"Yo... Tenía que defenderme...", me comienzo a excusar. No entiendo bien lo que está pasando, pero considero posible que esté molesta porque matamos a Francisco De la Cruz. Quizás era ella la que quería matarlo en venganza. No lo sé. O quizás era su amigo y ahora lo va a vengar.

Para ser el que está a cargo de esta organización, sé muy poco de lo que está sucediendo actualmente en la calle Abastos.

"Eso no importa. Tenemos que hablar", repite.

Mi teléfono no está en altavoz. Solamente yo he escuchado a Laura. Miro a los demás. Ellos están quietos esperando saber qué pasa.

"De acuerdo", le digo. "¿Es esta línea segura?"

"Por supuesto que no, imbécil", me responde Laura exhibiendo emoción por primera vez. "¿Es que tu lacaya Murphy no te ha enseñado nada? No, no es segura. Anda al último lugar en el que nos encontramos"

Y cuelga. Así no más.

Los demás siguen quietos. Esperan mi reacción.

Yo guardo el celular y luego camino hasta un mueble de madera que tengo en una esquina. Murphy sabe lo que guardo ahí.

"Erwin, ¿crees que sea una buena idea?", me pregunta.

"Lo que creo es que es hora de que comience a andar armado", le respondo.

Abro uno de los cajones y saco una pistola pequeña. Está en un estuche de cuero que me cuelgo del cinturón, a mi espalda. También saco un paquete de balas. No son muchas. Las llevo a mi escritorio y las saco una por una. En total son doce balas. Cada una tiene la punta de madera. Su interior tiene disulfuro de alilo. Nuestro departamento de investigación y desarrollo asegura que un balazo con uno de estos puede detener a un vampiro. Varios balazos podrían hasta matarlo.

Sin embargo, aun no hemos podido probarlo.

Quizás antes de que termine esta noche tenga esa oportunidad. El ingeniero Mateo Deal seguramente me lo va a agradecer.

Mateo era parte del equipo de Paul Gio, que desarrolló el sistema de defensa de esta oficina. El que terminó matando a Francisco. Luego de varios proyectos exitosos, Mateo pidió ser transferido a otra área, dado que no podría nunca pasar a Paul en la cadena de mando. Mientras que Paul se quedó en la gerencia de infraestructura al mando de otros proyectos, Mateo pasó a liderar su propio equipo al otro lado. Ambos han mantenido una sana competencia que nos ha permitido solucionar varios problemas de manera efectiva.

"¿Puedo yo también andar con uno de esos?", pregunta Morgan poniéndose el bulto al hombro como si fuera un saco de ropa sucia.

"Llamaría la atención. Y te vincularía a mí, si es que algo sale mal", le respondo.

"Si algo más sale mal, es lo que estás queriendo decir", me corrige el mismo Morgan. Luego, sin esperar mayor confirmación, camina a la puerta de mi oficina. "¿Puedo salir, por favor?"

Por el momento no puede salir. La oficina está sellada. Regreso a mi escritorio y presiono el botón que desactiva el mecanismo de seguridad. La puerta se desbloquea. Morgan la abre y sale sin despedirse. Eso sí, escucho que se despide de mi secretaria, Isabela.

"Ahora ustedes", les digo a Ana y a Murphy. Entre las dos sacan a Dante.

Yo espero cinco minutos. Sé que son cinco minutos porque paso ese tiempo mirando mi reloj de pulsera. Apenas han pasado los cinco minutos, salgo a la escalera de emergencia. No pienso usar el elevador para ir donde Laura. Yo sí aprendo de mis errores.

Subir los pisos necesarios me toma unos diez minutos. No estoy en una excelente condición física. Pero tampoco estoy mal. Me tomo unas sesiones a la semana ir al gimnasio instalado en el edificio en el que se encuentra mi oficina. Tengo la intención de ir dos o tres veces por semana. No siempre lo puedo cumplir.

Cuando salgo al techo, no veo a nadie. Camino al medio. No tengo miedo. De alguna manera aceptar lo inevitable me ha hecho más valiente. Saber que esto va a acabar con la aniquilación de los De la Cruz o con mi muerte es liberalizador.

Veo de pronto un punto rojo en el piso. Es un visor láser, del que usan los francotiradores. No me está apuntando a mí, sino al piso delante de mí. Eso o está llamando mi atención. De pronto el punto se comienza a mover. Retrocede por el piso del techo del edificio hasta llegar a una esquina. Ahí, colocado al borde, se encuentra un teléfono celular.

Otro más.

Cuando estoy a un metro de él, éste suena. Obviamente.

Antes de responder levanto la mirada y observo el horizonte. Es de noche, pero las luces de la ciudad nos llegan, dándole un atractivo especial al escenario. Desde donde estoy -lo más alto del edificio más alto de la calle Abastos- puedo ver no solamente el pedazo de la ciudad que yo controlo. También puedo ver buena parte de la capital.

Debería tener alguna clase de golpe de humildad en mí, darme a entender que después de todo soy más bien insignificante. Que nada de lo que yo haga tendrá impacto real en el mundo. Sin embargo, no llega a causarme ese efecto.

Lo que me causa es todo lo contrario. Me infunde responsabilidad. Yo soy el encargado de esta misión que salvará a todos ellos. Aun cuando no sepan del sacrificio que estoy haciendo, sé que debo hacerlo. Que es algo que me toca ejecutar para que esa cantidad inmensa de personas puedan seguir con sus vidas e ir a trabajar al día siguiente y pasar tiempo con sus hijos y tener proyectos de vida y tener hobbies. Todo eso sin el riesgo de terminar siendo cena de vampiros durante la noche.

Los vampiros de la calle AbastosWhere stories live. Discover now