aminorar mi respiración. El corazón me palpitaba con furia, sintiendo incluso su eco en las sienes. Me incliné hacia delante, sujetándome las rodillas temblorosas por el esfuerzo y respirando de manera agónica por la boca. La sed parecía estar a punto de escamar mi garganta. Me sentía realmente cansada y magullada. Llevábamos horas en aquel lugar, bloqueando y recibiendo golpes.

- Brazos arriba. - Murmuró sin interés y mucho menos afectado por el ejercicio que yo. Coloqué de nuevo los antebrazos a la altura de mis ojos. Me lanzó un gancho rápido y yo me moví de un salto hacia atrás. Su puño enguantado se encontró con el aire. Alzó las cejas tan sorprendido como yo y volvió a arremeter contra mí. Esta vez sus nudillos trataron de alcanzar mi vientre, pero cuando apenas quedaban unos centímetros para lograr su objetivo, le golpeé la muñeca con un fuerte manotazo y desvié el impacto. - Bien. - Asintió. Volvió a atacarme sin darme apenas tiempo a sentirme satisfecha por mi logro. Desplacé el cuerpo hacia la derecha con velocidad, consiguiendo esquivar un nuevo puñetazo. Shiloh se acercaba de manera peligrosa y veloz, pero dejé de retroceder cuando sentí la fría pared en mi espalda. El chico alzó su mano izquierda de nuevo para luego descender rápidamente hasta mi nariz. Alcé los brazos como un acto reflejo y el golpe se paró a escasos centímetros de mi cara. - No pierdas nunca de vista lo que tienes a tu espalda. - Dijo, perdiendo de nuevo el interés debido a mi fallo.

Se colocó de nuevo en el centro de aquel extraño escenario y yo me tabaleé, temerosa y sin respiración, hasta él. Coloqué los puños donde me había enseñado y aguardé a que intentara derribarme de nuevo.

- Esta vez atácame tú. - Me quedé tan quieta en el lugar como una estatua. Solo con mucho esfuerzo era capaz de bloquear unos golpes que él podría lanzar con mucha más fuerza si quisiera. Seguramente fracasaría en mi intento, pero aún así asentí para no hacerle enfadar. - Examina mi postura, recuerda mis movimientos, busca un punto débil. - Guardé las distancias, con esperanza de que no aprovechara la ocasión para abalanzarse sobre mí mientras me concentraba en hallar un patrón en su forma de desplazarse. Siempre era él el que avanzaba, yo me limitaba a retroceder, bloquear y esquivar. Siempre alternaba los sitios en los que me golpeaba: las piernas, el vientre y el rostro, de vez en cuando el costado. Después de un rato en el que Rona y él me miraron con impaciencia, ambos con los brazos cruzados sobre el pecho, descubrí algo raro en la forma de atacar de Shiloh. Siempre lo hacía con el lado izquierdo del cuerpo adelantado, con mayor destreza en el brazo de esa zona que en el puño derecho. Ahí estaba el lugar al que debía atacar.

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