- Muerte y Resurrección -

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Su mirada desafiante era abrumadora, simplemente aterradora

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Su mirada desafiante era abrumadora, simplemente aterradora. Era como si fuese incapaz de sentir nada mas que asco y un completo rechazo hacia el cumulo de gente que se encontraba frente a el. Había acabado con la vida de un hombre de familia, alguien que seguramente sería extrañado por mucha gente y sin embargo no sentía ni una mínima pizca de arrepentimiento. Sus puños se cerraron y los dedos aplicaron presión, casi clavándose sus propias uñas contra la piel. Aquellos ojos negros que de por si eran intimidantes, parecían haber entrado en transe, en una especie de frenesí que sentía no podía detener. No recordaba la ultima vez que había hecho uso de sus poderes, pero se sentía tan bien. Era una especie de valentía y adrenalina que fluía por sus venas, una especie de locura tan profunda que te engullía por completo, era tan adictivo que si no fuera por la gran resistencia de Isaac éste no podría resistirlo. Y esa era una de las razones por las que era tan difícil encontrar al sucesor adecuado, el riesgo de que alguno de ellos se volviera adicto a la sensación de poder era grande y de por si, peligrosa, las consecuencias de aquello serian inimaginables. 

Me subestimaron.─ Las palabras se repetían en su cabeza una y otra vez, como una especie de mantra que usaba para calmarse.

Sus expresiones, sus rostros torcidos por la risa fueron el detonante para desatar aquella furia descomunal. Habían provocado a Isaac, y en Zatara todos tienen mas que claro que nunca debes molestar a la pantera, pues saldrás con mas que un rasguño. 

─ Repito.─ Su voz, seca, resonó en todo el sector.─ Váyanse de aquí si no quieren morir.

Un grupo de soldados se encontraban de rodillas frente al cuerpo de Eliseo, lloraban y abrazaban el cuerpo ahora tieso y helado, el alma se le escapaba de poco a poco. El resto permanecía en estado de shock, algunos simplemente tenían la mirada perdida sin poder reaccionar, pero otros tiritaban en silencio, observando con un temor enorme al muchacho frente a ellos.

De pronto las flechas que aun seguían suspendidas en el aire ya no lo estaban y cayeron al suelo emitiendo un pequeño sonido, que aunque fue leve, causo un pequeño salto en un par de soldados asustados. 

El jerarca se había cansado, ya estaba apunto de anochecer y necesitaba volver adentro, había perdido mucho tiempo. Sin mayor preocupación de lo que ocurría a su alrededor, comenzó a caminar hacia las puertas del castillo, esta era la oportunidad perfecta para que alguno de los arqueros intentara dispararle, seria sencillo y discreto, pero Isaac sabia que nadie se atrevería, nadie seria capaz. 

Sus pisadas resonaban en el camino de piedra, los guardias en la puerta del castillo estaban sorprendidos por la escena que acababan de contemplar, pero al ver que su rey se acercaba, jalaron la cuerda y la puerta lentamente comenzó a abrirse. Isaac estaba a punto de cruzarla, pero un sonido muy leve, casi imperceptible al oído humano, llamo su atención. En un movimiento tan rápido como un rayo se dio la vuelta y levanto su rostro, atrapando con gran precisión una flecha que se encontraba ahora a centímetros de su rostro. Su expresión era de gran sorpresa, aquello que creyó imposible acababa de suceder justo ante sus ojos. Alguien lo había atacado por la espalda, le habían disparado, pero el había sido mas rápido. Fijo su mirada en la tropa de soldados, buscando al posible responsable del ataque y creyó encontrarlo al toparse con un muchacho de no mas allá de 17 años, sosteniendo un arco con ambas manos. Se encontraba posicionado justo al lado de Eliseo y dos caminos de lagrimas caían por su rostro. Isaac se concentro en su mirada y pudo sentir en él la profunda tristeza y agonía, pero sobre todo pudo sentir una fuerte ola de odio y furia, una gigante sed de sangre perfectamente reflejada en aquel pecoso rostro. A pesar de que era capaz de devolver aquella flecha de la misma forma que hizo con Eliseo, decidió no hacerlo, fue uno de esos momentos que no sabemos explicar con claridad, una corazonada en la que nuestro cerebro es incapaz de intervenir. Una mirada altanera fue la forma de Isaac de despedirse de aquel muchacho, para después cruzar finalmente aquella gran puerta. 

Eterna: La luz de un Nuevo díaOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz