Nos vamos a divorciar...

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Nos vamos a divorciar, fueron las cuatro palabras que al venir de boca de mis padres transformaron por completo mi verano. Lo que iba a ser poco mas de cincuenta días de televisión y puro sedentarismo se convirtió en una de las experiencias mas importantes de toda mi vida.

Luego de una semana de fungir como mediadora entre dos adultos que se comportaban como adolescentes despechados, tuve suficiente y armé una maleta con lo imprescindible para pasar una temporada en casa de mis tíos.

No fue una decisión fácil, en la pequeña comunidad de Los Álamos aún no había llegado el internet, la cobertura era terrible y la electricidad tenía un horario de funcionamiento establecido. Lo que finalmente inclinó la balanza fue la necesidad que tenía de alejarme por un tiempo del campo de batalla que se había vuelto mi hogar.

Tomé el autobús y a las siete de la noche ya me encontraba sentada a la mesa con mis tíos.  Probablemente lo mejor de vivir allí era la comida, para la cena siempre había una sopa ligera de vegetales, ensalada, pollo criado en casa, asado y bien condimentado, nada que ver con las comidas grasosas que cocina mi padre y que me quitan el apetito con solo verlas.

Por otra parte sin dudas lo peor eran las noches, debido a que a las 8:30 apagaban la planta y lo único que se escuchaba en todo el lugar era el ruido de los grillos. Mis tíos estaban acostumbrados  y se dormían enseguida pero a mi me costaba muchísimo conciliar el sueño, al menos los primeros días.

Mi rutina en la finca era bastante monótona, al amanecer luego de desayunar me iba con mi tío para ayudarlo en todo lo posible, desde sembrar boniato y chapear hasta alimentar a los cerdos si era necesario. Al medio día ayudaba a mi tía con el almuerzo y en la tarde me dedicaba a otra labores de corte mas hogareño como lavar la ropa y limpiar la casa.

A pesar de vivir en la ciudad, desde niña aprendí a realizar casi todas las labores del campo y me resultaba gratificante poder ayudar.
Todo cambió el primer domingo después de mi  llegada. Mis tíos siempre fueron muy religiosos y no se perdían una misa del padre Rabilero, yo por el contrario siempre me declaré agnóstica así que aquella mañana me parecía ideal para darme un buen chapuzón en el río.

Al llegar no vi a nadie y pensé que era el momento perfecto para sumergirme. Me quité el short, entré al agua y comencé a nadar. Al cabo de un rato sentí un calambre en la pierna y me fui hasta el fondo. Fue horrible porque en pocos segundos ya me estaba ahogando. El calambre no pasaba y realmente pensé que todo estaba perdido hasta que sentí que alguien me alaba, me llevaba lentamente a la orilla y me acostaba sobre las rocas.
Después de expulsar toda el agua que tenía dentro miré hacia arriba y vi el rostro de un joven de ojos verdes que me miraba y sonreía.

Tenía el cabello largo hasta las orejas que le colgaba chorreando agua y salpicándome la cara.

- Me parece que llegué en el momento justo - me dijo.

- Así es, gracias.

Me ayudó a ponerme de pie y pude observarlo con detenimiento. De tez blanca, no era particularmente musculoso, pero se notaba que hacia ejercicios, era también bastante alto, más de 1:80 y me resultaba tan atractivo que apenas podía creerlo.

-  Mi nombre es Seokjin. ¿Y el tuyo?

- Amalia, pero me dicen Amy.

- Bueno Amalia, ¿quieres venir a mi casa para ponerte ropa seca?  -me preguntó.

- Bueno si, te lo agradezco.

Recogí mis cosas y lo acompañé. A poco mas de doscientos metros del río se encontraba una especie de cabaña, bastante modesta pero bien cuidada. Lo primero que me llamó la atención fue ver en la ventana un frasco de cristal transparente haciendo las veces de florero, que tenía en su interior unos jazmines blancos recién cortados a juzgar por su aroma.

La cabaña constaba con una sola habitación pero estaba muy bien distribuida. En un extremo tenía los muebles típicos de una habitación, en el medio una mesa cuadrada con dos sillas y en el otro extremo una cocina que funcionaba con queroseno y  lo necesario para cocinar, ollas, sartenes, jarros, platos, todo muy organizado y sorprendentemente limpio.
Me prestó una camisa muy fresca a cuadros, yo me quité la camiseta mojada y él me la puso a secar. Al ver qué yo temblaba de frío me preguntó.

- ¿No crees que deberías prepararme un café?

- ¿Yo?

- Digo, ya que te salvé la vida, lo menos que merezco es un café.

Yo sonreí y le contesté.

- Claro, cómo no. ¿Donde está la cafetera?

- ¿Tu no eres de por aquí verdad?

- No, soy de la ciudad. Vine a pasar el verano con mis tíos.

- Ya veo. No tienes cara de haber preparado un buen café en toda tu vida.

- No, la verdad es que en la cocina soy un desastre.

- Bueno en eso te puedo ayudar - dijo prendiendo la cocina y sacando un colador de tela, dos jarros de aluminio y dos embaces, uno con el café y otro con el azúcar moreno - Hoy harás tu primer café, yo te voy a explicar cómo.

A continuación me guió en el proceso pero yo lo hice todo. Calenté el agua con un poco de azúcar, eché el café en el colador y cuando el agua estaba hirviendo, la dejé pasar a través de él. El resultado fue el mejor café que había probado en mucho tiempo.

- No está mal para ser una una citadina. - me dijo tras beber el primer sorbo. - ¿Tu pasatiempo favorito de los domingos es ahogarte en el río, o lo que sucedió hoy fue un evento aislado?

FIN DE LA PRIMERA PARTE

Mi verano en los Álamos (terminada)Where stories live. Discover now