| -La Última Deducción- |

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Cora se encontraba inmóvil en mitad de la calle, con las bolsas de la compra aún en sus manos temblorosas. Estaba atrapada. No sabía qué podía hacer, y el cañón de la pistola que estaba presionado tras su corazón le indicaba que podía no salir viva de aquella situación. Su respiración era contenida, ni siquiera dignándose a mover un músculo. Sintió que el cañón de la pistola se movía ahora más abajo, acercándose el sujeto a ella: estaba claro que no quería llamar la atención de los transeúntes.

–Espero que te hayas entretenido con estos casos tan poco interesantes –mencionó el hombre. Su voz parecía algo distorsionada–. Primero, el secuestro de tu casera, luego las botellas. He de decir que está haciendo un buen trabajo al manteneros a ti y a tu... Detective, ocupados –comentó, de nueva cuenta provocando que se le helase la sangre a Cora.

–Eres tú... ¿Tu eres el que la ha secuestrado?

No, no, no, no –negó el hombre a su espalda, su voz de pronto sintiéndose más cercana–. Vamos, Srta. Izumi, te tenía por alguien inteligente –murmuró, su voz teñida de peligro–: pero no, puede que... Solo puede, que conozca a quien la tiene retenida.

¡Serás...! –Cora intentó girar su rostro, pero de pronto observó el filo de una navaja a escasos centímetros de éste.

Tch, tch, tch –el hombre parecía ligeramente contrariado–. Yo que tu no me movería... Al menos que quieras acabar muerta, claro, y ambos sabemos que no quieres eso, ¿verdad? –comentó, volviendo la pelirroja su vista al frente–. Ahora, camina.

–¿A dónde? –inquirió la joven, temblando de miedo.

–Tu camina –ordenó, la navaja de pronto presionándose aún más contra su mejilla–. Yo te indicaré hacia donde –le aseguró–. Oh, y una cosa más: si veo que intentas correr, o siquiera intentas desviarte del rumbo que te haya indicado... Te mataré de inmediato, y no volverás a ver a tu familia nunca más.

La detective asesora asintió lentamente y en un silencio sepulcral antes de comenzar a caminar con el hombre tras ella, la pistola y la navaja aún presionadas contra su espalda. De pronto, una horrible realización llegó a su mente: ¡estaban encaminándose a Baker Street! Sabía que no podía hacer nada, que no podía defenderse, pero el terror de que aquel psicópata hiciese daño a su familia la hacía estremecer, la hacía comenzar a perder la consciencia debido al miedo que sentía. Únicamente recordaba haber sentido aquel miedo antes, en algunas ocasiones al peligrar su vida y la de Sherlock... De pronto, escuchó de nuevo la voz del hombre en su oído, cuando ya habían llegado a la puerta frente a Baker Street.

–Nos veremos pronto... Phoenix –murmuró, instantes antes de que la sensación en la espalda y mejilla de la pelirroja desaparecieran, ésta última dejando una herida superficial que comenzó a sangrar de forma leve–. Y recuerda... Si dices algo sobre lo que acaba de suceder a cualquiera, os mataré a ti y a tu hijo –amenazó en un susurro, antes de que sus palabras se las llevase el viento.

Cuando se cercioró de que no había nadie tras ella, la joven se giró, observando sus alrededores: no había nadie. ¿Acaso había sido su imaginación? Tocó su mejilla izquierda: no, no lo había sido. Ahí estaba la sangre. Con el corazón desbocado y en un puño, la pelirroja entró a Baker Street, logrando subir las escaleras que conducían al piso casi sin fuerzas, apareciendo en la puerta de la sala de estar. Sherlock estaba allí, sentado en su sillón, totalmente ignorante a lo que acababa de suceder.

–Sí que has tardado –mencionó, sin abrir sus ojos, sus manos encontrándose frente a su boca, en su habitual posición de rezo.

Sh-sherlock... –la voz de Cora era ahora apenas un ruego desesperado.

Mi Destino Tenías Que Ser Tú (Sherlock)Where stories live. Discover now